Jalil Gibrán nació en nuestra fiesta de la Epifanía en 1883. Tal vez no hubiera fecha más perfecta, más especial ni más a la altura de la personalidad y la circunstancia. Por eso, hoy, 6 de enero, queremos honrar su recuerdo en los mismos términos de magnificencia, y, atendiendo a la variedad de ediciones en el mercado, reivindicamos la mejor traducción al castellano de El profeta: la de Mauro Armiño.
Maica Rivera. Foto portada: The Prophet, Penguin Classics. Imagen interior: Autorretrato con musa (1911).
Dejamos atrás con 2020 el centenario de la renovada sociedad literaria Al-Rabiah al-Salamiyah. Y despertamos lírica y espiritualmente al Nuevo Año de la mano de uno de nuestros grandes autores de cabecera, siempre rozando la Eternidad con su profunda Sabiduría: Jalil Gibrán. Su obra maestra, aclamada por las masas, El profeta, sigue poblando las estanterías de las librerías en diferentes ediciones, alguna incluso muy reciente.
Para leer a este autor, sobre todo este título emblemático, resulta absolutamente imprescindible no errar con la traducción, encontrar la adecuada sin concesiones y, por tanto, sentenciamos con total rotundidad y fervor: da igual la edición, lo que importa es que el traductor sea Mauro Armiño.
Somos muchos quienes nos adentramos en los misterios de esta magistral prosa poética, de insuperable belleza contenida, con la edición clásica de Edaf. Sigue siendo la mejor opción, merece muchísimo la pena no conformarse con la que esté más al alcance de nuestra mano y buscar esta joya con ahínco.
No hace falta actualizar ni una coma del prólogo que para ella escribió Mauro Armiño en el año 1983. Esas páginas comenzaban contextualizando territorialmente el nacimiento del escritor libanés el 6 de diciembre de 1883 en Becharre, hijo de un pastor de ovejas y de Kamile Rahme, hija, a su vez, de un sacerdote maronita, evangelizador de Brasil. Jalil, “el escogido o el amigo amado“, y Gibrán, “el soñador o consolador de almas“, fueron “los nombres familiares y paternos que le fueron impuestos, siguiendo las tradiciones ancestrales, con un significado trascendido por los ideales orientales que iba a cuadrar con su obra futura”.
PROFETA PARA LA ETERNIDAD
Documenta Armiño que la redacción de El profeta fue “labor de muchos años”, ideado como una trilogía. Le siguió El jardín del profeta, póstumo, sobre las relaciones del hombre con la naturaleza; y quedaría sin escribirse La muerte del profeta, sobre las relaciones del hombre con Dios. La meta que persiguió el proyecto literario fue “la búsqueda de la felicidad personal, la búsqueda de Dios”.
Los veintisiete capítulos de El profeta analizan, “con una estructura narrativa muy simple, los temas esenciales del hombre“. Resume Armiño que vemos a Gibrán, en la piel del personaje principal de Almustafa, “abandonando un mundo que no es el suyo, a orillas del mar, para dirigirse, purificado y convertido en voz de la verdad, a sus discípulos, que se limitan a acompañarle, seguirle y preguntar sobre: el amor, el matrimonio, los hijos, el trabajo, la alegría, la tristeza, el crimen, las leyes, la libertad, la razón, la pasión, el conocimiento de uno mismo, la amistad, el tiempo, el placer, la belleza, la religión, la muerte…”.
Es decir, se tratan “los problemas capitales a los que se enfrenta el hombre no de nuestro tiempo, sino de todos los tiempos”. Para abordarlos, con la fórmula de pregunta-respuesta evangélica, el libanés “abogó por un sincretismo que reunió dos ideologías: el pensamiento oriental y el occidental, los dos mundos a los que por vida perteneció“. Hasta el punto de que El profeta, que expone las teorías de Gibrán sobre las relaciones del hombre con el hombre, se referencia como “libro clave para las nuevas culturas que, desde entonces, se han sucedido en el mundo occidental“.
No sorprende que el prologuista y traductor señale la gibraniana como una sensibilidad hermanada, en estos aspectos de simbiosis trascendental, con la del bengalí y primer Nobel de Literatura no europeo, Rabindranath Tagore: en ambos autores, “la vida se convierte en misticismo, lo existencial se hace purificación”.
Para concluir, se enumeran las amplias relaciones de Jalil Gibrán, poeta universal, entre los más leídos y traducidos de la Historia de la Literatura, con el mundo hispánico, subrayándose “su amistad con escritores y poetas como José Juan Tablada y Gabriela Mistral, así como la temprana lectura que de él hicieron figuras como José de Vasconcelos, Ricardo Baeza o Eugenio d´Ors“. Todo ello señala representativamente “el impacto que el autor libanés causó en las generaciones de intelectuales de las primeras décadas del siglo”.
Esta edición escogida de Edaf aporta, además, la mejor presentación conocida del necesario pensamiento gibraniano. Una síntesis de filosofía y actitud que nos resulta ideal como acicate, ahora mismo, para marcar nuestra particular toma de posiciones, literarias y personales, de cara a 2021: “La rebelión de Jalil Gibrán se basa en la paz interior que el hombre necesita para seguir siendo, para vivir de forma auténtica”.
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