Esta es la historia de un encargo. En 1867, Thomas Nilsen, editor y amigo de la familia Alcott, hace un trato con una mujer joven y brillante, Louisa May Alcott, la hija predilecta del filósofo trascendentalista e ideólogo de la escuela libre Amos Bronson Alcott. La joven llevaba escribiendo para The Atlantic Monthly desde 1860, y ya había publicado decenas de historias de misterio y algunas pequeñas novelas bajo el pseudónimo de A.M. Bernard, despertando en Nilsen el interés por su potencial comercial. Es probable que fuese aquello lo que les impulsó a reunirse aquella tarde en la que el editor le propuso a la escritora un trato que cambiaría el futuro de la literatura decimonónica para siempre.
Julia García. Imagen portada: detalle Little Women (Macmillan). Imagen interior: fotograma de Little Women.
Si ella escribía una “historia para chicas”, le dijo Nilsen, algo que el público juvenil mayoritariamente femenino de la época pudiera comprar, él publicaría algunos textos de su padre. La suerte no había acompañado en la faceta pública a Bronson Alcott en los años anteriores. Su proyecto de escuela libre, Temple School, había fracasado, y los Alcott se habían refugiado como nómadas de un lugar a otro de Massachusetts en condiciones precarias, pero la peor parte se la había llevado su reputación. La joven Alcott había visto cómo las ideas de su padre, un hombre que soñaba con el Edén en la Tierra de una nueva educación no tradicional, se frustraban, y con ellas el interés del público, amigos y vecinos por lo que el filósofo tuviese que decir.
No era sencillo encajar a Bronson Alcott en los parámetros de la filosofía y el ensayo de la época. Su experimento terrenal, Fruitlands, una comunidad utópica de ideas trascendentalistas a la que había arrastrado a su familia y que se había hundido casi antes de comenzar, había generado entre los editores una mala prensa quizá no del todo inmerecida. Pero Louisa May Alcott, quien llevaba ya un tiempo sacando adelante a su familia con trabajos de todo tipo, sabía que había sido el empeño de su padre en su educación lectora el que la había hecho interesarse por la pluma en primer lugar. Si ella era escritora era, en parte, por él, y ella lo sabía. Al igual que su padre sabía que la escritora de la familia era, y siempre sería, ella. Quizá por eso Bronson Alcott insistió en que aceptara aquel trato, pese a las reticencias iniciales de su hija, quien aseguraba no estar interesada en escribir la clase de textos que Nilsen estaba buscando. Y quizá debido también a la insistencia paterna, ella aceptó.
El destino quiso que Alcott escogiese una historia parcialmente autobiográfica para aceptar aquel encargo. La autora aseguraría después que lo hizo por simple cercanía, pues nunca le habían gustado mucho los niños y no sabía mucho de ellos, así que decidió usar sus propias experiencias personales. En dos meses de escritura voraz y constante, decidió dar forma a una familia compuesta por cuatro hermanas, cuya infancia en una idílica casa en el estado de Massachusetts (basada en sus años en Orchard House, el hogar en el que más tiempo pasaron los Alcott), daba lugar a todo tipo de aventuras y desventuras divertidas y sencillas. Nada parecía indicar, ni para Alcott, ni para Nilsen, ni para nadie en aquel momento, que estaban ante el acontecimiento literario que marcaría la narrativa americana contemporánea durante generaciones.
DEJAR TU HUELLA EN EL MUNDO
Mujercitas, así lo llamó. El primer tomo se publicó en 1868, en tiempo récord, y su éxito fue mucho más allá de un término tan simple como “arrollador”. Decenas de cartas comenzaron a llegar a las oficinas de Nilsen, cada semana el editor se las enviaba a Louisa May Alcott, quien veía, estupefacta, como la historia que había creado conmocionaba a las lectoras de su época. Las chicas que leían las aventuras de Jo, Meg, Amy y Beth no podían esperar, necesitaban más, así que Alcott se enfrascó en la escritura de más y más material, y el segundo tomo salió a la venta. El éxito de crítica no tardó en llegar, la sencillez se convertía en empatía y la ternura se hacía un hueco en todos los hogares. La primera edición vendió más de dos mil ejemplares, un logro sin precedentes para la época. Su éxito fue tal que la autora escribió varias secuelas. ¿Qué era aquello que las jóvenes no podían dejar de leer? Aquello era la reinvención del género de la novela sentimental que había arrasado en la segunda mitad del XIX, sí, pero también era una verdad soterrada que tardaría años en reivindicarse de forma digna y justa: a las chicas les gusta leer. Las chicas son el público, son el objeto y el sujeto de aquello a lo que la literatura está apelando, están ahí, y están deseando ser vistas y ser tomadas en serio (o al menos en cuenta).
Jo, la protagonista de Mujercitas, icono actual del feminismo literario y uno de los personajes femeninos más innovadores de su siglo, desafiaba las leyes que trataba de marcar buena parte de esa “literatura para jovencitas” a la que apelaba el mismo encargo de Nilsen. Pronto muchas lectoras jóvenes (y no tan jóvenes) se desenmascaraban como amantes de la literatura y la escritura, con sueños de convertirse en escritoras. Y “dejar su huella en el mundo”. Como deseaba Jo. Como hacía la propia Louisa May Alcott.
Hay una razón por la que las generaciones y generaciones de mujeres que sucederían a las que compraron la obra por primera vez iban a volver a ella como a un cáliz sagrado (entre ellas, una servidora): Mujercitas habla de la relación entre las mujeres y la lectura, la verdadera historia de amor del siglo XIX y, por qué no decirlo, de los siglos venideros.
En 2019, el éxito rotundo de la adaptación cinematográfica que Greta Gerwig hizo de la novela, demostró varias cosas que ya muchas mujeres en el entorno literario venían reivindicando: Louisa May Alcott escribió una obra que nos recordó que somos importantes. Tomar en serio Mujercitas no es una concesión, el tiempo y la distancia han obligado a la crítica contemporánea a dar la razón al público, Mujercitas es una novela fundamental para la consolidación de la narrativa moderna. Su éxito imperecedero nos ayuda a reivindicar hoy más que nunca aquello que las chicas que leen, como Louisa May Alcott, como Jo, como todas nosotras, llevan años corroborando: que son mucho más que un encargo.
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