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Alberto & Alberto: Tanto amor para tan poquito domingo

Solo para iniciados: ‘Tres nichos colindantes‘, una publicación de Eolas o cómo Alberto Masa es uno de los secretos mejor guardados de nuestras letras.

Por Alberto Ávila Salazar 

13 enero, 2024


Alberto Masa siempre vuelve. Sabes que cada año hay un libro suyo que pasará exquisitamente desapercibido para los que no tienen ni idea. Pero yo conozco a Masa y por eso soy un elegido. Incluso soy su amigo.

Le contaba a Arrabal, a quien entrevisté recientemente, que prefiero los viajes de vuelta a los de ida. ¿Tú que opinas? A ti siempre te veo de vuelta, de algún sitio donde sólo tú has estado, que no aparece en los mapas y para encontrarlo tienes que hacerlo a una hora que no marcan los relojes.

– Para mí es espléndido volver a verte cuando coincidimos, aunque lo hagamos cada vez menos.
No sé la postura de Arrabal. Es un autor, en su caso también un mito, que siempre regresa. Me alegra que coincidamos con un escritor así en eso. No he leído la entrevista, pero me sorprendería que él se fuese, cosa que ocurrirá.
Me encanta volver. Cada vez me importa menos que, donde vuelvo, sea un sitio donde ya no me quieran tanto como me quisieron. Volver es dar de nuevo color a las fotografías sepia. Hace poco volví a presentar un libro. No es muy aceptado, pero sólo trataba de pasar el rato. Antes me enfadaba ante las malas críticas. No lo he superado totalmente, pero sí regreso de un trecho donde cada vez tengo más asumido lo mucho que me la sopla. Me cuesta enterarme de lo que escribo, igualmente cuando leo o veo una peli. Igual que los escritos, me llevan a revisión, así que, tras descansar, y hacerlo también de la medicación, los saco de las redes sociales y toco aquí y toco allá, como un mal conquistador. Mañana tengo cita con la psiquiatra y estoy nervioso. En fin, tanto amor para tan poquito domingo. Yo también te quiero, tocayo.

– Sin domingos probablemente no habría escritores. Tengo una visión de este día algo paradójica, me gustaba de crío, hasta que se hacía de noche y echaban alguna serie de televisión que te recordaba que el lunes ya está encima. Los domingos hay que vivirlos, son un límite, ¿no?, pero a la vez una continuación. Te recuerdan que nada termina, que todo regresa. Ahora los domingos me son i ndiferentes.Ya sé que esto es muy poco profesional por mi parte pero puedo permitirme la sinceridad (donde hay confianza…) de confesarte que todavía no he leído tu libro. Es impresentable porque me lo enviaste hace semanas y tengo auténticas ganas de leerlo. Pero por alguna razón quería que este fuera antes de la lectura. ¿Qué me voy a encontrar?

– Pues te vas a encontrar, seguramente, en un territorio extraño que para ti no lo será. Para mí es sólo un poco más de lo de siempre. Ya está publicado, así que ya está donde le venga en gana estar. Se nos van los libros que escribimos, empiezan a independizarse y ya no nos hacen ni caso a los que los hemos escrito. Este Tres nichos colindantes es, como los anteriores, un hijo que pocas veces me coge el teléfono. Y mira que tecleo a ver si hubiere alguna reseña. Nada. Aunque sigo pensando que, como los demás, encontrará una compañía sugerente. Conste que no menciono el amor ni nada así de extraordinario. Se me mueren y tengo que enterrarlos con nuevos libros. Así, de manera prometeica, doy a lo que la literatura fue para mí la única vez que fui traicionado seriamente, la lumbre, el techo que me hizo soportable la abundancia de lluvia.
No le des más vueltas, tocayo, los domingos no existen. O sólo lo hacen como los hilos conductores, en el sentido de que todo lector y momento tienen uno.

– Espero que hayas pasado una buena mañana. ¿El psiquiatra es una ceremonia? ¿Es un inconveniente? ¿Una molestia? A veces pareces un actor antes de que se abra el telón. ¿Es así? No quiero banalizar este asunto, sé que es serio. Creo (a lo mejor presumo en exceso) de tener una cordura a prueba de bomba, pero a veces me pregunto cómo diseccionaría mi vida delante de un psiquiatra. ¿Cómo contaría mi historia? Sabemos que en realidad no hay historia que contar, que todo está en la cabeza, por eso es inevitable fantasear con ese telón de terciopelo, con la luces de candilejas y con un patio de butacas (supongo que para mí siempre vacías).
¡Nos hacemos viejos y cabrones, querido Alberto!

