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Las llamas de ‘Hellraiser’ prenden en agosto

Las primeras páginas transcurren una tarde fechada el 21 de agosto. Cómo olvidar aquel crepúsculo de la novela de terror más icónica de Clive Barker que presagiaba un otoño siniestro en nombre de la nefanda estirpe de los llamados ‘cenobitas’. Recordémoslo, ahora que está de moda leer sobre el estoicismo, ¿por qué no repasar apuntes sobre hedonismo en estos otros registros más… descarnados? Literalmente.

Por Maica Rivera 

Foto: Hellraiser (Clive Barker, 1987).

21 agosto, 2024


Fue en la década de los 80 cuando Clive Barker nos envenenó, por alusiones, los atardeceres de finales de verano. Desató nuestras pesadillas a golpe de campanadas infernales, un tañido que formó parte de un ritual al que de nada faltó para dejarnos acogotados con el libro en el regazo y, poco después, azorados frente a la pantalla de cine con el encanto del bajo presupuesto. La mirada aviesa del escritor y cineasta, artista visual británico para más señas, nos descubría los secretos de la caja de Lemarchand, un ingenio maldito que prometía los placeres supremos al que resolviera su mecanismo de rompecabezas pero que, en verdad, lo que hacía era liberar el mal en su versión más dolorosamente visceral (sí, en el sentido muy literal, y todos tan contentos y ochenteros, ¡que viva el slasher!). Era una suerte de horror cósmico e interdimensional el que se nos revelaba. Así, de primeras, antes incluso de que se pusiera más chunga la historia y nos salpicara mucho de rojo, un terror nada recomendado para claustrofóbicos, porque nos dejaba atrapados en una habitación cerrada, dentro de una casa abandonada desde hace años, con monstruo escondido: un criminal llamado Frank Cotton, castigado no tanto por depravado como por invocar alegremente fuerzas ocultas y alejadas de la comprensión humana, y, por ello, reducido a la mínima expresión de existencia y con la necesidad urgente de una cómplice, que será su cuñada y amante Julia, para darle la sangre fresca con la que recomponer su organismo deshecho. Los culpables del desaguisado cruento y, por ende, de la condena de Cotton, son unos demonios sadomasoquistas muy arquetípicos, llamados “cenobitas”, con un líder al que acabaríamos conociendo como Pinhead por tener una feísima cabeza que poblaría nuestras peores pesadillas: blancuzca y calva, llenita de clavos. Y así, dándole la vuelta a las bondades prometeicas, con una estética perturbadora entre el punk y el gótico, marcó un hito en el terror que revolucionaría desde la literatura popular en nombre de la Nueva Carne.

Sin embargo, el paso del tiempo no ha sido benévolo con el universo Hellraiser. La acumulación de películas de la franquicia durante cuatro décadas ha hecho que nos perdamos entre secuelas, reboot y secuelas del reboot, amortizados o por venir. Además, seguimos esperando la traducción al castellano que haga justicia a la novela corta Hellraiser. The Hellbound Heart (1986). Es por eso que reivindicamos a Clive Barker en el origen, para leerle y verle. Preferimos la historia revestida de cuero vintage made in UK. Al menos, hasta la fecha.


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