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TERROR POR NAVIDAD

Rubén Sánchez Trigos nos convence estas Navidades de que el miedo no se esconde solamente en viejas mansiones góticas o en siniestros cementerios. Su novela Bajo el barro lleva una trama de escalofrío a un barrio obrero de Madrid con la que el autor nos demuestra que los demonios, los llevamos dentro. 

Alberto Ávila Salazar


 

AAS: El terror está asociado tradicionalmente con espacios deshabitados, prohibidos, sagrados o aristocráticos. ¿Qué te llevó a ambientar en los barrios obreros de Madrid? ¿Acaso la renovación de este género pasa por hacerlo más próximo?

RST: Bajo el barro transcurre en la Colonia Monte Laurel, un barrio obrero que es invención mía y que, a la vez, es suma y síntesis de todos los barrios obreros que conozco. El terror y el fantástico moderno, desde la segunda mitad del siglo XX en adelante, hizo un esfuerzo colectivo por renovar la tradición gótica, que trataba fundamentalmente del trauma que suponía para la clase aristocrática enfrentar su propia decadencia. El propio Lovecraft es heredero irónico de este concepto.

Lo que hizo el género, entonces, fue volver sus ojos a la puerta de al lado y explorar los fantasmas del ciudadano medio; eso incluía determinados contextos sociales y determinados discursos inherentes a este punto de vista. Richard Matheson, Robert Bloch, Fritz Leiber o ciertos cuentos de Daphne du Maurier sentaron las bases, y Stephen King, Dean Koontz o Ramsey Campbell recogieron lo sembrado. Lo que ocurrió con la narrativa fantástica española es que, aparentemente, no fue muy permeable a esa renovación. Digo aparentemente porque parte de la obra de Alfonso Sastre o Mallorquí sí que lo fue, con lo que ahí habría mucho que hablar. Con Bajo el barro yo solo me he propuesto ser coherente con el tipo de fantástico con el que me identifico (que es rupturista, en conflicto con la realidad a la vez que dependiente de ella), y con mi propia trayectoria vital.

Crecí en un barrio del extrarradio, y si tengo que escribir sobre mis miedos o los de las personas que conozco, esa ambientación es la que me viene dada. En España tenemos una relación problemática con nuestra cultura popular.

Rechazamos y, a la vez, nos reconocemos en el costumbrismo, el sainete o el esperpento, que son inherentes a nosotros. Yo he crecido en una familia de gente trabajadora repartida entre Fuenlabrada, Carabanchel o Vallecas que los fines de semana se iba al río Alberche para comer filetes empanados y escuchar a Los Chichos. La mayoría de mis amigos del barrio dejaron los estudios con 16 años para trabajar en la obra. Soy tan hijo de todo eso como de las novelas de Stephen King o Clive Barker que leía de adolescente. La única renovación posible es volver los ojos a uno mismo.

LA VIDA, EL HORROR CIEGO Y TÚ

AAS: Bajo el barro en ocasiones se aproxima más a la novela social que al terror. ¿Qué denuncias hay en ella? Se detectan resonancias de Verónica de Paco Plaza, en cuyo guion interviniste.

RST: No creo en la ficción que denuncia. Para empezar, el género de terror, o la ficción que juega con elementos asociados a ese género, por abrir un poco más el abanico, suele ser moral y éticamente ambigua, y creo que esa ambigüedad es precisamente lo que atrae a tantos lectores y espectadores, a veces, incluso en contra de sus propios gustos. Llevamos años discutiendo si en el slasher o en las películas de terror italianas de los años 60 y 70, los personajes femeninos sufren o desean ese sufrimiento, y si los espectadores se sienten complacidos o asqueados por eso.

Ese punto ciego, donde nada está claro ni lo va a estar nunca, solo puede darse en el terror. Es el género que cuestiona nuestras convicciones. En Bajo el barro describo escenas terribles de acoso escolar además de otras atrocidades, pero son escenas que yo mismo he presenciado en el instituto siendo adolescente (y las víctimas muchas veces eran buenos amigos míos). Están en el libro porque no creo que el horror deba ser simplemente autorreferencial sino basarse en la propia vida antes que en otros libros o películas, pero no hay ninguna voluntad de denuncia. Son los lectores los que tienen que negociar con ello, con ese punto ciego.