– Escribo para idear a esta psiquiatra con quien me trato de usted explicando, a través de noticias, a mi mundo, la gente que me rodea y con la que me rodeo, el porqué de las cosas, de mis cosas. Porque, si yo no he sabido, quizá ella sepa hacerlo. Quiero que mis letras (pero no mis letras sin más, sino interpretadas por ella) me expliquen ante lo que de mi familia queda. Que justifiquen sus palabras, en las que uno presupone una ética, las veces en las que he huido y las veces en que he regresado. Soy el primero en preguntarme por qué mi psiquiatra no me quiere. Por alguna razón vuelvo a verla en mis citas, aun estando seguro de no quererla. Quiero que me recete esto y lo otro cuando ella no quiere. Y quiero que me deje en paz cuando se empeña en que debo hacer cambios en la medicación. Esto último es lo que me ocupa ahora. Cuanto menos me apetece más se enciende ella. No se diferencia mucho de la primera vez que tienes que quedarte a comer en el comedor del colegio. Ese día además ponen puré. La señorita Josefa se encargará de metértelo en la boca una vez lo has derramado al suelo convertido en vomitona.
Sí, me he hecho viejo hace poco. En ti no lo esperaba.

– Agradezco que sigas publicando libros. No me parece acertado pensar en la recompensa de las cosas. ¿Qué sacamos de publicar? ¿Qué sacamos de escribir? ¿Qué sacamos de vivir? Las cosas tienden a reducirse al absurdo, la nada es muy seductora. Sé que seguirás publicando libros, y yo también, aunque cada vez nos nos dé más pereza. Te confieso que a veces no tengo muy claro dónde estoy. No sé si en el ahora, hay días que estoy un poco por delante y otros que estoy un poco por detrás. No siempre es fácil vivir en el punto justo donde se acaban los recuerdos. Esto me recuerda algo que te dije hace meses (o ya años?). Algo así como “no podemos estar 100% seguros de que seremos olvidados”. Tengo la sensación de que tus libros vivirán más que tú. Y tengo la sensación de que la foto que los acompañarán todavía no te la han sacado. Serás como Borges, viejo en todas las solapas.

– Es peor que el tabaco, amigo. Yo me monto una polifonía de voces. Agarrar una no siempre es fácil. ¿Qué hago con ella después? Claro, la uso. Ahora con las redes sociales estaría para mí muy feo no usarla. Pareciera que hay alguien que puede interpretarme. Vivo en una habitación y la comunicación es sana. Escribirlo se me parece a la comunicación. Luego ya me la llevo al laboratorio y, si veo que se lo merece, la pulo. A lo que no hago ni caso es a las ideas. Yo estoy seguro de que seremos olvidados, Alberto; aunque, mira, me lo he currado para un funeral en Facebook. Una buena cantidad de DEP en mensajes adjuntos. En cuanto a las fotos, tengo una manía. Me miro cada cierto tiempo en fotos de hace diez años. Igual, hace diez años me miraba en fotos de hace veinte años. Siempre tengo claro que no dejaré un bonito cadáver, aunque qué bien estaba hace diez años. No lo he visto hasta después, con la barba llena de canas y el maldito barrigón. Una solapa lo arreglará y, en diez años más, me diré: mira qué bien si te hubieras quedado así. Esa frase me la dijiste hace un montón de años. Coincidimos en que trascender es vacuo, pero por algo será que no abandonamos las intentonas (tú ahora con las traducciones -esa labor tan poco grata-). Si los libros viven, ellos sabrán. Viene a cuento eso del maestro Zúñiga, “Los libros son como los hijos. A saber lo que hacen cuando salen de casa”. Yo no creo que tenga hijos. Tú no lo sé. Yo me digo que sacarlos es como llevarlos todos los días al cole y luego volver a casa a hacer la comida tras recoger el pan.

Nocturnidad, Dios y Literatura

– Es curioso que menciones el tabaco, llevo una semana sin fumar. Pero no voy a exagerar, no me está resultando muy difícil, o no tanto como pensaba. Hablas de un bonito cadáver y creo que es uno de los lugares comunes más irritantes de nuestra cultura. ¿Cadáver bonito? ¿Cuánto dura un cadáver bonito? ¿Unas horas? ¿Minutos? El que se inventó esa expresión y los que la repiten nunca han visto un muerto. Eso o son necrófilos (hay gente para todo). Por mi parte no pienso dejar un cadáver bonito, ninguno lo es. Deberíamos morir dejando una nota de disculpa por dejarlo todo tan sucio, como hizo el chaval que cantaba en Mayhem y aunque era sueco se mató en una casita de campo Noruega.
Cuando nos morimos dejamos la basura sin sacar.

