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El hombre que se atrevió a soñar

Un recuerdo para Julio Verne por su natalicio.

Por Pablo Martínez García

8 febrero, 2025


Hay una línea muy fina que divide a la humanidad. Es mínima, difusa y se suele cruzar en ambas direcciones a lo largo de una vida, pero tiene un peligro: puede convertirse en un Rubicón, de manera que una vez cruzada no hay vuelta atrás. Esa fina línea son los sueños. La división de la que hablo es entre soñadores y no soñadores. Los soñadores hacen avanzar al mundo. Después llegan los realistas, que trabajan sobre las bases dejadas por los que ponen los límites en su imaginación. ¿Cuánto hay de avance en la humanidad porque alguien una vez imaginó que algo se podía hacer y otro lo quiso realizar? Las respuestas nunca son sencillas de alcanzar, pero sí podemos hablar de un soñador que nos impulsó, inspiró y motivó, como especie y a través de su literatura, a poner nuestra meta más allá de lo posible hasta hacer de lo inalcanzable una realidad. Se llamaba Julio Verne. Nació en la convulsa Francia posterior a Napoleón (si suponemos que la Francia napoleónica y anterior no era convulsa, mucho decir…). No es un año aquel 1828 que nos invite a pensar, a priori, en grandes avances tecnológicos, pero acaso desde nuestra óptica. El pequeño Julio creció en una familia acomodada y en un ambiente en el que el mundo, de modo similar a como sucede hoy, cambiaba constantemente. En el marco de las revoluciones industriales que asolaron Europa en los siglos XVIII y XIX (digo asolaron porque para muchos fue la desaparición de un mundo, como tan bien reflejó Tolkien, por ejemplo, en El Señor de los Anillos) la técnica avanzaba a pasos agigantados con nuevas máquinas, ingenios navales y otros artilugios que hacían soñar a ese niño. Como se crio en Nantes, y el mar siempre es un camino y no un obstáculo, Verne siempre se sintió fascinado por lo que habría más allá. La anécdota nos dice, no en vano, que con 11 años intentó embarcarse como polizón rumbo a la India. No es fácil, dado el carácter novelístico del personaje, dilucidar si aquella pretensión fue real, pero se non è vero, è ben trovato. Lo que si es cierto es que se trasladó a París para estudiar Derecho por deseo paterno, pero la literatura latía en ese joven corazón y pronto comenzó a frecuentar círculos artísticos y literarios, conociendo a personajes de la talla de Dumas. Supongo que eso no apaciguó mucho a nuestro Julio.

Todos los viajes extraordinarios

De entre lo mucho que escribió, destacamos hoy una serie de títulos que son cumbre del género de aventuras y ficción, y que podríamos enmarcar en las llamadas novelas de Los viajes extraordinarios que arrancaron con Cinco semanas en globo (1863), una obra muy enmarcada en una época crucial de los inicios del colonialismo y la expansión de las potencias europeas en África. El éxito llevó a Verne a los brazos del editor Hetzel, o tal vez fuera al revés, pero en cualquier caso comenzó una fructífera relación que posibilitó que Verne se pudiera dedicar a escribir. Las siguientes novelas destacadas fueron Viaje al centro de la Tierra (1864), De la Tierra a la Luna (1865), Los hijos del capitán Grant (1867) Veinte mil leguas de viaje submarino (1870) o La vuelta al mundo en 80 días (1872).

Cada uno de estos libros pueden considerarse por sí mismos obras clave de la Literatura Universal, pero si nos trasladamos al contexto en el que fueron escritos, publicados y leídos, el impacto que debemos imaginar es aún mayor. Los lectores del momento descubrían con cada uno de ellos todo un mundo que no habían imaginado antes, posibilidades infinitas y territorios desconocidos que explorar y con los que disfrutar, muy mezclados con el espíritu científico del momento. Esto les asombraba y los convertía en partícipes de un sueño colectivo que les reunía (y reúne) en torno a un sueño, el del futuro y lo desconocido. El mundo onírico y la ciencia se entrelazan en la obra de Verne, pues a los avances técnicos del XIX (un mundo lleno de gabinetes de investigación, clubes de científicos y academias) sumaba las teorías y su propia imaginación, lo que lleva a sucesos como imaginar que un proyectil lanzado desde Florida podría llegar a la Luna, como sucede en De la Tierra a la Luna. Casualmente, desde Florida partiría la nave Apolo 11 en 1969.

Las novelas de Verne siempre dejan enseñanzas claras que fijan un rumbo que trazó con su pluma en el papel, un punto de vista muy derivado del método científico. En Viaje al centro de la Tierra, por ejemplo, hay un momento en el que uno de los personajes dice: “La ciencia, muchacho, está hecha de errores, pero de errores que es bueno cometer, porque conducen poco a poco a la verdad”. Pocas citas literarias son tan claras para relacionar Ciencia y una forma de entender el mundo. La capacidad de imaginar lo desconocido, debemos subrayar, es una de las claves de la obra del autor francés. Valiéndose de la Ciencia y los avances de varios ingenieros europeos, como Monturiol o Bauer, imaginó el Nautilus y nos enroló en la tripulación del capitán Nemo para sumergirnos en los mares, lugares que no se podían conocer de ninguna manera, por lo que las posibilidades para esa vibrante mente eran infinitas. Conociendo la superficie, imaginar lo que hay bajo ella.

Nadie delante, pocos después

Más a la vista esta el cielo, pero mientras uno podía navegar en el mar no podría hacerlo en el cielo, más que en globo y de manera muy limitada y rudimentaria. Ahora bien, la combinación de elementos para realizar un viaje aun no era habitual, pero el avezado Phileas Fogg hubo de realizar una atrevida apuesta y junto a su fiel Passepartout usaron globo, barco, caballo y cualquier medio a su alcance para dar la vuelta al mundo en 80 días. Es uno de los libros más aventureros de Verne porque que hay más imprevisto que en un viaje, ¿dónde pueden surgir historias y avatares no planeados si no en una aventura así? De nuevo lo desconocido, ir más allá, la aventura y la amistad. Julio Verne plasmó como nadie antes y muy pocos después el sueño como posibilidad, el escribirlo como camino para lograrlo e impulsar a otros a hacer realidad lo que uno ha soñado. Esa frase que se le atribuye, que decía: “todo lo que una persona puede imaginar, otra puede hacerlo realidad”, refleja ese anhelo de soñador, que para mí es lo mejor de Verne.

En un momento como el actual, en el que los avances tecnológicos no solo nos rodean, si no que nos consumen, devoran y escupen casi a un mismo tiempo, tal vez deberíamos recuperar la calma que la lectura de Verne nos aporta. Abrir un libro y estar dispuesto a soñar es, en el mundo de hoy, un hecho revolucionario al alcance de muy pocos. Soñemos.


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