Escenario, dolor, barato, drama, papel, fiebre, telón, falsedad, simulacro, actuación y corazón. Es la cadena léxica que define Un camerino propio, el que Daniel María (Canarias, 1985) exige para salir a actuar, donde le brotan los Danieles que habita, donde destruye, deconstruye y crea, donde se mira al espejo y se sonríe, y fija los retratos de sus divinidades. A la espera de la primera presentación de este compendio de sus relatos y artículos, el próximo 9 de noviembre en el Espacio La Granja (Santa Cruz de Tenerife, 19 h), hablamos con él de sus inquietudes y obsesiones, ocurrencias y contradicciones.
Maica Rivera. Foto: Katia Mora.
MR: ¿Todos deberíamos tener Un camerino propio? ¿Por qué lo necesitaba usted?
DM: No sé si todas las personas lo necesitan. Quizás ignoran que lo necesitan, pero yo requiero de uno porque la vida es puro teatro, como cantaba La Lupe, y se precisan muchos personajes para actuar en el gran teatro del mundo.
MR: ¿Cuánto teatro echa en estas páginas?
DM: Ya te imaginarás que mucho… El teatro, la representación, lo performativo, todo aquello que sobre el escenario adquiere su dimensión más brillante y descarnada es lo que más me interesa. Los teatros, incluso vacíos, son más potentes que la vida.
MR: Pero hay mucho más cine en este libro. Desde la dedicatoria, a Emma Cohen hasta Cita con Charlot, pasando por El sol del oeste, ¿qué puede contarnos de estas referencias?
DM: Emma Cohen fue (y es) mi hermana mayor. Me ayudó, me comprendió y me dio alas para volar. Le debo mucho y este libro fue escrito en su presencia y en su ausencia. Luego, el cine en toda su extensión, es fundamental para mí porque en la pantalla encuentro lo que vivo y lo que sueño.
MR: Su literatura explora los límites. De los géneros en muchos sentidos, de lo literario en sí mismo, ¿es algo deliberado? Si es así, ¿hasta qué abismos llegó y qué aprendió en el viaje?
DM: Me gustan los abismos. En este viaje aprendí lo extraño. Este libro es mi extraño viaje particular. Es el viaje por la honestidad y la fascinación.
JUGANDO A LA AUTOFICCIÓN
MR: ¿Cuántas veces le ha sucedido, como al protagonista de Cita con Charlot, que no sabe si su historia se trata de un sueño o de una película?
DM: Muchas, por supuesto. A este relato le tengo un aprecio muy especial. Vengo a decir en él que me he salvado muchas veces de la mano de una estrella.
MR: No se resiste al cine negro, ¿cuántos homenajes hay en Un crimen al aparato?
DM: El principal homenaje es a Juan José Plans. Nuestro maestro del miedo. Lo admiré y lo quise mucho. Su amistad es un regalo que llevaré siempre conmigo. Escribí este relato pensando en él y pensando en la otra persona a quien se lo dedico. Porque todo lo que rodea al cine negro es pasional y eso te deja desnudo frente a ti mismo.
MR: Dedica un relato a su bisabuelo, Juego de muñecas. ¿Cuál es el componente autobiográfico y cómo gestiona lo más íntimo en la ficción?
DM: La realidad más íntima siempre está camuflada. Y lo más ficcional aparenta ser autobiográfico. Adoro este juego. Y adoro el boxeo. Mi bisabuelo fue uno de los primeros boxeadores de Canarias. Combatía en los años treinta. Descubrir su historia me animó a imaginar una tarde con él. De ahí nació el relato.
La posmodernidad ya es un clásico. El hoy en el que yo vivo solo es completamente libre en el futuro. Llegar a construir esa libertad es mi itinerario. La identidad es un tema que me interesa mucho y parto de una premisa: mi identidad muta, cambia, evoluciona, se transforma”
MR: ¿Teme que le ocurra como al boxeador, que trabajar con el corazón en lugar de hacerlo con la cabeza sea su perdición? ¿Es la escritura, como el boxeo, oficio de perdedores: los mayores triunfos, se sueñan? ¿De verdad “es en la tristeza donde se gana estilo”?
