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Somos contadores de historias

Haciendo recuento y justicia, decimos que Tres mil años esperándote, adaptación al cine de un relato de A.S.Byatt incluido en el libro The Djinn in the Nightingale’s Eye, es una de las películas imprescindibles de 2022. Disponible ya en DVD y Blu-ray, seguimos celebrando su seducción de largo alcance en letraheridos, que no sería la misma sin el tándem Tilda Swinton e Idris Elba. 

Por Maica Rivera

Fotografía: DeaPlaneta

2 octubre, 2023



 

El valor de la proteica ficción Tres mil años esperándote reside en su carácter autorreferencial. Pero empecemos por el primer nivel de esta historia, al que nos lleva directamente el corazón. Tilda Swinton borda su papel de estirada profesora de literatura, Alithea Binnie, a quien una soledad elegida a conciencia -la correspondiente a media vida de consagración académica- comienza a pasarle facturas. Entre otras, parece que, por mera supervivencia sentimental (o por bloqueo emocional raíz del fracaso de su matrimonio, vaya usted a saber), haya extremado sus comportamientos (a)sociales hasta quedarse cerca de lo patológico. Pronto vemos que su actitud ha transgredido los sanos límites entre independencia y misantropía, autocuidado y escepticismo, seguridad personal y desdén. Ni hablar de su falta de empatía, que reconoce sin pudor.

Hace gala de su encomiable autocontrol cuando asiste a la salida del genio de la botellita de cristal recién adquirida en un bazar de Estambul. El gigante emerge entre densos espirales de humo violeta sin que la profesora apenas mueva una ceja. No solo eso. Alithea le anuncia impertérrita al literalmente genial Idris Elba que no tiene intención de pedirle ningún deseo porque, de hecho, no alberga su alma ningún anhelo perentorio. Firme, lacónica, sin mover un músculo del rostro.

Dice que no necesita nada ni a nadie, es feliz y nada quiere. Hasta el punto de estar dispuesta a regalar su privilegio a cualquiera, algo que no será posible, claro, porque las reglas de la cuentística tradicional en esto son férreas. Se resiste a formular ninguna petición, alegando, además, tener vasto conocimiento de que todos los cuentos sobre conceder deseos siempre acaban mal.

¡Et voilà! La dimensión metanarrativa del largometraje irá interrumpiendo bruscamente el discurso dominante con toda la intención, sobre todo durante el planteamiento escénico. Más allá del romance que se está cociendo a fuego lento, asistiremos a partir de aquí a la lucha del mito (con toda su magia y sensualidad) por sobrevivir en este siglo XXI que le es abiertamente hostil; un tiempo, el nuestro, que se corresponde con una sociedad hiperrracional y tecnificada, y, en consecuencia, también gris, ultraconservadora, descreída, ruidosa, insolente y prejuiciosa.

Contar(nos) para existir 

En dosis controladas, nos envolverá el consabido exotismo orientalista, rozando lo kitsch, y aflorará entre líneas un no menos consabido romanticismo, muy contenido, eso sí. Tanto explícita como implícitamente, por activa y por pasiva, no tardará el genio en redoblar sus finas artes de seducción ante la posmoderna reina del desapego. Es verdad que el espectador no se resentirá demasiado del tira y afloja entre ambos porque, desde el principio, la profesora ha sonado algo más pagada de sí misma que convencida de su estoicismo ante la elocuencia del genio. Se confirmarán nuestras sospechas cuando la veamos tragar saliva en plano detalle: está perdida, la ardiente fantasía y el eros están a punto de borrar las últimas resistencias de la razón apolínea. Tendremos una inesperada declaración de Alithea, y vencerá el djinn, que hasta entonces habrá aguantado bastante bien el tipo frente a la profesora, dura de pelar. Le habrá salido, eso sí, una vez, humo de las orejas puntiagudas, de pura desesperación. Qué menos, lleva cientos de años intentando obtener su libertad y ahora sólo esos tres deseos que debe cumplir se interponen, tras varias tentativas frustradas con mujeres en anteriores aventuras que terminaron en fracaso porque el amor hizo de las suyas. Pero, en esta ocasión, confiamos todos, ambos lo harán bien. Se desatará la ley del deseo. Habrán de lidiar los opuestos entre sí: el ser de polvo y la criatura de fuego. Enamorarse, liberarse, para caminar a la sanación y la redención. Amar y preservar la libertad son los siguientes desafíos. Muchos temas se irán enredando, según el djinn nos vaya hipnotizando como Sherezade.

Poco o nada tiene que envidiar George Miller al Terry Gilliam más inspirado. Entendemos que Alithea termine dejándose llevar de repente por el sentido de maravilla a pesar de que haya pasado tantos años empeñada en desmitificar los misterios de los grandes cuentos de la humanidad, ajena a la existencia de una realidad no sólo estética sino también cognoscible en el corazón del mito.

Alguien cuenta. Otro escucha. Así ha sido desde el principio de los tiempos, y ese discurrir contándonos unos a otros para (re)conocernos viene animado por una dinámica creativa y creadora que funciona provocando chispas en nombre del amor. Eso es lo que viene a recrear Tres mil años esperándote.

La senda fantástica se sostiene de principio a fin a pesar de que se mantengan abiertas las puertas de salida de emergencia hacia una lectura racional. La ciencia y la fantasía colisionan con fuerza pero la segunda gana por goleada en todo en lo que el cineasta, paradójicamente, explora lejos del escapismo y la complacencia. Lo que más se disfruta de toda la aventura son los virajes de la trama hacia territorios de contradicción del alma humana. Y atención a lo que nos enseñan los protagonistas de pleno acuerdo: no solo somos lo que nos contamos sino que, más allá, solo somos cuando nos contamos.


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