– Estoy de acuerdo, contenemos tantos bichos… Tengo dicho que me quemen, pero a nadie o casi nadie, divago, le importaría decorar un estercolero junto a un par de ladrillos, montones de envases que han perdido el color y una lavadora rota. Las moscas se merecen ese pasto reciente. Si se llega a vivir es cuestión de suerte. No quiero hoy llegar a conclusiones ordinarias, pero, hablando de nuestro tema con una amiga, me espetó con razón que si me parecía que no había habido literatura anterior a la Revolución Francesa. Tenía razón. Me habló de la fe de la Edad Media. Abrazo eso siempre que tengo oportunidad. Me encanta que Dios viva, llamar Dios a eso que me dice que tengo sueño, aunque sea. No achacar toda cuestión a un desvarío mental. No estoy seguro si he sido agradecido. Procuro no abandonar eso ante una persona que me ha ayudado, aunque sea a pensar. En cuanto al tabaco es que se me parece a, más que a vivir, a ir por ahí viviendo. En los establecimientos entro poco porque siento que me roban el hecho de fumar. Y no da más que ansiedad. Por otro lado, el cuerpo la rebaja cuando le das la dosis que te pide. Llevo alternándolo con el vapeo cuatro años y me sale a cuenta, teniendo asumido que es caro. Todo me parece caro desde hace un montón de tiempo. Y yo que creí que íbamos a hablar de mi libro… Sólo falta una terraza y cervezas. Fumaré, siempre que no te conviertas en un ex-fumador descontento con el humo. Me recuerdo sin querer que tengo en pendientes La conciencia de Zeno.

– Dejar de fumar y La conciencia de Zeno van de la mano. Yo sí lo he leído, hace bastantes añitos, y lo recuerdo muy divertido, casi hilarante. Sospecho que es un libro que te gustaría. Hablar de Dios sigue siendo una problema. Yo creo que Nietzsche no lo mató, al ser humano se le van quedando pequeños los dioses porque los diseña a la medida de su gilipollez. Dios tiene la inmortalidad de las ancianas de barrio que casi nunca salen a la calle. Esas mujeres que siempre fueron viejas, enfermas y se han ganado un merecido prestigio de locas. A Dios no te lo cargas así como así. También tiene algo del cabrón que hace trampas en el bar jugando a las cartas o al dominó aunque no se apueste nada. La metafísica ha fallado siempre pensando que Dios es una abstracción. Dios es un objeto. Pero no sigamos con este tema, se supone que habíamos venido a hablar de tu libro (perdón por la referencia tan rancia) y en él estoy metido ahora.

No hay libro de Alberto Masa que no sea Alberto Masa, ¿o me equivoco?

– He amplificado un poco el Yo. Me he ido. Eso cuando no intento salir. Poco a poco, al principio, me fui quedando en casa, viviendo más nocturnidad que luz solar. La fecha es primeros de diciembre de 1998. Cualquiera que hubiera podido lo hubiera hecho. Fui confundido. Había una chica de por medio. Mis amigos hicieron lo que comprendieron que tenían que hacer y me quedé aquí, solo. Mi familia pasó a otro término. Enfoqué desde cada lado del adosado con la imaginación. La vida se me había ido. Los libros me ayudaron cuando aspiraba a tener concentración. Acepto que mi Yo es falsario porque prevalece otro tipo de actualidad que la de inicios de diciembre del 98. Sigo protegiéndome, así que leo y me proyecto. Y, mientras, el mundo cambia e incluso advierto, como todos, que existen las redes sociales. Es una historia sencilla. Se van sumando en número aliados, de igual proceder que los orangutanes, para crear miedo en alguien que ya lo tiene. No quiero darles el premio de suicidarme. El segundo día de la pandemia llovía a mares, y era mi 43 cumpleaños, recibí un mail de alguien implicado, mi primera novia: “Nosotros conocimos personas”. Creo que esto habla de los diferentes relatos entre el perpetrador y la víctima. Soy esquizofrénico y me activo cuando soy provocado. Esa es la esencia de cada cosa que he escrito. Claro, también he querido evadirme. Nunca lo he conseguido para siempre.

– Tu yo es torrencial, Alberto. Es un racimo de yoes, uno por cada libro, desde aquel Roberto Alcázar que tan lejano te parece hasta estos nichos colindantes (y entre medias ese favorito tuyo y mío, que es Inconcreta desdicha). Te muestras y te escondes a la vez, pero siempre hay un relato (o un relato dentro del relato). ¿Puedes contar cuál es?

– Me alegra compartir favoritismo con aquella nouvelle. Ahí se veía claro a lo que te refieres cuando me preguntas si hay un relato dentro del relato. Aquel fue un libro donde compartí una muestra y dejé la luz apagada en otra. Es el libro que, si pudiese, no acabaría de terminar. La otra parte que conlleva es las manos frotándose de los invitados a la fiesta a la cual he aludido en la respuesta anterior. El resultado que yo conozco no es intimidatorio a estas alturas, pero trata una humillación devastadora e imperdonable para mí. La cara oculta de todo lo que rodea a esos Yoes que me exasperan y a veces, no obstante, funcionan literariamente.


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