El siguiente texto se presentó en el Congreso Internacional de la Red de Universidades Lectoras celebrado hace unas semanas (29-30 de septiembre), como conclusión de un trabajo más amplio sobre la Sociedad Lectora, ejemplificado en el análisis de dos obras entendidas como principio y final de un periodo cultural, Werther y Madame Bovary, a lo que se alude en el texto.
Joaquín Mª Aguirre. Imagen: Madame Bovary, Paper Mill Press.
I.
Hemos convertido la Literatura en conocimiento sobre la Literatura y no en parte de la experiencia.
La función de la Lectura es la misma del Arte: ampliar nuestro mundo, no formar parte de un currículo.
El objetivo de la enseñanza de la Literatura es crear buenos lectores, no eruditos.
II.
Uno de mis maestros de Literatura me dijo un día: “Soy un profesor aperitivo. Mi tarea es abrir el apetito”. Con los años descubres que es una gran verdad.
La función del maestro no es juzgar sino estimular. Sin embargo, no es lo más frecuente.
III
La carrera como lector es individual, personal y creativa. Es individual porque cada camino es diferente; es personal porque debe vincularse con la experiencia y es creativa porque debe estimularnos a hacer, sacarnos de la pasividad meramente receptiva.
En la concepción romántica, heredaron de Rousseau una idea: hubo un tiempo en que todos los seres humanos “eran poetas”, eran creativos, luego la aparición de la “razón” hizo que el mundo se fuera especializando y alejándose del lenguaje artístico original y universal. Es un mito, pero algo parecido es lo que nos muestran los psicólogos cuando hablan de la creatividad original del niño y de cómo se va perdiendo por el camino con las rutinas, segando la imaginación.
Nuestro mundo es tecnocrático, burocrático y enfocado hacia la producción dentro del sistema. La educación ha sido una maquinaria para formar personas adaptándolas al grupo y resiste mal los caminos individuales. En la enseñanza del arte, de la pintura a la música pasando por la literatura, lo esencial es lo que Schiller llamó la Educación Estética del ser humano. No basta con convertirlo en espectador o en erudito. Hay que buscar la sensibilidad, que es la que hace que se pueda dotar a cada uno del máximo de lenguajes o códigos para expresarse, para poder encontrarse en los procesos artísticos. El Arte es una forma de expresión y comunicación.
Las dos facetas son importantes.
Comunicarse con los otros y con uno mismo; ser capaces de dar forma propia a lo que sentimos nos sirve para comprendernos y hacernos comprender. Aprendemos a interpretar, más allá de nosotros mismos, a los otros que se nos ofrecen como parte del mundo.
IV.
La formación lectora es esencial, pero no consiste en crear un “lector tipo”, estandarizado y repetitivo, sino en ayudar a encontrar el camino personal hacia la lectura, el encuentro individualizado con el texto que nos abre los ojos a una realidad que se transforma ante nosotros por efecto del impacto artístico. Enseñar a leer es como enseñar a caminar; enseñar a caminar no debe suponer marcar el camino, sino dar la posibilidad de elegirlo.
V.
El futuro de la lectura pasa por el reconocimiento de que existe un depósito o legado literario. Leer no es solo leer cualquier cosa, matar el tiempo, un entretenimiento o descanso, sino una capacidad de reconocimiento estético que permita orientarse hacia caminos múltiples.
Hay que recuperar la idea de la necesidad de un ocio creativo, constructivo, que implica el repliegue sobre uno mismo para formase como persona, más allá de nuestra fiebre evaluadora, una herramienta de poder y clasificación, pero poco eficaz si los objetivos son otros.
El papel de la educación en la formación lectora depende en gran medida del papel y función que la educación se marque. Hay que volver a la persona como centro, algo que se ha perdido en gran medida. No se puede valorar aquello a lo que no se concede valor y la sociedad de la lectura, esa que he querido reflejar con la elección de esas dos obras, Werther y Madame Bovary, se está extinguiendo por su propia dinámica interna, su necesidad de absorber la atención separándonos de nosotros mismo, la creación de formas de ocio masivo altamente rentables que nos llevan por derroteros muy distintos, como el entendimiento de la educación como especialización y necesidad de rentabilizar los conocimientos, etc.
VI.
Desde un punto de vista económico, la industria de la lectura se ha vuelto indiferente a muchos aspectos, eligiendo fórmulas repetitivas de éxito masivo en vez de encaminarse hacia aquello que es legado artístico, centrándose en estrategias para asegurar lectores seriados.
VII.
Se han perdido las voces orientadoras en el universo de la Literatura, que es lo que permite a los lectores adentrarse en los paisajes desconocidos. El silenciamiento de los intelectuales, poetas, etc, convertidos muchas veces en meros promocionadores mediáticos de sus propias obras, está causando un efecto negativo, por lo que los lectores forman sus propias comunidades, sus sistemas de referencias para descubrir caminos y senderos, “obras maestras desconocidas”, que puedan ser compartidas.
