“Viendo las banalidades, el aluvión de obras mediocres que saturan los escaparates, uno se pregunta cómo serán las obras que rechazan los editores”. Así se las gasta el lenguaraz Émile Zola en ‘Literatura y dinero’, una lectura imprescindible cada otoño, un longseller de Trama editorial para la paz armada que sucede al aluvión de la ‘rentrée’.
Por Maica Rivera
2 octubre, 2023
Más allá de estas perlas (está sembrado, a cuál más jugosa y provocadora), lo más interesante de esta pequeña obra maestra rescatada por la editorial Trama es la vigencia absoluta, para nuestro asombro, de su revisión crítica de las (delicadas, tormentosas, polémicas) relaciones entre la creación artística y la economía. Ni el libro ni su autor pierden un ápice de frescura en el nuevo milenio. ¿No es un poco dramático? Para pensarlo en vísperas de la conmemoración de su fallecimiento.
Algo ocurrió en la España de los 90. “Cuando ser escritor era otra cosa”, como nos sugería la tesis del profesor de la Universidad de Alcalá de Henares, Luis Mancha (Generación Kronen. Un estudio antropológico del mundo literario en la España contemporánea, 2006), cuando el autor aún podía vivir de su literatura. Allí, en aquella década que se llevó por delante los sueños de no pocos escritores que anhelaban vivir de la literatura en nuestro país, encontramos la grieta de una brecha generacional que se fue resquebrajando hacia la crisis y rompió silenciosa en los cimientos del nuevo milenio. Bien sabe de todo ello el coetáneo Constantino Bértolo, encargado, precisamente (quién mejor), del prólogo de Literatura y dinero. A su buen juicio, este libro de hojas afiladas “sigue manteniendo su relevancia para cualquier aproximación que se pretenda hacer a la hora de investigar e interpretar el complejo mundo de las relaciones entre lo que llamamos literatura y la industria editorial , entre la escritura y el mercado, entre la cultura y el dinero”. Señala en su análisis que el mayor mérito de este escrito “reside en lo conveniente, sugestivo y necesario que resulta para quien quiera hoy reflexionar sobre la situación material de los escritores, un tema sobre el que no existe demasiada atención”.
Redescubrir en este campo el azote de Zola es, sin duda, sumamente oportuno y estimulante. Claro, escueto y directo en sus sentencias, vemos, no sin agrado, cómo apuesta por dignificar el oficio de escritor desde un discurso profundamente autocrítico. A primera vista, muchas de sus observaciones parecen perogrulladas: “Hay que decir que, a no ser que se ponga de moda, una obra nunca hace rico a su autor” ¿Obvio, verdad? Lamentablemente, no en la práctica: no es poco necesario su recordatorio a los más jóvenes en medio de la actual cultura del pelotazo.
Tampoco sobra este otro bocinazo: “Tras toda reputación sólida, hay veinte años de sacrificio y trabajo”. De hecho, eso es algo que está incluso menos asumido, con poco predicamento y menos fans de Instagram en los tiempos que corren, donde todo es ansia, prisa y postureo. Y lo más dramático es que muchas de estas presuntas obviedades permanecen con alarmantes luces rojas desde los decimonónicos.
Leamos, por favor, un poquito a Zola, y no dejemos pasar otro siglo más. Hablemos con madurez de estas cuestiones, pongámoslas en el debate público, hagamos funcionar la materia gris con literatura de agitación mental y honrémosle la memoria corroborando su reflexión de que “todo movimiento social va acompañado de un movimiento intelectual”. No, nada de lo que habla ha dejado de ser una cuenta pendiente. Abramos por cualquier página. Por ejemplo, a la mitad del libro, ¿qué encontramos? Que lejos de todo paternalismo, Zola insta a las nuevas generaciones de autores a que abandonen “la queja pueril de que es muy difícil acceder a los editores” en un país, Francia, en el que “se publica demasiado, miles de títulos al año”, y en un momento en que “nunca las puertas de editores y directores estuvieron tan abiertas, se representa todo, se publica todo”. ¿Nos suena familiar todo esto, verdad? Pues hay más. Les alienta a los noveles jaleándoles con una arenga encendida en la que, a veces, se viene muy arrriba: “Todo talento con el suficiente empuje acaba por salir a la luz e imponerse, os abrirá las puertas mejor cerradas y os colocará tan alto como merezcáis”. Por supuesto, se le perdonan todos los excesos en la medida en que los comete para inocular en la sangre fresca el olvidado espíritu de la independencia: “Al genio no se le ayuda a dar a luz; da a luz solo”, para concluir: “Trabajad, eso es lo más importante”. Si algo queda claro es la batalla enardecida que Zola lidera contra “los favores de la Administración”.
¿Ascensos o caídas del escritor?
Respecto a tales “servilismos” (subvenciones, encargos, reconocimientos) a su entender, el padre del naturalismo argumenta, convencido, que, históricamente, “es el dinero ganado legítimamente por medio de sus libros el que ha liberado al escritor de cualquier tipo de protección humillante, el que ha hecho del antiguo malabarista de corte, del antiguo bufón de antecámara, un ciudadano libre”.
“Ahora mismo”, expone en Literatura y dinero, “la idea más noble que nos hacemos de un escritor es la de un hombre libre de todo compromiso, que no se siente obligado a adular a nadie, y cuya vida, talento y fama no las debe más que a sí mismo”. Y celebra que esa libertad la compre el dinero. A la vez, aparta de sí los lloriqueos que aún resuenan por estos lares: “El dinero acaba con el talento” o “La literatura está amenazada por el mercantilismo”. Nos invita a reconsiderar, arremetiendo contra algunos periódicos de jóvenes poetas, que, además de aspirar a la gloria, “también hay que vivir”. Por eso (y atención aquí a su argumentación por poner sobre la mesa algunos temitas de evolución controvertida en las últimas décadas) no ve nada en contra de la dedicación temporal al periodismo alimenticio por parte del escritor ya que, nos asegura, “el periodismo mata a quien debe, ni más ni menos”. No sólo no malogra el talento literario sino que, en su opinión, un paso más allá, la vivencia de la tarea periodística insufla a los escritores “energía, vigor, una experiencia dolorosa pero penetrante en el mundo moderno”. Ahí lanza un nuevo guante, reta a citar un solo escritor de verdad que haya destrozado su talento “por ganarse el pan escribiendo en los periódicos en unos comienzos difíciles”. ¿Tal vez aquí sí tendríamos algo que replicar a Zola desde el nuevo milenio?