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VIVA EL CÓMIC CLÁSICO: INGENUO Y MALVADO

Casi llegados a fin de año, lo cierto es que no hemos dejado de celebrar todos estos meses de 2022 el rescate que Dolmen se ha marcado del primer volumen de La decimotercera planta, un clásico británico de los 80 que seguimos disfrutando con nuestro más encendido entusiasmo lector y coleccionista. 

Alberto Ávila Salazar


La editorial Dolmen ha rescatado este año del olvido un clásico olvidado del cómic inglés, La decimotercera planta, obra de los guionistas británicos John Wagner y Alan Grant y del ilustrador español José Ortiz.

Las razones para rescatar esta serie del olvido no se basan en la curiosidad de contemplar una muestra trabajos de José Ortiz en el mercado británico. Las incursiones del llorado maestro valenciano en el cómic foráneo han sido abundantes y celebradas. Trabajó en los años 70 en la mítica editorial estadounidense Warren Publishing donde despachó más de 120 historietas y llegó a ilustrar dos números de la serie Vampirella.

Estoy seguro de que la decisión editorial tampoco pretende reivindicar a los guionistas Wagner y Grant, un insólito y muy canalla tándem que inundó el mercado inglés con sus locas historias que aparecían en los sellos 2000 AD o Eagle y que, a principios de los años noventa, desembarcaron en el mercado norteamericano para escribir una divertida y larga etapa de Detective Comics —cabecera protagonizada por Batman— ilustrada por el prematuramente fallecido Norm Breyfogle.

No, como decía, rescatar La decimotercera planta no tiene nada de decisión editorial oportunista, sino que tiene la más que honorable intención de publicar, con 38 años de retraso, un cómic asombrosamente desconocido, olvidado y que tiritaba de inédito en España.

La trama es bien sencilla, cuenta la historia de un ordenador que, en un futuro incómodamente similar al presente —al presente inglés de 1984, recordemos— se encarga de procurarle la máxima felicidad a sus inquilinos. Se trata una trama orwelliana, llena de sentido de humor y que, de una manera insidiosa, sirve para hacer un magistral y desinhibido retrato de la Inglaterra thatcherista de los años 80.

UN TEBEO DULCEMENTE PERVERSO

En estos tiempos en los que el cómic ha conseguido reivindicarse y alimentar buena parte de nuestra cultura popular, es bueno recordar esos otros tiempos en los que se trataba de un fenómeno más bien esquinado, ignorado en el mejor de los casos, y considerado una nefasta influencia para la juventud en el peor de ellos. Y esto es lo que consigue La decimotercera planta, resultar inocentemente peligroso y desinhibido, preocupado solamente en generar sensaciones a sus lectores —prepúberes ingleses de escaso poder adquisitivo— sin abandonar algún sano escalofrío puesto que, recordemos, este es un tebeo —¡qué maravilla esta palabra!— cuyo género se podría adscribir a la ciencia ficción un poco terrorífica.

El dibujo de José Ortiz, casi huelga señalarlo, es brillante y se ajusta a la perfección a las historias hilvanadas por Wagner y Grant. Su trazo nervioso y suelto, saturado de masas negras y un tenebrismo sucio nos lleva por los pasillos de un edificio donde se reúnen todos los terrores callejeros que paralizaban —y paralizan— la sociedad británica. Usureros, prestamistas, arrendadores, skinheads, quinquis y funcionarios del ayuntamiento son los auténticos villanos de un teatro macabro en el que Max, nuestra amiga la computadora, cada vez que quiere hacer el bien, se hunde cada vez más en la miseria en una trama felizmente improvisada y elástica.

Probablemente La decimotercera planta no tenga los ingredientes para ser una obra maestra, pero sí los tiene sobrados para hacerse un sitio de honor en las estanterías de los que tenemos nostalgia de esos tiempos en que los tebeos eran dulcemente perversos e ingenuamente malvados.


LO

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