Entre el 2 y el 22 de abril de 1951, Jack Kerouac alumbró En la carretera. Nos basta con cerrar los ojos para sentir la velocidad a bordo del Cadillac prestado. Volvemos a abrirlos para dirigirlos a las páginas sin podar de esta gran obra de culto de los seguidores de la Generación Beat. Y lo hacemos hoy porque necesitamos sentir, más que nunca en esta primavera de confinamiento, esa libertad esencial, la que exhalan las letras fundacionales a ritmo de bebop de aquellos inolvidables precursores del movimiento hippie y la contracultura de los años sesenta.
Maica Rivera. Foto: Jerry Bauer
Idolatría al manuscrito y al exhibicionismo del grande entre los grandes Jack Kerouac (1922-1969). Nos postramos una vez más ante esta reliquia de la literatura moderna, El rollo mecanografiado original de En la carretera, es decir, el clásico de la literatura norteamericana sin retoque ni censura, y para conmemorar el tiempo de su efemérides, hacemos reverencia a esta joya de biblioteca a nuestro alcance. Su respeto al texto original fomenta nuestro culto al mito, exaltado -y mención aparte para ello- en la magnífica traducción de Jesús Zulaika, tan certera en la articulación de la ideología beatnik y la difícil expresión de los altos valores de la prosa espontánea. El perfecto polvorín nos hace rendirnos una y otra vez sin tregua al espíritu salvaje de aquella juventud rebelde que halló senderos para dar cuenta de la nueva América que ya no creía en el sueño americano y buscaba una filosofía de vida alternativa alejada del consumismo y el capitalismo feroz.
El genio, Kerouac, escribió On the road en tres semanas. Cuenta la leyenda que fue durante un acceso de creatividad impulsado por la bencedrina. Lo cierto es que lo hizo a máquina y sin mirar atrás, en un rollo de papel de treinta y seis metros (que armó pegando, una tras otra, ocho larguísimas hojas), a un espacio y sin un solo punto y aparte.
Por eso nuestra edición favorita siempre será esta que Anagrama nos hizo llegar sin poda, donde, al fin, Sal Paradise es Jack. Sigue el destape de antropónimos reales en estas páginas con el resto de personajes: Neal Cassady (Dean Moriarty ), Allen Ginsberg (Carlo Marx) y William Burroughs (Bull Lee); y se dispara el valioso carácter autobiográfico y documental de esta biblia y manifiesto de los Beats.
Es lo más natural que amemos más así, desnuda y revelada, a la Generación Beat, siempre excesiva como fue en tantas manifestaciones enloquecidas y alucinadas que llevaron a los autores por los abismos de la utópica Nueva Visión del hombre-artista y, a veces, también, de la autodestrucción.
Todo está ahí concentrado, en este viaje iniciático por el continente, de Nueva York a Nueva Orleans, Ciudad de México, San Francisco, Chicago y regreso a Nueva York, que es búsqueda insaciable, eternamente insatisfecha, y metáfora existencial.
El aventurero Kerouac, “heredero de Charlie Parker“, pisa el pedal a fondo a ritmo de jazz . Es puro instinto, a la caza de emociones fuertes. Quiso revolucionar, no obstante, muy conscientemente, la Literatura. Su innovación narrativa responde a un carisma lúcido y minucioso. Es decir, fue total dueño de su obra y ajeno a los experimentalismos gratuitos. Reivindicar esta faceta de Kerouac, con las herramientas de la erudición académica, fue el objetivo de los interesantes ensayos de Kerouac en la carretera, que nos reubican en este punto para poder posiblemente ajustarnos a una más adecuada lectura, reflexiva y con algunos matices críticos muy interesantes.
INTELECTO Y LIBERACIÓN
Tal vez Allen Ginsberg no fue del todo ajeno a estas consideraciones. Se refirió a su amigo en términos de “nuevo Buda de la prosa americana que escupió inteligencia en once libros escritos en la mitad de ese número de años (1951-1956)”. Definió su producción mediante la suma de dos factores en aparente oxímoron, sin quedarse sólo en el primero de ellos: “Prosodia de bop espontáneo y literatura clásica original”. Se sumó a la opinión Arthur Miller: “Es posible que nuestra prosa no se recobre jamás de lo que le ha hecho Jack Kerouac”, anunció, señalándole como “amante apasionado del lenguaje que sabe cómo utilizarlo”.
Howard Cunnell afina, describe para Kerouac en la carretera las etapas creativas que atravesó el beat en busca de un estilo propio con objeto de demostrar que En la carretera no se escribió en un arranque accidental de furor poético sino que fue el resultado de un plan que el autor preparaba desde hacía mucho tiempo.
Todas estas afirmaciones se afianzan con Penny Vlagopoulos, quien estudia la letra del primer manuscrito y su voluntad de romper las reglas de la gramática para imponer las de la música, justificando con ello la puntuación aparentemente anárquica.
Parece que no cabe duda de que Kerouac quería subvertir los códigos narrativos y de lectura para producir su propio modelo, situando al lector de nuevo en un punto intermedio “entre el juicio intelectual y la liberación emocional”.
El ensayo que cierra Kerouac en la carretera, firmado por Joshua Kupetz, es el más denso pero también el más interesante por las controversias que suscita. Contrasta ilustrativamente las escuelas críticas de los últimos cincuenta años (New Criticism, estructuralismo y deconstrucción) que permiten obtener imágenes contrapuestas del beat.
Es muy interesante su observación de que “la Nueva Crítica fue la trituradora de la que Kerouac tuvo que escapar para escribir En la carretera”, consciente de que “la historia de la segunda posguerra mundial que quería contar no podía expresarse mediante las convenciones novelísticas vigentes” (y, paradójicamente, “sobrepasándolas, contribuyó a definirlas”; experimentando con la técnica y la trama en la búsqueda de esa nueva forma de narrativa en prosa).
Sin descalificar la iniciativa de publicación del rollo original y obviando la relevancia que tiene para ciertos temas planteados por la teoría literaria actual, Kupetz reveló “un peligro inherente al texto”: “Podría afianzar los muchos prejuicios que han hecho de En la carretera una obra famosa, no una obra literaria, y de Kerouac un autor maldito, no un autor serio”.
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