Aquí es donde el papel orientador, descubridor de caminos y puntos de parada, de las revistas culturales y literarias es más necesario que nunca. Desgraciadamente el todopoderoso mercado tiende a influir en ellas para convertirlas en formas de publicitación que prácticamente se ocupan de lo nuevo —la novedad— y se olvidan del legado literario.
El valor de lo literario es el que le otorgan sus lectores. Si los lectores solo se guían por criterios de novedad o promocionales, el legado de la Gran Literatura se pierde sustituido por el de la moda y el correspondiente cambio u olvido de lo valioso.
VIII.
Las señales de peligro que nos llegan desde hace décadas suelen ser ignoradas. El efecto del arrinconamiento de lo humanístico tiene sus consecuencias en esta sociedad de méritos objetivables, donde se describe a las personas a través de cuestionarios y su trayectoria se evalúa con dos decimales.
No basta con quejarse del apartamiento de las Humanidades de los planes de estudios de las carreras, llenas de técnicas sin ideas, de rutinas sin demasiado que decir. Hay que cambiar precisamente la visión de la educación que ha llevado a esta situación. Y eso es una lucha difícil, contra gigantes muy consistentes, con riesgo de futuro para el díscolo y el refugio del rutinario.
Estamos ya acostumbrados a hacer solo lo que se considera un mérito evaluable y no a dar batalla por aquello en lo que creemos.
El papel de la Universidad, social e individualmente, debería ser algo más que aquel al que se nos ha reducido. Hay que aspirar a más, a que sea terreno de enriquecimiento personal, de descubrimiento continuo.
IX.
La idea de “universidades lectoras” es magnífica, pero ejemplifica precisamente una carencia, la de la lectura más allá de la pragmática del volcado de conocimientos en fórmulas calibradas de evaluación. Nuestro mundo universitario está cada vez más regulado a través de zanahorias que nos hacen muchas veces olvidar cuál es nuestra responsabilidad social e individual.
Formar lectores es algo más que satisfacer a editoriales o autores; es formar personas en un legado valioso, inabarcable, rico, variado, para todos los gustos y personalidades. Es adentrarse en el mundo de otros y en otros mundos; es la capacidad de manejar simbólicamente lo viejo y lo nuevo para que ninguno de los dos sean extraños para nosotros. Esto nos permite conocernos y conocer más allá del dato. Nos permite madurar al adentrarnos en los terrenos complejos de la Cultura, comprender su riqueza, ser críticos y seguir nuestro camino a lo largo de la vida.
X.
Considerar la Literatura como una “materia” —al igual que las otras formas de arte— tiene un enorme riesgo, el de despersonalizarla, convertirla en una serie conocimientos distantes, vinculados a momentos de la formación y luego prescindibles, como ocurre en la realidad.
El único futuro de la lectura es su interiorización, la conexión emocional e interiorizada con las obras, es decir, la formación del gusto estético. Formar el gusto no es imponer el gusto, sino dar las instrucciones básicas, enseñar a dirigir la mirada para que después cada uno siga por los caminos del placer lector en su evolución personal.
XI.
Mientras todo esto siga ocurriendo, las posibilidades de un futuro lector serán muy oscuras. Las utopías nos mostraban los peligros del poder decidiendo qué se puede leer o no. Eso al menos despertaba el sentido de rebeldía de algunos.
Hoy tenemos de todo ante nosotros, nadie nos prohíbe nada, pero vivimos en una trampa en donde la desproporción de las fuerzas es enorme. Nuestro universo mediático está lleno de cantos de sirenas que nos llaman y, en cambio, está falto de faros que nos dirijan hacia puertos estables de refugio.
Por eso hay que saludar la presencia de cualquier herramienta que se dirija hacia la sociedad llevando el mensaje de la Literatura por encima de muchos otros que atraen la atención con medios más poderosos.
XII.
La formación lectora es esencial en la escuela, pero no está funcionando si vemos los resultados. Y en esto se perciben las diferencias entre las políticas de los países, entre sus políticas educativas especialmente, pero también en las culturales, que se basan en estimular otro tipo de acciones sociales destinadas a la mejora de la cultura. Esto se ha ido degradando por confundir la cultura y su rendimiento económico, valor de mercado, en vez del enriquecimiento de la persona.
Nada es más enriquecedor para un país y su futuro que formar personas con sensibilidad, críticas e independientes, con capacidad de ver el mundo desde muchas ópticas, de ponerse en el lugar de los demás, de comprender otras culturas, otras formas de pensar.
Nuestro presente es más bien distópico para la lectura bajo la apariencia de libertad, por lo que necesitamos recuperar la utopía. Bajo la apariencia de libertad, tenemos muchas y nuevas servidumbres. Ser conscientes de ellas es parte de lo que los Orwell o Bradbury trataron de decirnos. Quizá lo más próximo sea precisamente esa idea de Huxley de un “mundo feliz” en donde se tiene todo lo necesario para no hacerse preguntas.
Leer es hacerse preguntas. Quizá nuestro problema educativo es que damos también las respuestas.
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