Tuve el placer de intervenir en la mesa redonda La realidad como materia prima de Getafe Negro, el pasado 21 de octubre. Moderada por Maica Rivera, con los también invitados Marto Pariente y Noemí Castro. Aprovecho la excusa del buen recuerdo que me quedó para añadir unas reflexiones añadidas desde mi perspectiva de autor y detective privado en activo.
Rafael Guerrero. Foto: Maica Rivera
Usaré a modo de introducción una frase del añorado librero barcelonés y alma máter del género noir en este país, Paco Camarasa, que en paz descanse: “A los lectores de novela nos gusta que nos cuenten cosas, pero no cosas muy raras”. Efectivamente, así es. Bebamos los escribanos de la realidad o de la imaginación, que aun siendo portentosa se basa en la primera. Es necesario filtrar la materia prima y procesarla para convertirla en material literario. Y cada vez más, pues los campos a los que aludimos están muy trillados e innovar se antoja una empresa harto complicada, lo que no deja de ser un desafío.
Es cierto que el diablo aparece en los detalles, pero también lo es que sin diablo no se realiza plenamente la literatura. Encontrar un equilibrio entre las cosas que se cuentan y que esas cosas no sean muy raras es quizá la labor más ardua de este oficio. Profundizar desde la sencillez, expresar más con menos, aportar luz al sótano de dichas cosas.
Bien porque a veces la realidad es inasumible moralmente, o, porque, por el contrario, provoca el bostezo de tan prosaica, debemos encauzarla y vestirla para que el lector por un lado se crea la historia (el imperativo de la verosimilitud) y, por otro, la haga suya, se identifique con una parte o con el todo, se vea envuelto por las tramas e intrigado por el devenir de quienes las protagonizan; en resumidas cuentas, se emocione.
OBSERVACIÓN Y EXPERIENCIA
En mi caso, lo que relato nace de la observación y la experiencia, un privilegio que mi profesión me otorga y al que estoy agradecido. Aunque no es suficiente. A partir de ahí permito que el diablo de las letras haga de las suyas para que esto o aquello case mejor en lo que pretendo transmitir. No se puede ser realista sin traicionar la realidad, cuesta comprenderlo pero es algo que aprendes a medida que vas hilando los capítulos hasta el desenlace. No todo cabe y, por tanto, seleccionar y moldear lo que sí se convierte en el principal cometido. La objetividad, en términos literarios, es una falacia. A un periódico se le exige precisamente eso, objetividad (y ya conocemos el percal). De una novela, toque el palo que toque, se espera una interpretación del mundo, un punto de vista original con el que discrepar o coincidir, subjetividad en estado puro. Y nada hay más subjetivo, maleable y sesgado que la realidad.
Vivimos a golpe de tuit, pocos se molestan en profundizar tras un titular llamativo. En ese contexto de inmediatez, premura y superficialidad la novela no debería aportar más de lo mismo y sí una reflexión calmada, atenta al fragor de las guerras mediáticas y a las opiniones viscerales, pero alejada del sentimentalismo barato y del eslogan para captar adeptos (o enervar a los contrarios).
El lector de novela negra es cada vez más exigente, sabe casi lo mismo que el autor sobre protocolos forenses, técnicas indagatorias, dispositivos tecnológicos o interrogatorios. Esto le permite al escritor compartir códigos pero, a la vez, le impone mayor rigor profesional
La novela negra, ante estos nuevos desafíos del siglo XXI, habría de sostener un compromiso más fuerte, en concreto, ya que siempre ha portado con dignidad la etiqueta de “crítica social”, que ha sido una herramienta para denunciar los abusos de los poderosos sobre los desfavorecidos, con más razón y peso. Su función es la de radiografiar entornos y almas, la de mostrar lo que hay pero también lo que podría haber sido. La novela ha de ser una prolongación del pensamiento crítico, su plasmación en papel (o en tinta virtual), no un mero producto que satisfaga modas y tendencias, que vaya a rebufo de lo que dicte el mercado o venda más o persiga la corrección. La novela ha de ser la síntesis de la incorrección ilustrada, del dedo en la llaga y de la gasa en la herida.
En la literatura, a priori, no hay límites conceptuales (como tampoco en la realidad bruta). Dependerá de cada autor colocarlos más aquí o más allí y será este el que asuma las consecuencias si se pasa de frenada o no. Todas las obras que merecen la pena fueron transgresoras en su momento: contra la moral establecida, contra los cánones académicos, contra las preferencias del público. A la larga, ir a la contra suele dar buen resultado, no es garantía de éxito ni de reconocimiento en el presente pero el que anhele la gloria ha de armarse de paciencia y de humor. Yo procuro utilizarlo mucho, aunque sea ácido (el humor, me refiero).
¿Valdrían estas premisas también para la autoficción? Sí, con salvedades (de nuevo el demonio de los detalles). Dentro de este subgénero, hablo en clave noir, prima lo vivido que, a la postre, será lo que se cuente con más o menos aderezos ficticios. Entre estos, cabe destacar los derivados del respeto a la intimidad de las personas de carne y hueso que inspiran el relato. No se las puede exponer con nombre y apellidos ni con rasgos que hicieran factible identificarlas. En esto, la responsabilidad y el cumplimiento de la legalidad vigente actúan como límites y bien están. El propio sentido común dicta qué se muestra y qué se calla. Y los silencios son tan reveladores como las palabras o los actos.
Como aspecto colateral a la escritura, hoy el lector de novela negra es cada vez más exigente, sabe casi lo mismo que el autor sobre protocolos forenses, técnicas indagatorias, dispositivos tecnológicos o interrogatorios gracias a programas y canales de TV como Crimen+Investigación y los formatos de True crime. ¿Nos perjudica este acceso masivo a la información? ¿Nos resta brillo a los profesionales? No necesariamente pues permite que unos y otros compartamos códigos. Eso sí, nos obliga a que la documentación recabada sea más exhaustiva y rigurosa para no dejar cabos sueltos ni confundir un veneno con una llave de karate. La exigencia guía hacia la excelencia.
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