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NO NOS CANSAMOS DE JUGAR CON ENDER

Es un clásico de la ciencia ficción, a todas luces iniciático, de épica sobria y contenida, que hoy diríamos a contracorriente. El protagonista, pequeño niño prodigio, da sopas con ondas a los bravucones, y reparte lecciones de liderazgo y trabajo en equipo a los más pintados. Qué menos que reivindicarlo con ímpetu en este tiempo de violencias ciegas y charlatanerías, ahora que se cumplen treinta y cinco años de su publicación. Sin olvidarnos de la espléndida película que lo hizo suyo con la bendición del propio Orson Scott Card. Larga vida al libro El juego de Ender en todas sus reencarnaciones.

Maica Rivera


Era otoño de 2013, principios de noviembre a más señas, cuando llegaba la esperada adaptación al cine del best seller El juego de Ender. Fina, atmosférica, reflexiva en su punto justo, y, sobre todo, absolutamente fiel al tono de la novela. Ése era el mayor reto con que el filme se había concebido y fue superado con creces por el director y guionista Gavin Hood. Debió de resultar un trabajo delicadísimo porque si por algo destaca el pequeño gran Ender, destinado a salvar la Tierra de los grimosos insectores, es por ser un protagonista mucho menos belicoso que introspectivo en las páginas de Orson Scott CardContra todo pronóstico de manual, Hood no sólo aceptó  y disfrutó el reto, sino que lo superó con nota y, sobre, todo (y cuánto se lo agradeceremos siempre), sin estridencias. Amante de “los libros con protagonistas complejos porque sus historias son mucho más gratificantes”, el cineasta sudafricano satisfizo el gusto del lector más fiel y genuino de esta distopía.

Consiguió, sin paliativos, la admiración de Orson Scott Card hacia el arduo ejercicio de síntesis de su novela, publicada en el año 1985 (aunque el cuento original data de 1977). La película contaba con otro pleno: un elenco protagonizado por  Asa Butterfield a quien da réplica Harrison Ford. Sí, desde los primeros fotogramas respirábamos tranquilos al saber que, definitivamente, este joven actor inglés era el niño  Ender Wiggin cuyo advenimiento llevábamos demasiados años aguardando, introvertido pero lúcido estratega, marginado, reclutado por el estricto coronel Hyrum Graff y la Flota Internacional (¡intenso Harrison Ford, pero no queda atrás la buena compañía de Ben Kingsley!) para unirse a la elite de la Escuela de Batalla y preparar el enfrentamiento final contra la amenazante raza extraterrestre. Algo de sufrimiento nos ahorra el filme, bien es cierto, de la forja guerrera y el programa militar del libro que dejan el corazón transido de soledad, para recrearse un poquito más en las facetas chispeantes del ingenio infantil. 

Por eso y más, merecidos son los reconocimientos a la honesta profesionalidad de Hood. La película se tenía que desarrollar en dos horas de metraje que habían de condensar las quince de lectura de un libro que presentaba la dificultad añadida de centrarse en el pensamiento del personaje principal. ¿Cómo consiguió el milagro de comprimirlo sin renunciar a los matices del mundo interior del protagonista? Sabemos que pronto se descartó la voz en off de Orson Scott Card porque hacía perder fuerza y ritmo a la narración. El resto de las soluciones se fueron encadenando sobre una premisa básica: “Respetar los temas clave y que el espectador experimentase la misma emoción que el lector con la lectura”, en las propias palabras de Hood, quien fue capaz de mostrar todo lo que Ender sentía, el equivalente a muchas líneas de texto de libro, en un solo plano. Y sí, lectoras y lectores, esto fue posible, como posible es “cubrir párrafos de novela con un segundo de imagen si el actor es bueno y el rodaje, adecuado”.

ESTRATEGIA Y PAZ INTERESTELAR

El cineasta aseguró haberse sentido abrumado a pesar de tener todas las ideas así de claras. No era para menos, legiones de seguidores de la saga llevábamos mucho tiempo esperando el gran acontecimiento y andábamos más contentos que susceptibles pero sin dejar de llevar la espada en alto, como suele suceder en estos casos. No obstante, un factor definitivo jugó a su favor: ¡Él  también era fan del libro! Por eso disfrutó tanto de tener el control total sobre todo el proceso y así me lo llegó a manifestar en un encuentro inmediatamente posterior al estreno: “Me ha gustado mucho ser el guionista porque mi lucha previa con el texto para convertir la novela en guion me garantizó poder mantener después el tono en todo momento y sentirme plenamente preparado a la hora de transmitírselo a los actores”. Todo se configuraba para el éxito, bastante menos azaroso de lo que, en ocasiones, pudiera parecer.

Ni siquiera nos molestó la licencia más llamativa, cuando tuvo la necesidad de “transformar la oscura sala de batalla del libro en un recinto con diferente ambientación para cada enfrentamiento mediante la iluminación, consiguiendo un efecto mucho más cinematográfico con los personajes flotando: la primera vez, la sala apareció muy iluminada, con la Tierra verde debajo; la siguiente ocasión fue más romántica, Butterfield a solas con Hailee Steinfeld a la luz de la luna; después, en la batalla contra la escuadra Salamandra, hubo luz cálida; y en la batalla final, una recreación en la oscuridad.

Limpiamente, Hood logró que “cada combate transmitiera las distintas sensaciones con las que Orson Scott Card había descrito cada pasaje”.

La otra licencia destacada llegó con la secuencia de la simulación. Para rodarla, el cineasta se inspiró en la figura de un enérgico director de orquesta (Ender, orquestando; y sus soldados, los músicos) e intentó mostrarlo  en tres dimensiones basándose en el escenario que contempló una vez en un planetario.

Lo mejor, en definitiva, es cómo se trasladan con buen pulso las obsesiones capitales de Orson Scott Card en una exploración congruente de temas profundos, “reflexiones en torno a qué ocurre si recibes una orden que te parece inmoral o si puedes cuestionar al líder y desobedecer“. Porque lo interesante (y aquí escuchamos el eco de las palabras del escritor) no es sólo liderar a otros sino también “liderarte a ti, en eso consiste verdaderamente el viaje de Ender, en tomar responsabilidad sobre las propias decisiones morales ya que las mayores batallas son siempre con uno mismo en las grandes obras”. Aparte, otros aspectos secundarios quedaron bien esbozados: el juego como realidad, la guerra como juego, el juego como guerra, y todas sus peligrosas convergencias.

La novela acepta una, otra, otra, y mil lecturas. Se acompañan bien de los visionados del filme. Porque esta historia es un discreto canto a la paz universal del hombre con el hombre y del hombre con todas las criaturas. Habla del respeto a todas las vidas. Y apuesta valiente por la esperanza,  metaforizada en un capullo de alienígena.


LO

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