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UNIDOS POR LA LECTURA

Todos tenemos libros favoritos. Y pasajes favoritos en nuestros libros favoritos. El recuerdo se nos fija en esos pasajes que por algún motivo se queda en nosotros con una nitidez superior incluso a muchos momentos de nuestras vidas. Las palabras se quedan con nosotros y pasado el tiempo vuelven casi sin esfuerzo, como si hubiéramos cerrado ayer las tapas del libro.

Joaquín M. Aguirre. 


Algo así me ocurre con un pasaje de Werther. No sé cuál es el destino actual de Werther. Son los efectos de haberme desconectado de la docencia de la Literatura, de dejar de ver las caras de los que leen las obras como antaño, de escuchar los comentarios en el aula. Han pasado aquellos años de alternancia de Werther con el Hiperión de Hölderlin en aquellos cursos largos, anuales, en los que era posible leer con la tranquilidad que la Literatura (casi todo, en realidad) necesita para ser asimilada y degustada. Hoy por el contrario hemos introducido el malévolo y destructivo virus de la prisa en nuestras aulas al reducir el tiempo, al concentrarlo de tal manera que se hace difícil no olvidar algo pocos días después de haberlo visto.

El pasaje en cuestión es el que nos lleva al final de la carta del 16 de junio, en la que el joven Werther ha encontrado a Carlota y describe de forma imperfecta lo que es un sentimiento sin forma, un arrebato sin encontrar justificación.

Pero es al final de la carta donde, tras contarnos diversos incidentes del día del encuentro —entre ellos el “baile de las bofetadas”, en donde Werther se imagina feliz tras haber sido abofeteado por Carlota con más intensidad que al resto—, donde se encuentra ese momento que me sigue en el tiempo y se convierte en llave de otros muchos:

Nos acercamos a la ventana. Se oían truenos a lo lejos, la adorable lluvia murmuraba sobre la tierra y la más refrescante de las fragancias nos invadió con toda la plenitud de la cálida atmósfera. Se apoyó en los codos y recorrió el paisaje con la vista, miró hacia el cielo y me miró a mí, vi sus ojos llenos de lágrimas, puso su mano sobre la mía y dijo: «¡Klopstock!». Al punto recordé la espléndida oda en la que estaba pensando y me sumí en la corriente de emociones que, con esa consigna, había vertido sobre mí. No pude soportarlo, me incliné sobre su mano y la besé entre lágrimas plenas de dicha. Y de nuevo busqué sus ojos… ¡Noble poeta! Si hubieras visto la adoración que te tenía en esa mirada… ¡ojalá no vuelva a oír más tu nombre, tan a menudo profanado! (Trad. Isabel Hernández)

El momento es sublime desde la estética sentimental que la novela incorpora y expande. Desde lo Literario, es el éxtasis de la comunicación: la joven ve un paisaje y dice el nombre de un autor al que ha leído —Klopstock— y Werther conecta todo ello hasta identificar la oda recordada, que no es otra que Die Frühlingsfeier [La fiesta de la primavera] (1759), según se nos informa en la nota adjunta. El pasaje puede parecer un exceso romántico, pero contiene el ideal de la máxima proximidad a través de la Literatura. Werther no podía expresar la perfección de Carlota con sus propias palabras, pero ahora ha conectado literariamente con el interior de Carlota a través de un poema. Es el momento de la confirmación del amor: se descubren como emocionados lectores de Klopstock. ¿Hay algo que pueda unir más?

Werther conecta literariamente con el interior de Carlota a través de un poema. Es el momento de la confirmación del amor: ¿Algo puede unir más? Nada nos emociona más que descubrir en otra persona que sus reacciones ante una novela, un poema o una película son las mismas que las nuestras. Es un vínculo que no se alcanza fácilmente por otros medios

Tenemos la Naturaleza —el momento de la tormenta—, la obra literaria que da cuenta de ella —la oda de Klopstock— y a dos jóvenes unidos por la lectura. Es un proceso triangular intenso que convierte a la pareja en beneficiarios de la belleza del arte y de la naturaleza.

Al final de la obra, descubriremos a los dos llorando emocionados ante un mismo pasaje, la lectura de la traducción de Ossian realizada por el mismo Werther. Pero falta un “llanto”, el de los lectores. Antes de comenzar la obra, ya nos pide el autor la solidaridad del llanto, compadecernos de él:

He reunido con esmero todo lo que he podido encontrar sobre la historia del pobre Werther y os lo ofrezco aquí a sabiendas de que me lo agradeceréis. No podréis negar a su espíritu y a su carácter ni vuestra admiración ni vuestro cariño, como tampoco a su destino vuestras lágrimas.
Y tú, alma cándida, que, como él, sientes los mismos impulsos, saca consuelo de sus penas y deja que este librito sea tu amigo si, por mera casualidad o por tu propia culpa, no puedes hallar otro más cercano.

Pero la unidad que Goethe nos pide con el personaje a través de la obra es una cuestión que va más allá del llanto y afecta a los aspectos emocionales de la lectura, a nuestra capacidad de salir de nosotros mismos. ¿No es eso leer, un estado intermedio en el que somos y no somos, en el que desde la orilla de nuestra vida llegamos a la otra orilla que el texto nos propone? Werther y Carlota son los lectores leídos por nosotros. Hay un elemento especular al que ya Cervantes había dado sentido. Pero la época de Cervantes no era todavía una sociedad lectora sino de lectores privilegiados. La época de Goethe ya había establecido un público que corría ávido a las estafetas de correo a recibir sus “entregas” literarias.

LECTORES Y ESPEJOS

En ese pasaje tenemos el triángulo compuesto los lectores (ellos y nosotros), el mundo (el suyo y el nuestro) y el texto que lo refleja, espejo doble en el que mirarse personajes y lectores.

Muchas veces se ha repetido esa relación en otras obras. Es la más sólida, la que nos sumerge en el texto y en nuestro propio mundo. Hay textos que nos piden que pensemos, que razonemos sobre lo que nos ofrecen. Pero el texto narrativo nos pide un vivir a través de esos seres que surgen del papel y saltan a nuestra imaginación. Ya razonamos luego; primero seguimos los pasos de los personajes.

La felicidad de Werther es llegar al texto que emociona a Carlota, descubrir que sus respuestas ante la Poesía y la Naturaleza son las mismas. Los dos forman una comunidad interpretativa, comparten algo importante para ellos. Nada nos emociona más que descubrir en otra persona que sus reacciones ante una novela, un poema, un cuadro o película son las mismas que las nuestras. Descubrir en el otro esa comunidad muestra un vínculo que no se alcanza fácilmente por otros medios.

Al que le gusta la lectura, sale al encuentro de libros. Pero no renuncia nunca a encontrar también a otros lectores capaces formar parte de su hermandad, la del libro compartido, la del gusto y emoción comunes. Y a eso le dio forma Italo Calvino en Si una noche de invierno un viajero. Pero eso es ya otra historia.


LO

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