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UNA CRÓNICA DE NARNIA EN NAVIDAD

Soy insobornable en todo lo relacionado con el universo lewisiano. Por eso no me gusta nada la idea de que Netflix pudiera reiniciar la saga. La feliz adaptación cinematográfica del clásico El león, la bruja y el armario en 2005 fue sencillamente perfecta: pareciera que hubieran hecho simples acotaciones de cámara sobre las páginas del libro. Sí, con C.S. Lewis, eso basta. Sólo hay que hacer la prueba, ahora, en Navidad. Volvamos a Narnia, al segundo libro de la serie, al filme de Andrew Adamson. Tienen destello de eternidad. No hace falta más. 

Maica Rivera


 

“Siempre es invierno, pero nunca Navidad”. Jamás un niño leerá o escuchará maldición más terrible un mes de diciembre. El sagaz británico C.S. Lewis lo sabía. Y el cineasta neozelandés Andrew Adamson encaró gallardo el desafío y cumplió muy bien su cometido, colocando a Tilda Swinton en el papel de la escalofriante Bruja Blanca, artífice de la condena glacial, y poniendo en pie como antagonista al hermoso león Aslan, magno rey de las bestias parlantes a la cabeza de la lucha por el deshielo de la Narnia sucumbida a la nieve.

Se cumplen 16 años del estreno en cines de Las crónicas de Narnia: El león, la bruja y el armario, largometraje fundacional de la serie, basado en el segundo y más popular título de la legendaria saga literaria creada por Lewis hace siete décadas, editada en más de veinte países y traducida a más de dieciocho idiomas, disfrutada por casi cien millones de lectores. Esas cifras merecen más que un respeto artístico.  

Lo cierto es que el reparto de la película de Adamson también acertó de pleno con los niños seleccionados como héroes de la historia. Georgie Henley, Skandar Keynes, William Moseley y Anna Popplewell fueron Lucy, Edmund, Peter y Susan, respectivamente.

Es decir, fueron los cuatro hermanos Pevensie que descubren una fantástica tierra colindante con nuestro mundo cotidiano, justo tras los últimos abrigos de un viejo mueble, y traspasan intrépidos el Umbral para adentrarse en la aventura más emocionante jamás soñada.

Responden juntos, todos a una (o casi, que no nos falte nunca conflicto interno), a la llamada de la aventura, a la que siguen capítulos con escenas arquetípicas sobre la forja de un joven líder, la valentía de los pequeños (dos pequeñas damas, para mayor fuerza del relato) y la poderosa atracción del lado oscuro sobre el más débil. Todo se desarrolla sobre un universo maravilloso que está dormido por ser cautivo de la malvada Reina, ese personaje abrumador al que ya hemos aludido en primera instancia por causar mucho más repelús en el cine que en el libro. Igualmente, el combate entre el Bien y el Mal, para el que nos van preparando a lo largo de páginas y fotogramas, da más susto, como dirían los niños, en el filme, sin que Adamson traicione el tono sobrio de C.S. Lewis en ningún momento. Elige como Lewis, además, la solemnidad frente a la ingenuidad por principio. Ambos trabajan para un público inteligente. Y así consiguen, de verdad, una fábula para todos los públicos. Que ya es mucho más de lo que se puede decir de la mayor parte de las producciones actuales. Su trabajo es único, irrepetible e inigualable


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