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LOS JUEGOS INFINITOS CON IDA VITALE

Puede que el Arte sea quitar y no poner. Puede que el Arte sea ir de lo complejo a lo sencillo sin perder nada por el camino. Sí, puede. Si así ocurre en el arte, puede que así ocurra en la vida, un trayecto sin sentido que fingimos que lo tiene. Quizá todo Arte sea un fingimiento, un asumir que las cosas pasan por algo aunque no sepamos explicarlo. Lo que tiene sentido en un lienzo, en una página, en el gesto de un actor, puede revelarnos algo sin pretenderlo, como un destello, una epifanía.

Joaquín M. Aguirre. Foto portada: Palabras que me cantan (Homenaje al Premio Cervantes. Universidad de Alcalá).


 

Hace mucho que no recuperaba esta palabra que el Arte Contemporáneo, aquejado de ingeniería constructiva, había desterrado. Sin embargo, puede que no haya otra más poética, entendiendo precisamente el carácter revelador: Epifanía.

Me han venido a la mente viejos escritos sobre la idea de epifanía —no olvidados— al leer uno de los poemas de la uruguaya Ida Vitale, con la que nos galardonamos al ofrecerle el Premio Cervantes en 2018. El poema se titula “Sumas” y apareció en su obra Reducción del infinito —toda una declaración—, del año 2002. Yo lo rescato de la edición de sus 40 poemas leídos en la Residencia de Estudiantes, que celebran el acto del 6 de octubre de 2008.

Caballo y caballero son ya dos animales

Uno más uno, decimos. Y pensamos:
una manzana más una manzana,
un vaso más un vaso,
siempre cosas iguales.

Qué cambio cuando
uno más uno sea un puritano
más un gamelán,
un jazmín más un árabe,
una monja y un acantilado,
un canto y una máscara,
otra vez una guarnición y una doncella,
la esperanza de alguien
más el sueño de otro.

Podemos pedirle muchas cosas a la poesía. Cada uno tendrá formas y temas. A mí me llega este poema porque se abre y me abre el mundo en su sencillez. Me hace saltar de las sumas de lo igual a la infinita riqueza de un desorden asociativo que me hace indagar en el azar, en las extrañas conexiones que me propone. ¿Qué conexión hay entre el sonido envolvente y metálico del gamelán indonesio y un puritano bajado quizá de un Mayflower imaginario? Escucho un rato el sonido del gamelán que mantiene mis oídos en guardia por si salta la conexión de ese uno más otro. ¿Cuál es la suma, qué cantidad resulta? ¿Y de una monja y un acantilado? ¿Será La monja alférez, de Thomas De Quincey, nuestra Catalina de Erauso, y los acantilados los blancos de Dover? ¿O será la monja sangrante (Bleeding Nun), que me aterrorizaba en la novela gótica El monje, de M. G. Lewis; pueden ser los acantilados de mármol de Jünger?

¿Cómo se sumarían esas extrañas unidades de incierta procedencia y naturaleza? Esa es la maravilla del Arte, del lenguaje y de la poesía misma. No se trata de lo que nos cuenta, sino de lo que nos abre como posibilidad infinita, como sugiere el propio título de la obra origen del poema.

Hay poetas musicales, como los hay visuales o conceptuales. Luego están los que siembran palabras al viento y esperan que se junten al azar, que caigan sorprendiéndonos con esas sumas.

El poema de Ida Vitale es sencillo. Un poema sencillo no es fácil de escribir. Más difícil, incluso, de pensar, porque nada es más huero que la sencillez prefabricada. Hay que vivir mucho, recorrer mucho camino para hacer coincidir “la esperanza de alguien / con el sueño de otro”, tal como se cierra el poema. Quizá ahí resida el secreto de la felicidad compartida a la que el Arte aspira, en juntar esperanzas con sueños, en dejar de lado lo que es igual y empezar a salir de la monotonía, del tedio, otra palabra pecaminosa en tiempos de diversión por decreto.

Entre los 40 poemas que Ida Vitale leyó en la Residencia de Estudiantes había varios inéditos que la poetisa ofreció, un detalle que dice mucho de la celebración pública de la poesía. Su título es “Programa” y dice en su tercera parte, la final:

Abre los ojos
a cada parcela de mundo,
brotes de encino o rostro apático.
Una vez más quedarás deslumbrada
o buscarás tus culpas en el aire:
todavía eres presa de la vida.

Creo que hay una conexión vital entre ambos poemas y, efectivamente, una declaración programática, un proyecto de vida y Arte. La riqueza ambigua de la expresión final, “presa de la vida” es la misma distancia entre el “deslumbramiento” y la “culpa”. En tiempos vacíos, huecos, podemos dejarnos atrapar por la vida misma y por el juego infinito de las combinaciones que esas sumas nos permiten.

Los ojos abiertos, sí. Nada define mejor al artista que esa expresión, pero no es exclusiva suya. La idea de que nacemos abiertos al mundo, a la sorpresa, al juego y que lo vamos perdiendo en rutinas alienantes, convierte a las poesía en herramienta que nos deslumbra entrenando nuestra mirada para volver a percibir el mundo en su generoso desorden imaginado. Puede que nunca lleguemos a entender cómo se gestó en nuestra especie el lenguaje, pero ¡podemos usarlo para tantas cosas! Podemos hacer tantas sumas con solo mantener la mirada lúcida sobre el mundo. Ver y mirar no es lo mismo. Mirar para ver; ver para quedar presos de la vida, enredados en lo que el mundo nos ofrece a cada instante y que nuestra habitual ceguera ignora.

El arte desautomatiza. Nunca hemos mirado tanto y hemos visto tan poco.


LO

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