Si algo tiene en común Verónica con Bajo el barro es que ambas son indisociables del contexto en que se ambientan. La tragedia de Verónica es que sus circunstancias vitales y socioeconómicas no la dejan vivir como una adolescente normal, mientras que los niños de Bajo el barro construyen un pasaje del terror en su colegio como respuesta (no tanto como venganza, creo) a la hostilidad que reciben de su entorno: el acoso, el paro de sus padres, la ausencia de perspectivas. El subtexto de las dos historias es que los barrios obreros crean sus propios monstruos, y que estos no son intercambiables con los monstruos de otros entornos. Cada lugar tiene el copyright de sus propios fantasmas.

AAS: Tu amplia formación audiovisual es patente en la novela y no he podido evitar visualizarla como una serie o una película. ¿La ves tú también trasladada al cine?

RST: La novela se convirtió en un proyecto audiovisual cuando solo era un manuscrito. Veremos si ese proyecto se materializa. En cualquier caso, a priori yo vería más una serie que una película.

AAS: En la novela se detecta la influencia de autores como Stephen King, Joe Hill o Paul Tremblay. Pero también hay algo de clásicos como Arthur Machen. ¿Los tenías en mente? ¿A qué santos literarios has encomendado?

RST: Hay dos maneras de entender las influencias. Están aquellas que uno interioriza en cuestión de estilo, prosa, voz, etc; y las que se admira, más o menos de forma consciente, por su actitud. A veces coinciden, a veces, no. A mi generación, King nos enseñó una actitud ante la literatura y ante la vida nada pretenciosa, que no nació con él, por supuesto. Los propios Matheson, Stevenson, Wilkie Collins, Wells o Leigh Brackett hacían gran literatura sin pretenderlo, desde la humildad del narrador que se sienta y dice: “Te voy a contar lo que pasó”. Yo me siento muy cercano a esa posición. Además de eso, la novela tiene muy presentes a los viejos cósmicos como Machen y a los nuevos como Ligotti porque, sin querer destripar nada, la trama acaba tendiendo quizás a un horror más difuso, más etéreo, del que propone en principio.

En ‘Bajo el barro’, describo escenas terribles de acoso escolar además de otras atrocidades, pero son escenas que yo mismo he presenciado en el instituto siendo adolescente, y las víctimas, muchas veces, eran buenos amigos míos”

AAS: No suelo hacer esta pregunta, pero no tengo más remedio: escribes en la dedicatoria del libro que fabricaste un pasaje del terror en tu escuela con 10 años, ¿qué hay de autobiográfico en Bajo el barro ?

RST: Sin pretenderlo, antes ya he respondido a esto. Está, para empezar, la ambientación y la red de relaciones sociales que se da en cualquier barrio popular. Y, bueno, no diría que llega a ser autobiográfico, porque yo ese concepto lo entiendo de otra manera, pero el hecho de que los tres niños protagonistas solo cuenten con su propio imaginario macabro para responder a la realidad tiene mucho de mí mismo a esa edad. Yo, a diferencia de ellos, no pude construir un pasaje del terror. Lo intenté, pero desistí porque pensé que el resultado era ridículo, así que mis propios compañeros de clase lo acabaron por mí. Por otro lado, mis amigos y yo jugábamos a recrear en la calle escenas de las películas de terror que alquilábamos en el videoclub (Pesadilla en Elm Street 3 y Critters se llevaban la palma), así que esa concepción catártica del terror-juego, tan pegada a la infancia, recorre toda la novela.

AAS: Eres más conocido como teórico que como creador en el mundo literario. Has escrito ensayos sobre zombis, ciencia ficción que acaso sean más conocidos que tu obra de ficción. ¿Sientes vértigo cuando te enfrentas al reto de escribir ficción? ¿Te consideras más creador de mundos que analista de los mundos de otros?