DM: Por supuesto. La tristeza proporciona estilo. Las mejores canciones de amor son las de desamor. Las grandes historias acaban con una despedida. Y en cuanto a las pérdidas, creo que son más inspiradoras que los logros. Los deseos se acaban cuando se cumplen. Yo prefiero desear que cumplir deseos. Y mientras deseo, vivo.
MR: La familia aparece en estas páginas como un eje de gravitación muy interesante, ¿foco de conflictos o, al contrario, escenario último de desenlaces?
DM: La familia es una institución que, como la monarquía en este país, nadie elige al nacer. Naces en monarquía y en medio de una familia que te moldeará según sus intereses y su educación. Es una lotería. Ahora bien, como recurso literario tiene mucha miga.
MR: El tema de la búsqueda de la identidad tiene un peso específico en el libro, ¿es el suyo un planteamiento posmoderno o, al contrario, muy clásico?
DM: La posmodernidad ya es un clásico. El hoy en el que yo vivo solo es completamente libre en el futuro. Llegar a construir esa libertad es mi itinerario. La identidad es un tema que me interesa mucho y parto de una premisa: mi identidad muta, cambia, evoluciona, se transforma. Yo es otros, otras y otres.
NOSTALGIA Y MIRADA CAMP
MR: No nos deje con la intriga, ¿qué relación tiene su Muerte de la gabardina con Max Aub?
DM: Como ocurre muchas veces, me quedo fascinado con un texto o un personaje y tiro del hilo, desde la imaginación, partiendo del final. Con este cuento de Max Aub me doy el capricho de recrear las andanzas de una gabardina. Y eso me permite pasar por Ramón Gómez de la Serna o George Méliès.
MR: ¿Se adscribe a una literatura de gin-tonic? ¿Se ve el mundo distinto desde la barra del bar?
DM: Yo prefiero la barra del cabaret. Y sí, el gin-tonic sienta muy bien antes, durante y después de escribir (risas).
MR: Boas de plumas, minúsculos vestidos de lentejuelas, boleros en la pista de baile… ¿cuánta nostalgia cabe en ese imaginario que recrea?
DM: Toda la nostalgia. No sé vivir sin recordar. No quiero. Y la evocación abre caminos infinitos. La nostalgia es la mirada camp con el que veo el mundo.
MR: ¿Sexo o amor? ¿Cumbia o Pink Floyd? ¿Cuál es el motor de estas páginas y a qué ritmo se pasan?
DM: Todo. Por separado y también juntos. Los binarismos no me interesan. Ni tampoco tener que elegir. Yo, de primeras, lo elijo todo y luego voy descartando. El motor de estas páginas es la búsqueda de mi propia voz. Aunque en el fondo sé que esta búsqueda no terminará nunca.
La tristeza proporciona estilo. Las mejores canciones de amor son las de desamor. Las grandes historias acaban con una despedida, las pérdidas son más inspiradoras que los logros y los deseos se acaban cuando se cumplen. Yo prefiero desear que cumplir deseos. Y mientras deseo, vivo”
MR: ¿De verdad tenemos que creerle cuando nos dice eso de Nunca besé a Greta Garbo?
DM: Por cuestión de fechas, es una triste realidad. Por mucho que me pese. Ahora bien, Greta y yo nos hemos besado muchas veces. Lo sé porque lo he soñado.
MR: Massiel, la Dúrcal, Betty Missiego, Mari Trini, Gloria Gaynor… ¿cuántas mujeres inspiran las últimas páginas?
DM: Lo que me inspira, sobre todo, es lo que proyectan. La fascinación, la ilusión, la fantasía… y también lo que representan, lo que insinúan. Las estrellas del pop, del cine, de la televisión, son símbolos. Y nos proporcionan la capacidad de soñar.
MR: Como despedida, díganos hacia dónde tenemos que ir para encontrar El Paraíso.
DM: Hay que seguir la ruta de baldosas amarillas.
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