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MATAR A GODOT

En su regreso tras el parón pandémico de 2020, la compañía Séptimo Miau volvió a agotar localidades todos los días de representación este mes de diciembre. Su nueva obra, Godot o La muerte no siempre tiene la última palabraescrita y dirigida una vez más por David Llorente, retomará las funciones el próximo enero en la sala El Umbral de Primavera (7, 14, 21 y 28 de enero, a las 21:30 h).

A. Almada. Fotos: Álvaro Berbel


La compañía Séptimo Miau ha vuelto a los escenarios con una obra que parte de uno de los mayores clásicos del siglo XX. Como en Beckett, la trama avanza hacia un personaje permanentemente convocado y, sin embargo, siempre ausente. Si Godot representa el absurdo de la existencia que se reduce a una espera sin final, en Godot o la muerte no siempre tiene la última palabra de David Llorente, ya no importa si Godot aparecerá o no, ni siquiera si Godot ha existido alguna vez, porque después de Beckett, Godot es el nombre de la desesperanza que enterramos cada día.

La obra reúne a la pareja protagonista, Mia y Leo, en un lugar que la espera ha hecho desaparecer. Los protagonistas dialogan y luchan en una noche que no se resuelve más allá de la frontera que marca la estrecha luz que los rodea. Ni Mia puede marcharse en su silla de ruedas, ni Leo puede apartarse de su lado, porque los dos viven en el vacío de la espera. En esa jaula escénica, Ramón Nausía y Laura Leal agitan todas las frustraciones de las que se alimentan sus personajes. Un trabajo interpretativo que exhibe los estados más extremos de la desesperación y también las emociones contrarias que intentan combatirla.

La crueldad que muestran los personajes se equilibra con momentos de ternura; el humor y la ironía apuntalan el absurdo, y el fracaso vital de los protagonistas. Los personajes se mueven entre la autodestrucción y la agresión al otro, bajo la sombra de la locura y la barbarie.

El gran acierto de los actores es lograr transitar de un estado a otro de forma gradual, a pesar de la antonimia constante en la que se mueven sus personajes, sin que ninguna de las emociones vividas se extinga del todo. Mia y Leo ensayan el papel de víctima y verdugo, al borde siempre del patetismo que les exige una existencia dolorosamente anulada.

Poco a poco, el escenario se puebla de más espectros que arrastran la carcoma de su desdicha. Otros personajes se suman a la espera eterna de Leo y Mia, una mujer que no desea ser madre y otra que no quiere dejar de serlo.

Los personajes se resisten a asumir su desgracia. La venganza se ofrece entonces como la única redención para el fracaso, alrededor de él todos preparan poco a poco el altar para la expiación del dolor. Creen que encontrar a un culpable los liberará de su pasado. Si la espera no muere, hay que matar al que la alimenta. Godot es el nombre de la esperanza que destruye, de la mansedumbre ante la herida. La tensión crece entre los espectadores porque la muerte se acerca como única solución posible.

SE ACRECIENTAN EN LA OSCURIDAD

Resulta muy acertada la inmovilidad de los personajes alrededor del escenario antes de actuar, en una doble espera que subraya la marginalidad de sus existencias. Ya en escena, Leire Riesco, Laura Blossom y Elena Kovasi construyen un coro de Erinias en torno a la sombra de Godot. Sus personajes necesitan una víctima para que ellas dejen de serlo. Las actrices transitan con gran intensidad el itinerario hacia el abismo, llevando a sus personajes desde el relato inicial de sus desgracias hacia la determinación final de expiar sus heridas. En cada intervención, evidencian la destrucción interior que arrastra cada personaje. Del llanto al grito, la inmersión es completa. Y ese es otro de los grandes aciertos del autor, que prescinde de un plano temporal y espacial tangibles para conducirnos con más fuerza al interior de cada personaje.

En Godot o la muerte no siempre tiene la última palabra, los protagonistas acrecientan la oscuridad que los rodea. Al igual que en la obra de Beckett, la noche no llega nunca a disolverse. No amanece, porque Godot no va a aparecer como cada personaje espera. El personaje que interpreta Val Núñez es el más simbólico de todos. En él confluyen todas las identidades que construye el individuo sobre su propio vacío. La vida ha sido reemplazada por la muerte antes de tiempo, los personajes viven un tiempo residual que se oscurece sobre el escenario.

La luz y el sonido son el verdadero espacio en el que se eleva la historia. Los personajes se mueven en círculo, la música de carrusel acentúa la claustrofobia sin final de un tiempo y un espacio que quedan anulados por la inmovilidad absoluta de los personajes. El infierno es una espiral que nos devuelve al principio del dolor. El árbol muerto junto al que esperan los protagonistas de la obra se eleva sobre ellos como un tótem caduco. Esa es la última palabra que deja David Llorente en el escenario: aquella que ya no logra nombrar a Godot.


LO

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