“Es de noche. El cielo se cubre con su manto estrellado. Llega la horade levantar los ojos hacia el firmamento y comenzar a escrutar las fabulosas aventuras de los dioses y las diosas fijadas en las constelaciones”. Elevamos la mirada, seguimos literalmente las instrucciones de Mitos del cielo estrellado. Se trata de una obra perteneciente a la colección Aleteo de Mercurio, una de las variadas y recónditas estancias del ingente Palacio-Laberinto con que podemos identificar alegóricamente Libros del Innombrable, que nos regala con su número siete esta nueva joya, rubricada por Marc García. Texto de muy grata lectura, más en esta etapa de decadencia que estamos atravesando.
Frank G. Rubio. Imagen portada (libro): La Cabellera de Berenice junto al Boyero (Sydney Hall. Urania´s Mirror. Londres, 1924). Foto interior (libro): Orión, Johannes Hevelius (Uranographia. Danzig, 1960).
Aleteo de Mercurio devuelve, en sus muy escogidos libros, “lo mucho que los autores han recibido a través de la enseñanza simbólica, el mito y el arte en sus múltiples expresiones tradicionales”. Marc García, por su parte, es colaborador, desde hace más de veinticinco años, de la revista Symbolos: Arte – Cultura – Gnosis, en la que ha publicado diversos artículos. También es coautor, entre otros significados trabajos, de las obras colectivas: Hermes y Barcelona (Mediterrània, 2004) y La Logia Viva (Obelisco, 2006). Escribe periódicamente en su blog Astronomía Hermética y Cosmografía (Un recorrido por los símbolos del Cielo y de la Tierra) perteneciente al Anillo Telemático de Symbolos.
Recuerdo aún con placer y agradecimiento la lectura de los dos primeros títulos de la colección Aleteo de Mercurio, de los que hice oportuna reseña, La Máscara Real y su Simbólica (Mireia Valls y Marc García) y Las diosas se revelan (Mireia Valls con la colaboración de Lucrecia Herrera), ambas obras de arrebatada inspiración consagrada al Bien, la Belleza y la Verdad. Como todas las publicaciones donde Raúl Herrero concreta su saber, la calidad de impresión y edición es más que notable.
Cuatro autores pertenecientes al mundo clásico constituyen la clave de bóveda de este libro. Eratóstenes de Cirene (276-194 a.C.), primera persona en medir la circunferencia de la Tierra y fundador de la Geografía y la Cronología, autor del libro Catasterismos, que, como señala el título, está dedicado a la transformación en astros de los Dioses. Arato de Solos (Cilicia), cuya vida transcurrió entre el 310 y 240 a.C., y de cuyo poema didáctico-astronómico, Fenómenos, proceden numerosos materiales.
No podía faltar el Astronomicon de Manilio, poeta y astrólogo del siglo I, contemporáneo de los dos primeros emperadores, ni el voluminoso manual mitológico astronómico de Cayo Julio Higinio (64 a.C.-17 d.C.), que fuera bibliotecario del divino Augusto.
Acompañan a los textos mitológicos, que exponen el sentido de las configuraciones estelares, ilustraciones de gran belleza procedentes de muy diversas fuentes y que abarcan varios siglos. A destacar: Johannes Hevelius (1611-1687), astrónomo nacido en el Reino de Polonia y autor de un Atlas estelar que contenía con relación a su tiempo siete nuevas constelaciones hoy aceptadas; Alexander Jamieson (1782-1850), escocés, autor de un valioso Atlas Celestial dotado con imágenes de gran calidad artística; y, finalmente, entre otros varios no menos destacados, Fernando Gallego (1440-1507), autor del bello mural uranográfico: El Cielo de Salamanca, sito en la bóveda de la antigua Biblioteca de las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca.
CIELOS QUE SON ABISMOS
La memoria activa, a cuya preservación están consagrados los buscadores del conocimiento, encuentra en el cielo estrellado un vasto repositorio de historias arquetípicas que se desarrollan en un eterno presente. No sólo las doce constelaciones del Zodíaco, sino también la Vía Láctea y numerosos asterismos localizados en muy diversas constelaciones, conforman la residencia de numerosas narraciones míticas esenciales para nuestro conocimiento de sí como miembros que somos, de pleno derecho, de la civilización occidental.
Los Trabajos de Hércules, las gestas de Teseo y Perseo, los devenires órficos, la presencia sutil y enigmática (muchas veces terrible) de las Diosas (Afrodita, Hera, Hécate, Artemisa, la madre Rea), los periplos gnósticos y a la vez oceánicos de los Argonautas junto con los amores y cóleras de Poseidón o el Supremo Zeus, entre otros muchos contenidos, llenan estas páginas.
Sin obviar, claro está, el hilo conductor del dios de los pies alados, psicopompos e inventor de la escritura, y la presencia mortífera y aleccionadora de numerosos monstruos; pues los cielos son también abismos (de ahí la necesidad de los Polos), como bien intuyeron los egipcios, que supieron atraerlos a la Tierra e integrarlos en una inigualable síntesis iniciática y metacósmica.
Sin el magisterio de Federico González Frías (1933-2014) que recorre sus páginas, ni el brillo favorable del “Lobo Celestial”, este libro habría sido difícilmente posible. Oportunas, pues, son sus palabras para cerrar esta modesta reseña, más aún en esta etapa del devenir crepuscular de una humanidad terminal señalada por la presencia infausta de los más viles sopladores que pretenden oscurecer los cielos, y anular las influencias celestes, con el zumbido telúrico de un enjambre de siniestros satélites.
Frente al poder destructor y disolvente del tiempo horizontal, que deviene en un flujo y reflujo perenne, el acontecimiento mítico posibilita un puente vertical que enlaza con un orden de realidad diferente, supra-histórico por su misma naturaleza.
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