Siempre llego tarde a todos sitios, pero acabo llegando. Hemos leído unos cuantos obituarios de Domingo Villar, no hace falta que me demore con una obra que ya es bien conocida. Cualquier aficionado a la novela negra que se precie tiene en su estantería Ojos de agua, La playa de los ahogados y El último barco. Pero supongo que puedo aportar algo más, muy poco más, sobre él.
Alberto Ávila Salazar. Fotos: Maica Rivera.
Coincidí tres veces con Domingo, las tres en Madrid. Las dos primeras en la zona del Bernabéu, me lo presentaron mis editoras de Versátil en la librería Lé, que se acomoda en la Castellana, la zona empresarial de la ciudad, donde el vértigo, los oficinistas y la gasolina quemada forman un ecosistema que parece muy poco apto para el desarrollo de la lectura (lo que me hace pensar que quizás la lectura se hace más fuerte en condiciones hostiles). Tomamos cervezas, aceitunas y pasamos un buen rato. Así de fácil. Hablamos más de mi novela que de las suyas, Lo que dicen los dioses había aparecido hace unos seis meses, y a él no le molestaba, más bien todo lo contrario, estar alejado del centro de atención.
Más cervezas y aceitunas vinieron en nuestro segundo encuentro, que fue poco después; supe que coleccionaba ediciones de La isla del tesoro, que sentía que el formato audiovisual había desplazado a las novelas y descubrimos que a los dos nos encantaba Joël Egloff, un autor francés bastante olvidado (a quien conocí hace años, cuando publicaba en la editorial Lengua de Trapo; pero esta es otra historia).
Por aquel entonces tenía que estar escribiendo la monumental El último barco, pero no quiso tratar el tema, en realidad hablaba de su faceta de escritor como quien rememora un pasado lejano.
La última vez que le vi fue en el Retiro, en la Feria del Libro de Madrid anterior a la pandemia. Estaba solo, iba a firmar y tenía la mirada algo absorta, como la de alguien que está perdido, pero no le importa demasiado. Le indiqué qué caseta estaba buscando (supongo que sería la de Siruela) y nos despedimos muy rápido.
Lo último, o penúltimo, que supe de él fue que hace pocas semanas presentaba Algúns contos completos en La Coruña, creo que en la librería Moito Conto. Fui hasta allí, pensando que las presentaciones gallegas son tan desangeladas como las madrileñas, pero llegué tarde y la librería estaba atestada. Desistí de entrar y ahora me arrepiento. Hace un par de días me enteré por Maica Rivera de su fallecimiento. Pregunté: “¿de verdad?”, que es la pregunta más idiota e impertinente que se puede hacer, como si la gente bromeara con estas cosas…
Domingo Villar tenía sólo 51 años, muchos libros por escribir y también mucha vida por delante. Tengo la sensación de que podríamos haber sido amigos, sé positivamente que era una buena persona y, aunque me tocó muy poco, sí lo suficiente como para que escribir estas líneas me haya dolido. Que descanse en paz y que sus libros sigan hablando por él.
LO