RST: Es curioso porque, si hago recuento, he escrito bastante más ficción que ensayo a lo largo de mi vida. Solo de mi adolescencia guardo una quincena de novelas y unos seis o siete guiones. Lo que ha ocurrido es que, en los últimos años, ha coincidido la publicación de unos cuantos textos teóricos míos. No es casualidad: de 2008 a 2013 escribí mi tesis doctoral, que trata sobre el cine de zombis español, y de ese trabajo (y de otros posteriores) han surgido colaboraciones en libros colectivos y un ensayo, La orgía de los muertos. Todo concentrado en muy poco tiempo. De ahí esa percepción. Yo siempre me he identificado con perfiles como los de Antonio Altarriba, Bernardo Sánchez-Salas o Pilar Pedraza, que saltan de la teoría a la creación y viceversa sin problemas.

Respondiendo a tu pregunta, me encanta investigar y tengo en mente dos proyectos de ensayo que no me gustaría demorar mucho, pero me temo que mi pulsión natural es creativa. Para 2021 la proporción teoría/creación se va a invertir. En algún momento del año saldrá un libro colectivo en el que he escrito un capítulo, pero el resto será ficción.

¿CÓMO REINVENTAMOS EL TERROR? 

AAS: Tu novela tiene raíces clásicas, ¿qué opinión te merecen las nuevas propuestas cinematográficas y literarias en el género? Pienso en películas como It Follows, Hereditary y Midsommar, Mandy o El infinito. En literatura, libros como Casa de hojas (de reciente traducción) o Ciclonopedia.

RST: Cuando estudiemos con perspectiva el terror literario y audiovisual (los videojuegos y los cómics van por otro lado) de los últimos años, nos daremos cuenta de que, aun a pesar de lo que piensen muchos de sus creadores, todas esas películas y libros que citas no deja de ser terror al fin y al cabo. Y del más clásico. Piensa en Midsommar. Tiene detrás un cuidado tratamiento estético, pero narrativamente no es más que un slasher canónico disfrazado de clásico folk horror. Los protagonistas son estudiantes estúpidos que no respetan algún tipo de tradición o credo y que, uno a uno, van muriendo en el orden en que esperas que mueran a modo de castigo/sacrificio. Me encantan muchas de esas películas, El infinito me gusta mucho, está llena de buenas ideas, y Casa de hojas tiene pasajes de verdadero pavor; pero no hacen nada que el género no haya hecho en el pasado. Piensa en Amenaza en la sombra o en La posesión. O en La cosa. O en Freaks. No las estoy ninguneando, al contario. Adoro It Follows. Solo digo que el género de terror es mucho más inclusivo de lo que muchos pretenden. Hablar de dignificarlo a estas alturas es desconocer su Historia.

A mi generación, Stephen King nos enseñó una actitud ante la literatura y ante la vida nada pretenciosa. También estamos cercanos a los grandes literatos Matheson, Stevenson, Wilkie Collins, Wells y Leigh Brackett, quienes escribían desde la humildad del que se sienta y dice: ‘Te voy a contar lo que pasó’

AAS: ¿Qué futuro tiene el terror? Estamos en una época de pandemia, conspiranoia y transformaciones profundas, ¿cómo crees que se desarrollará en los próximos años?

RST: Supongo que sobrevivirá y se reinventará como lo ha hecho siempre: husmeando en el patio trasero de la sociedad, sacando la basura cuando nadie le ve. Un tema que explotará (ya lo hace Host) es la relación entre nuestro espacio privado y lo que mostramos de él, que cada vez era más difusa con las redes sociales y que, con los confinamientos, ha terminado de volar por los aires. Imagino que el género acabará replanteándose cómo tratar ese espacio doméstico que ya no nos pertenece.

AAS: ¿Qué proyectos tienes en mente? Literarios, cinematográficos.

RST: Mientras respondo a estas preguntas, se está rodando un cortometraje bastante ambicioso dirigido por Iago de Soto y escrito por mí. Es una historia gótica ambientada en una aldea gallega del pasado que habla sobre obsesiones muy actuales. Y para la primavera de 2021, COVID-19 mediante, está programado el rodaje de un largometraje de terror que he coescrito. Estamos deseando poder hablar de él. Por lo demás, he acabado una novela corta, que ya veremos qué es de ella, y ahora mismo estoy a mitad de una larga.


LO

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