Para no olvidarnos nunca de ellos, Jessie y Céline, aquí dejamos la foto. Un homenaje personal por el 30 aniversario de ‘Antes del amanecer’.
Por Julia García
29 enero 2025
Una antigua amiga me dijo que no puede gustarte Antes del amanecer del mismo modo cuando ya no tienes veinte años. Esta película se estrenó en España a pocos meses de que yo naciera, el verano que mi madre estaba embarazada de mí, lo que quiere decir que estoy, según sus palabras, a punto de entrar en el periodo en el que la película no me alcance del mismo modo. Entiendo el argumento, pero no creo que sea cierto. Esa tesis desestima, precisamente, el punto último que la película trata de mostrar. Aquel que Jessie y Céline (unos jovencísimos e imposiblemente atractivos Ethan Hawke y Julie Delpy) expusieron para la audiencia de 1995 tras bajarse del tren y decidir pasar el día juntos sin conocerse en Viena. The Before Trilogy, al igual que toda la carrera de Richard Linklater, es una reflexión obsesiva sobre el tiempo. El que vivimos y el que perdemos. El que cuenta para algo y el que olvidamos trágicamente y sin remedio. Sus rodajes duran décadas, obsesionado con que veamos el envejecimiento real de sus actores, y sus guiones son trabajos colaborativos en los que los actores improvisan y escriben muchas de sus frases mientras las piensan. No quiere que sientas que ha pasado el tiempo, quiere que lo experimentes de verdad, que puedas verlo. Sus experimentos, pequeños y ambiciosos, actúan como pequeñas cápsulas del tiempo -literal y figuradamente- que intentan observarnos, investigarnos y comprendernos según envejecemos y sabemos que vamos a desaparecer. Son un homenaje a la forma en la que el tiempo avanza sin remedio y nosotros con él. Jesse y Céline hablan, pasean y se enamoran, todo en unas intensas pero escasas horas. Saben que no tienen mucho tiempo y tú sabes que no debes esperar que nada más ocurra cuando lo ves. Sin embargo, intuyes, como ellos, que debes permanecer muy atento.
Tras pasar la noche juntos, Jessie le dijo a Céline, hace ahora tres décadas, junto a aquella ventana en Viena en la que un desconocido tocaba su instrumento, que quería hacerle una foto para no olvidarse nunca de ella, ni de aquel momento. Céline se colocó el pelo, él se separó un poco y fingió disparar con los dedos suspendidos en el aire. Clic. Cuando aquello sucede todos contenemos la respiración, todavía hoy. La foto no solo nos la están haciendo a nosotros, sino que también nosotros la estamos haciendo. Es irónico que una película que reivindica la importancia de no olvidar nunca, de generar más y más recuerdos que nos construyan y completen, cumpla 30 años el año y el mes en el que el cantante de reguetón más famoso del mundo lanza un álbum que reivindica algo idéntico. “Debí tirar más fotos / de cuando te tuve” es algo que Jessie y Céline podrían estar diciéndose todavía hoy. Es todo lo que Richard Linklater intenta advertirnos con sus películas. Tú eres el tiempo que has vivido, nada más, así que recuérdalo. No vives salvo en los recuerdos que tienes.
En mi escena favorita de la película, Jessie y Céline están tomando una cerveza en una terraza en una plaza, el Café Sperl, en Viena, a donde acuden en peregrinación miles de turistas cada año para formar parte de la fotografía urgente que el recuerdo de la película nos permite evocar. Una adivina se acerca ofreciéndoles una lectura de mano. Jessie, el cínico pseudointelectual estadounidense todavía es demasiado joven como para avergonzarse de quién es, lo rechaza en seguida, casi con repugnancia. Pero Céline le dice que sí. La adivina exige dinero, y ella lo paga, para disgusto de él, que se cree demasiado listo para invertir lo poco que les queda. Su dinero es su valor y su imagen, aunque tenga dos euros en el bolsillo. La adivina le dice a Céline que ve, en su mano, que será una mujer fuerte y que es una extranjera en aquel país. Ella está encantada mientras que Jessie no para de resoplar. Hasta entonces, los hemos visto siempre en sintonía, incluso cuando no estaban de acuerdo. La sintonía que se les presupone a los enamorados, a los jóvenes. Pero ahora Céline está viendo, igual que nosotros, un lado de Jessie que no conocía. Igual que todos, igual que ella, Jessie también puede ser un gilipollas y eso no lo va a poder cambiar. Ni ella, ni el amor, ni nadie. Pero en ese momento la adivina lo mira y con la mano de Céline entre las suyas le pregunta: “¿Es un desconocido?”. Ella asiente, lo mira, él se asusta un poco, como si acabara de darse cuenta de lo obvio: esto nunca fue sobre el futuro, ni sobre los podremos adivinatorios; sino sobre el presente, sobre él, sobre Céline.
Polvo de estrellas
Como la propia película, la prueba de adivinación de esa mujer trata de responder a la pregunta última, si Jessie y Céline establecerán un vínculo que se extenderá en el tiempo o si quedarán recluidos y suspendidos en un momento, un recuerdo. “Ah, te irá bien, va aprendiendo”, dice la adivina. Jesse ríe, incómodo, suspira casi aliviado, y Céline sigue mirando a la adivina, quien antes de irse, dice: “Ambos sois estrellas, no lo olvidéis. Todo lo que conocemos es polvo de estrellas, así que no lo olvidéis. Sois polvo de estrellas”. Al final de la película esto mismo se repite, pero de forma literal. Jesse se despide de Céline en el vagón y ambos deciden quedar en ese mismo lugar seis meses después, confiando en que los dos acudirán, pero sin forma de saberlo ni contactar antes. Cuando la escena terminó hace 30 años, ocurrieron dos cosas. Por primera vez, puede que en la Historia del cine, los espectadores esperarían 9 años para saber si aquella “adivinación” era real. Pero, además, el espacio ilimitado de tiempo en el que algo termina se convirtió en el propio lugar de la adivinación, dividiendo a la audiencia entre quienes creían que Jessie y Céline serían solo un recuerdo en la vida del otro, y quienes aseguraban que se reencontrarían pronto y formarían nuevos recuerdos juntos que borrarían los antiguos.
De nuevo, irónicamente, Antes del anochecer, la última película de la saga, acaba con un plano estático larguísimo, en el que Jessie, ya con 40 años, le explica a Céline cómo funcionaría su hipotética máquina del tiempo si ambos decidieran viajar en ella. Yo vi esa película en el cine en el año 2013, con 18 años, cuando aún no tenía la edad que Jesse y Céline tienen en Antes del amanecer. Pero no hizo falta, nunca ha hecho falta. La realidad es que sí existen las máquinas del tiempo, aunque no funcionan de la forma en la que las imaginábamos. Este aniversario prueba que el experimento último de Linklater funcionó. Incluso ahora que lo sabemos. Incluso ahora que sabemos qué les pasó a Jessie y a Céline después de separarse en esa estación, e incluso en las siguientes dos décadas, seguimos acudiendo en peregrinación a su primer encuentro. Seguimos conteniendo la respiración cuando Jessie saca esa fotografía mental. Lo que pasó después importa, pero no tanto. El recuerdo es más poderoso. Puede que la adivina tuviera razón, que seamos polvo de estrellas. Los restos de los recuerdos luminosos y poderosos que formamos, lo que queda de los momentos brillantes, y puede que tengan valor precisamente porque lo sepamos y porque, en parte, todavía vivimos en ellos.