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NOS GUSTAN LOS VAMPIROS CLÁSICOS

En el natalicio de Bram Stoker, honramos su oscuro legado con la recomendación de un título que consideramos imprescindible en nuestras estanterías: el libro Vampiros, editado, perfeccionado y publicado con mimo por la editorial Atalanta. Se trata de la antología más completa y documentada en español, “todo un clásico atalantino”, en palabras de la editora Inka Martí.

Maica Rivera.


 

“Si la tempestuosa belleza del vampiro sigue fascinando a través de los tiempos y en latitudes tan dispares es porque se trata de un mito, puramente moderno, en el que se constelan los miedos y los deseos humanos más profundos en torno al sexo y la muerte”. Así nos presentaba el editor Jacobo Siruela hace una década este mimado proyecto vampírico cuya evolución hemos ido siguiendo de cerca desde los años noventa. Fue publicado por primera vez en 1993, reeditado más tarde en 2001 con nuevos cuentos y una introducción más larga del editor, hasta alcanzarse una nueva entrega en 2010 que añadió tres cuentos nuevos del siglo XX. August Derleth, (editor de Arckham House), introdujo una nueva variante con su vampiro de la nieve; y Richard Matheson (el autor de Soy leyenda), insertó el vampirismo en la cotidianidad contemporánea; sin olvidarnos de la aportación de Robert Aickman, considerado el más grande escritor inglés de cuentos sobrenaturales de la segunda mitad del siglo pasado.

A principios de 2020, celebramos que Vampiros alcanzaba la tercera edición. No sorprende el éxito de un volumen que ha conseguido recoger los más significativos textos cortos de la temática desde los albores del siglo XIX hasta casi finales del XX. Esperado y merecido.

Ante la dulcificación del mito y la alteración de su rol en las últimas décadas, el prólogo de Jacobo Siruela y la panorámica con la evolución del maligno personaje nos permiten hacer pie. Los límites entre el bien y el mal que mucha ficción de nuestro tiempo se empeña en difuminar y confundir, están muy claros en el origen. 

De tan exhaustivo trabajo recopilador de piezas breves, sobresale la abrumadora imagen clásica del vampiro: uno de los grandes iconos que siguen articulando por excelencia la gramática del horror contemporáneo y que “no se habría impuesto a la imaginación y a la conciencia si no hundiera sus raíces en las más antiguas creencias humanas o no respondiera a un arquetipo antropológico de las estructuras originales del pensamiento”. Destacan los dos grandes puntales, Polidori y Bram Stoker. Al monstruo del folclore, Polidori le introdujo la variante aristocrática en el romanticismo. En ella se inspiró Stoker, que dio a su protagonista porte solemne, pero nada atractivo: Drácula es un ser malvado, de aliento fétido, que causa estremecimiento, muy lejos del Gary Oldman con el que el cineasta Francis Ford Coppola quiso embaucarnos en los noventa. 

Para Jacobo Siruela, “el tema vampírico no es un asunto filosófico sino religioso y, en especial, cristiano; ya que el vampiro promete, a través de la sangre (invirtiéndola para convertirla en el alimento de los muertos), la inmortalidad; pero no sólo del alma sino también del cuerpo, lo que constituye la característica destacable que prendió fácilmente en la superstición popular”. El vampiro es una criatura abyecta por definición, incapaz de amar, dice un no rotundo a Dios y pervierte toda esperanza en la salvación prometida en el cristianismo de alcanzar una vida espiritual plena, solo ofrece, colmillos mediante, la más lúgubre continuidad de la vida física en total esclavitud

Querido Coppola, el tuyo no es el Drácula de Stoker, y te lo reprocharemos cada aniversario. Menos mal que nos resarcimos con la joya atalantina.


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