Wilkie Collins es habitualmente citado en festivales de género, en términos de creador del género detectivesco. Frank G. Rubio recomienda su lectura, hace parada en La piedra lunar (disponible en El libro de bolsillo de Alianza) y realiza su personal ajuste de cuentas con todo ello, sin pasar por alto la amistad que le unió a otro célebre victoriano: Charles Dickens.
Frank G. Rubio. Portada: retrato de Rudolph Lehmann (1880).
“En algunas de mis novelas anteriores me propuse establecer la influencia ejercida por las circunstancias sobre el carácter. En la presente historia he invertido el proceso. Mi meta ha sido señalar aquí la influencia ejercida por el carácter sobre las circunstancias”, dijo Wilkie Collins de La piedra lunar. Por su parte, Borges (1899-1986), que declamaba contra la desmesura en la extensión de los textos literarios (desvarío laborioso y empobrecedor el de componer vastos libros; el de explayar en quinientas paginas una idea cuya perfecta exposición oral cabe en pocos minutos), jamás lo hizo con la obra que comentamos: una delicada fantasía victoriana que admiraba de corazón. La edición española que he utilizado (Bruguera 1983, traducción de Horacio Laurora) llega a cerca de 630 paginas. Con este mismo espíritu cáustico, cuando no sarcástico, del maestro, he tratado de afrontar la elaboración de esta modesta reseña; otra más y seguramente innecesaria, aviso.
Consultadas varias críticas, he encontrado en su mayoría, para mi creciente enfado, los mismos lugares comunes, y no va a ser fácil evitar contar al lector, al que supongo alérgico a “la Wikipedia”, lo que puede encontrar ya incluso en las galletitas oraculares chinas.
En las referencias que ido consultando a esta obra del autor de La dama de blanco (1859) se ha vuelto sencillamente agotador tratar de evacuar la grisácea quincalla que sobre ella han acumulado decenas de “comentaristas”.
Collins es el inventor con la obra citada más arriba de la “novela de sensaciones”; como han señalado algunos críticos: es esta uno de los primeros dispositivos de la literatura moderna dirigido principalmente al sistema nervioso simpático (D.A. Miller ) que, como sabemos, guía las conductas de huida y de lucha de los organismos complejos en los que está incorporado. La clave de bóveda de este vehículo de la ficción está en determinadas peculiaridades de la trama.
Desde el primer momento, señalar que esta novela epistolar que vio la luz en 1868, publicada por entregas en la publicación All the Year Round de Charles Dickens (1812-1870), que fuera amigo y mentor del autor, y que que utiliza como método la técnica de la multinarración, como lo hiciera su predecesora La dama de blanco, no es “la novela fundacional del género negro”. Sea cual sea el significado que demos a tan grotesca y detestable expresión, asumida y practicada gozosamente en España. Lo policial no es “lo negro” y el fundador de lo detectivesco es Poe (1809-1849) un par de décadas antes.
Con esta novela, el autor, nacido en 1824 e hijo de un apreciado pintor académico, culminaba su época de mayor creatividad narrativa. Wilkie Collins (1824-1889), que conoció en vida el éxito literario, acabó siendo vicepresidente de la Sociedad de Autores gracias a sus méritos y a la amistad con su fundador: Walter Besant (1836-1901); uno de cuyos hermanos casó con la teósofa Annie Besant (1847-1933). Walter resultó ser un francmasón de alto grado, uno de los fundadores de la respetable logia de investigación londinense Quatuor Coronati.
LA NOVELA DE SENSACIONES
Una joven hereda un diamante de gran tamaño y valor, procedente de un pariente que lo consiguió vertiendo agua de espadas en la India. Era este una joya sagrada consagrada al dios de la Luna. El mismo día que se le hace entrega de la herencia a la joven, cuando la noche extiende su manto sobre la tierra, el diamante es sustraido. La novela, y seguimos con ello las instrucciones que dio T. S. Eliot (1888-1965) para comentar la ficción detectivesca, no yendo más allá de esto en la sinopsis, relata los acontecimientos citados y el proceso de investigación subsiguiente desplegado para recuperar este Ojo de la Otra Parte. Lo que queda es literatura, solo accesible a través de una lectura lúdica no inhibida por reflejos académicos o prejuicios morales.
Curiosamente, Collins aportaría escasas obras de calidad tras la publicación de ésta, al redirigir su atención hacia los temas sociales. La afinidad con estas excrecencias del artista es una de las más especiosas prevaricaciones intelectuales y estéticas que aún prosigue envenenando el mundo del conocimiento, el arte y la vida política. La literatura es parte de todo esto aunque no en el sentido que le da Jesús Maestro quien aún no ha entendido el secreto que se encuentra tras la literatura anglosajona y que determina su imaginario. La peculiar combinación de realismo y sensacionalismo provocan una reconciliación de los elementos románticos, transidos de un aroma gótico difícil de esquivar, con las concepciones burguesas de lo cotidiano en la que estaban (afortunadamente) sumidos sus lectores. Muchos de ellos, señoras.
La dama de blanco no es “la novela fundacional del género negro”. Sea cual sea el significado que demos a tan grotesca y detestable expresión, asumida y practicada gozosamente en España. Lo policial no es “lo negro” y el fundador de lo detectivesco es Edgar Allan Poe un par de décadas antes
La piedra lunar (The Moonstone) fue inmediatamente traducida al ruso y publicada en El Heraldo Ruso, en su suplemento, en paralelo a El idiota de Dostoyevski. El mismo editor, M.N. Katkov, había publicado ya en 1866 otra novela de Collins, Armadale, en paralelo a Crimen y castigo. Por cirto, todo habría sido mas difícil de dilucidar sin la lectura de un excelente artículo de Melissa Frazier.
La influencia de la prensa de su tiempo, sobre todo la dedicada a informar sobre los crímenes y las tareas policiales consagradas a combatirlo, junto con el desarrollo de la ciencia forense, dan un sello único a estas aportaciones literarias de corte claramente británico que tanto nos fascinan. No en vano se denominó a esta década de los sesenta del XIX como la “década de la sensación”. Como señala Mathew Sweet: “La palabra se aplicó dramas teatrales repletos de emociones fuertes, entre las que podemos destacar: ahogamientos, peleas mortales al borde de acantilados y efectos especiales espectaculares; todo tipo de entretenimientos que implicaban riesgos mortales atravesados por leones, fuegos artificiales y trapecistas”. En aquella época, destacaba un funambulista llamado Blondin que, en el verano de 1861, se deslizó a una altura de 70 pies por encima de la multitud sobre el Palacio de Cristal de Sydenham. “Miles de nosotros” – señaló Charles Dickens, que se encontraba abajo entre el público- “hemos venido a contemplar esta hazaña de un acróbata que se encuentra en un peligro inminente en aras de una sensación nueva y exquisita”.
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