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JOAN MARGARIT, MI POETA ESENCIAL

El pasado 16 de febrero despedimos a Joan Margarit (1938-2021), un poeta esencial. Lloramos su ausencia como solo puede hacerse con quien deja un vacío que no puede llenarse. Porque nos ha dejado uno de los más grandes de los s. XX y XXI, cuya humildad, sin embargo, siempre nos desarmó. Nos queda su valiosa obra, la fuerza inagotable de su magisterio. También algunos recuerdos imborrables.

Texto y foto: Maica Rivera


 

Aún resuenan en mi memoria los ecos del impacto poético, que fue directo al corazón. “No tires las cartas de amor”, leí. Y se paró el mundo. Era el título de un poema que jamás olvidaría. Me lo dispararon a bocajarro, al mirar de soslayo el cristal del que había sido un vagón cualquiera hasta la llegada de aquella campaña de animación a la lectura que comenzó en los años noventa para los medios de transporte urbanos, “Libros a la calle”.

En plena hora punta del metro de Madrid, a mí, que era prácticamente una adolescente, me atravesó el alma el ataque relámpago del imperativo lírico que tanto me concernía en esa época de la vida en que la literatura se experimenta de una forma que jamás volverás a sentir y que pasarás el resto de tu existencia añorando: a flor de piel. “No tires las cartas de amor”, releí. ¿Por qué?

Apenas acerté a preguntármelo, corrí hasta el último verso antes de bajarme, obligada, en la siguiente parada: “No tires las cartas de amor… serán tu última literatura”, respondió el interlocutor, que acabaría convirtiéndose en uno de mis más amados poetas pero yo aún no lo sabía porque no le identificaría hasta algún tiempo después. Y no fue fácil. Pasé semanas buscando obsesivamente aquellos versos por la red metropolitana. Tuve que jugar a los detectives, realizar consultas de biblioteca, resolver la última duda en la librería y… ¡eureka!

Lo que no podía imaginar era que, con el paso de los años, llegaría el siguiente reencuentro, ya frente a él, en el que tendría oportunidad de contarle mi flechazo y la historia de amor, después, con su poesía. Sucedió trabajando en una revista literaria de tirada nacional. De repente, un mail con la gran noticia, todo un acontecimiento para las letras en castellano: la publicación de  Todos los poemas (1975-2012) de Joan Margarit en Austral. Organicé su visita a la redacción. Tuve la complicidad de las responsables de prensa de la editorial, que siempre se acordararían después de notificarme los viajes de Margarit a Madrid. Enseguida le confesé mi romance con “No tires las cartas de amor” y, de cerca, comprobé que apenas una letra separa la rima de la risa cuando el poeta tiene el verso claro como el corazón: ambas vibraron igual, limpias y profundas, dejando una huella indeleble en mí, en el espacio y el tiempo.

Recuerdo que, al escucharle, lo primero que pensé fue que la hondura prestada de su acento catalán era lo que le concedía la inconfundible gravedad cuando recitaba en castellano. “Si un poeta sabe que una mujer como tú le busca por todo el metro, le cambiarás la vida para siempre”. Eso me dijo, cuando le conté mi historia. Y desde entonces, no he dejado de adorarle. Jamás dejaré de hacerlo, tampoco de leerle. Ni de echarle de menos.

Fueron muchas lecciones las que aprendí de Margarit, de su conversación que era siempre clase magistral, y de su lectura. De entre todas, me quedo ahora con esta: me enseñó a medir el paso del tiempo en luz. A caminar hacia la eternidad.


LO

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