Salir de la rutina se ha convertido en una necesidad de primer orden. Tal vez por eso nos asaltan más de lo habitual las más variadas cuestiones literarias, y nos atraen libros peculiares como éste, especialmente atractivo para curiosos del género: El misterio de Ardlamont. Sobre la pista nos pone la muy autorizada voz de Daniel Smith, periodista estadounidense considerado uno de los mayores expertos actuales en la obra de Conan Doyle.
Texto y fotos: Silvia R. Coladas.
A estas alturas es una perogrullada recordar que la literatura tiene infinidad de utilidades y que sería un dislate no aprovecharlas todas en este tiempo de cuarentena. Lo primero es que nos permite viajar en el tiempo y el espacio sin vulnerar las normas de confinamiento, claro. Pero también nos ofrece otras opciones más personalizadas al gusto como tomar prestadas identidades con las que hacer locuras, vivir aventuras en galaxias lejanas o conquistar el amor de una princesa en apuros. Qué sé yo. Sin embargo, lo más importante es que la literatura nos mejora porque nos hace un poco más sabios, un poco más críticos y un poco más felices. Ahí es nada.
Por todas estas últimas razones, queremos recomendar para estos días la lectura de El Misterio de Ardlamont. Guiados por Daniel Smith, en este libro publicado por Larrad nos trasladamos a la Escocia victoriana de finales del siglo XIX. ¿Qué está ocurriendo en ese momento? La fiebre por las historias de Sherlock Holmes está en su punto álgido, pero su creador, Arthur Conan Doyle, comienza a renegar de su propio vástago literario. La Criminología empieza a considerarse Ciencia y la Medicina forense tiende a su consolidación. Es en este magnífico decorado, que parece casi preparado a propósito, donde acontece un suceso cuya investigación policial hará convulsionar a la sociedad británica de la época.
Todo empieza en la finca Ardlamont, el 10 de agosto de 1893. Un apuesto y joven aristócrata, teniente del ejército, Cecil Hambrough, aparece muerto con un tiro en la cabeza durante una jornada de caza.
Lo que parece un accidente en un principio, -todos están predispuestos a creerlo así-, se acaba convirtiendo en uno de los casos más polémicos y controvertidos de los tribunales de la época. Y es que al poco de haber sido enterrado el joven Cecil, comienzan a brotar como hongos tras un día de lluvia, numerosos indicios de asesinato.
Lo primero que hay que aclarar es que nos encontramos ante un hecho real, aunque la trama se desarrolla con personajes que tuvieron una relación directa con el creador de Sherlock Holmes -los eminentes médicos forenses Joseph Bell y Henry Littlejohn– y la historia está novelada.
Se trata de una muy exhaustiva recreación de un caso que supuso todo un trending topic en la época y que marcó las carreras profesionales de muchos de los que en él participaron.
INSPIRACIÓN HOLMESIANA
Los personajes que intervienen en el suceso son dignos de tener cada uno su propia biografía publicada y, si le queda alguna duda, siga leyendo. Empezamos con la familia de la víctima, los Hambrough, propietarios del castillo gótico de Steephill Castle en la isla de Wight, visitado por la reina Victoria y su esposo, el príncipe Albert. Dudley Hambrough, el padre de Cecil, en su empeño de codearse con la flor y nata de la sociedad, de estar siempre en los círculos más elitistas, fue capaz de desangrar su patrimonio hasta quedarse apenas sin nada a pesar de la gran fortuna heredada.
Por otro lado, nos encontramos con los compañeros de cacería de la víctima, y presuntos agresores, Alfred Monson y el señor Scott, individuos de pasado y presente oscuros. Monson, tutor de Cecil, involucrado siempre en complicados tejemanejes financieros, haciéndose y rehaciéndose a sí mismo continuamente, fascina desde el principio y es el paradigma de que la realidad supera siempre a la ficción. Su mujer, Agnes, no le va a la zaga. Dama exquisita y elegante decide envolverse en un velo durante el juicio de su esposo, para ocultar su rostro pero también sus sentimientos. Enigmática y atractiva, no hay que perderla de vista. Tampoco al señor Scott con su turbia y cenagosa identidad, siempre presente a pesar de ser el primero en desaparecer tras el terrible suceso. Pero las estrellas que refulgen en la investigación criminal son los eminentes médicos forenses Joseph Bell y Henry Littlejohn, quienes con sus innovadores métodos científicos y su razonamiento lógico y deductivo, sirven de auténtica inspiración para que el gran Arthur Conan Doyle, de vida a las investigaciones de Sherlock Holmes. Las curiosas leyes escocesas de la época, el sistema del jurado, y todos los demás elementos judiciales pondrán la guinda para hacer que el proceso contra Monson y Scott sea uno de los más apasionantes litigios de la historia de la justicia británica.
La documentación del autor para escribir esta literatura detectivesca sorprende por la atención al detalle que lleva al afán por recoger incluso diálogos verídicos que Bell sostuvo con sus alumnos e incluso la correspondencia íntima intercambiada entre los implicados en el crimen y las transcripciones del juicio. Y más interesante para los aficionados al género: el caso fue seguido de cerca por Arthur Conan Doyle y presenta muchas similitudes con los del famoso detective.
Gracias a Daniel Smith y su perfecta reconstrucción de los hechos, podemos disfrutar de los misterios que a día de hoy siguen rodeando el caso Ardlamont y comprobar que continúan en plena vigencia las enseñanzas de nuestro entrañable Sherlock Holmes: Lo que uno hace en este mundo no tiene importancia. Lo esencial es lo que uno puede hacerle creer a la gente que hizo.
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