Quizá algunos lectores conozcan uno de esos libros extraños (no voy a llamarlo “raro”, que es otra cosa) firmado por el francés Georges Perec con el título Me acuerdo, publicado originalmente en 1978 (trad. Yolanda Morató). La obra es un conjunto de pequeños fragmentos numerados que comienzan todos ellos de la misma manera: “me acuerdo de…”. Son un total de 480 recuerdos con los que Perec, siempre experimentando con la palabra y con lo que esta permite construir, nos acerca a una memoria inconexa y fragmentaria, compuesta por destellos del pasado.
Joaquín Mª Aguirre. Foto portada: Penguin Classics
En la obra hay recuerdos muy variados, reflejando lo que nos llega en un instante. Hay recuerdos como el 22, “Me acuerdo de que un día mi primo Henri visitó una fábrica de tabaco y se trajo un cigarrillo del tamaño de cinco unidos”; el 68, ” Me acuerdo de la época en la que eran necesarios muchos meses, e incluso más de un año de espera, para tener un coche nuevo”; el 76, “Me acuerdo de correr detrás de las motos grandes en el Parque de los Príncipes“; el 145, “Me acuerdo de que me encantaba Escuela de sirenas con Esther Williams y Red Skelton, pero que cuando la vi por segunda vez me decepcionó terriblemente”; el 174, “Me acuerdo de Mayo del 68“; el 207, “Me acuerdo de que cuando Sophie, Pierre y Charles hacían una carrera, era Sophie la que ganaba, porque Charles se rezagaba, Pierre frenaba y Sophie derrapaba”; el 244, ” Me acuerdo de que a Stendhal le gustaban las espinacas”: el 334, “Me acuerdo de la Nouvelle Vague“; el 451 “Me acuerdo de Robert Mitchum cuando decía «Children…» en la película de Charles Laughton, La noche del cazador“; o el último, 480, “Me acuerdo (continuará)”.
Es una simple muestra de lo que no parece tener ningún orden o conexión, solo la forma en que son presentados, sin más. Algunos pueden ser asumidos por el lector (por ejemplo, “Me acuerdo de Mayo del 68“) como propios.
No significa que Perec y nosotros nos acordemos de lo mismo, pero sí que en su mente y en la nuestra hay algo común, aunque no podríamos precisarlo mucho. Otros, como la historia de Sophie, Pierre y Charles son solo suyos, parte de su propia vida. Yo también me acuerdo de Robert Mitchum si he visto La noche del cazador; incluso puedo acordarme de Escuela de sirenas, aunque puede que me haya gustado más o menos que a Perec en la segunda oportunidad, si es que ha llegado a producirse. Lo mío, lo suyo, lo nuestro.
¿Qué tiene de fascinante Me acuerdo? Nada tiene que ver el texto de Perec con una novela o una autobiografía. No hay historia, no hay memorias, solo recuerdos. Sin embargo, nos enseña mucho sobre cómo se construyen las historias, incluidas las nuestras propias.
La primera duda que nos asalta es si estamos ante un texto o ante 480 microtextos. Cuando leemos unas “memorias”, hay un hilo conductor, algo construido sobre una lógica necesaria para que ante quien las lee emerja una figura, una forma, ese “yo” recuperado que se mueve por la historia. El movimiento es la propia historia, la unión de los puntos, un principio y un final. Pero en la obra de Perec no hay hilo, no hay argumento, no hay movimiento en un sentido u otro; solo esas pequeñas explosiones.
Una de las metáforas más extendidas para explicar el texto es precisamente la del collar de perlas. En el lenguaje hebreo la palabra “haruzim” (Véase Judaísmo y límites de la modernidad), que se refiere al “collar ensartado”, se convierte en una metáfora que representa al “poema”. Las perlas se encuentran engarzadas por el hilo que mantiene el orden y la forma del collar. Es la idea del “hilo conductor”, el que articula el texto y nos permite la continuidad y la comprensión. En Me acuerdo, en cambio, tenemos las perlas pero nos falta el hilo de la historia, aquello que une esas piezas creando una conexión.
LA DISCONTINUIDAD DIDÁCTICA
¿Qué es lo que da continuidad a la vida que vivimos? ¿Son las historias, nuestra capacidad de fabular, de fabularnos? Todas esas experiencias, que se convierten en recuerdos, permanecen conectadas en mi memoria, soy capaz de articularlas para que tengan sentido; cuando las ordeno y las asocio, son mi vida. Soy yo.
De la memoria salen, pues, nuestro sentido del tiempo y nuestra identidad. Somos lo que recordamos. Lo que hace la obra de Perec es ofrecernos una experiencia de discontinuidad magistralmente didáctica. Aprendemos que esos recuerdos, sin conexión aparente, no son más que destellos que se apagan al poco sin el soporte de la historia, que los mantiene unidos. Los humanos somos, individual y colectivamente, administradores de memoria, incluso yendo más allá, en fabricantes de sueños fabulados que llegamos a integrar entre las experiencia propias. Yo soy yo y mis fabulaciones, podríamos decir parafraseando a Ortega. En ese segundo “yo” ya están incluidos los recuerdos, los que me convierten en lo que soy, el que se reconoce en mi historia. Soy lo que recuerdo y lo que sueño; lo que vivo y lo que imagino.
Todo soñamos, todos deseamos e imaginamos; confeccionamos nuestra historia. Pero es el artista el que logra convertir su imaginación en historias a las que los demás podemos acceder. Podemos hacer nuestras sus fabulaciones y fantasías a través de la lectura o de cualquier otra experiencia estética; son las que borran nuestras barreras en los instantes en los que dejamos de ser nosotros, situándonos en una posición borrosa, intermedia. Nuestro yo experimenta la vida a través de otros.
Las investigaciones sobre la memoria son fascinantes. Recordar es un acto creativo; produce ese yo fantasmal que se mueve en el pasado como experiencia y se proyecta como deseo hacia el futuro. Recordamos emocionalmente, como nos enseñó Antonio Damasio; conectamos los recuerdos según la lógica del tiempo y el espacio, de la sucesión, de la continuidad del yo. No es el yo quien recuerda; son los recuerdos los que dan forma al yo. Nada más instructivo que el estudio de los falsos recuerdos. ¿Cómo puedo recordar lo que no he vivido?
Escribir es vivir provisionalmente en un yo distinto, en un otro. Es el poder de la fabulación, un sacarme de mí, un realojarse. Perec, en cambio, recuerda sin producir un yo, un pasado con una línea vital. Podrían ser 480 recuerdos de 480 personas distintas. ¿No apuntan a eso mis propios recuerdos? ¿No me acuerdo yo también de Robert Mitchum diciendo “Children…”? Sí, yo también me recuerdo.
Perec libera en la escritura los recuerdos, que salen dispersos. Esta marcado por números, pero no hay orden. ¿Afecta en algo el orden de lectura de los 480 fragmentos? No, para nada. Simplemente son las perlas rodando por el suelo tras la ruptura del hilo.
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