MANUEL BAREA NOS QUITA LA VENDA

Hay autores que colocan una venda en las heridas. Otros, nos hacen caer la venda de los ojos. Éste último es el caso de Manuel Barea, que en su cuarta novela publicada por la editorial Alrevés realiza una denuncia de cómo nuestra sociedad asiste ciega y muda al maltrato de los eslabones más frágiles de la cadena social. Sola, desarraigada, traumatizada por oscuros episodios del pasado, enferma crónica y abandonada a su mala suerte, la protagonista de la dura historia, la joven Eva, se hunde cada vez más en la espiral de la pobreza. De su descenso final a los infiernos dio cuenta el autor a su paso por Getafe Negro.

Maica Rivera 


“Quizá he caído en el ensañamiento con la protagonista de mi novela, pero,  a veces, la vida es así”, explicó Manuel Barea a la moderadora Anamaría Trillo durante el transcurso del coloquio titulado Un vertedero llamado juventud de Getafe negro que compartió con Daniel Jiménez y Margaryta Yakovenko el pasado 19 de octubre. Su participación vía online en la decimotercera edición del festival (#la13deGN) comisariado por Lorenzo Silva permitió a los lectores contextualizar En la casa vacía, una de las mejores novelas de género del año, y poner no una cara, sino muchas caras, al personaje de Eva.

La desgarradora historia de esta joven “no es algo tan anecdótico”, explicó Barea, en la medida en que no lo es “quedarte hoy sin casa y sin trabajo, sufrir repudios familiares, y encontrarte, de repente, en medio de una avalancha de desgracias”.

Sobrecogió, más aun si cabe que la lectura del libro, el escuchar al propio autor hablar sobre la veracidad de las vicisitudes que narra y oírle confesar que las claves de su inspiración estuvieron tan apegada a sucesos y circunstancias de la más rigurosa actualidad. No cabe duda duda de que “la realidad tantas veces supera incluso tramas tan duras como ésta”, fue la conclusión que dejó del encuentro la moderadora Anamaría Trillo.

Quedó muy claro que la problemática del nuevo desheredado contemporáneo enlaza, en el presente y en la obra, con una muy evidente casuística generacional, incluye lacras sociales como el maltrato a la mujer y, en su largo alcance, toca también la aporofobia.

HERIDA SOCIAL: EN CARNE VIVA

Barea supo contarlo con eficacia y economía, escogió el relato en primera persona, de frases cortas y afiladas, para diseccionar este lado oculto y desesperanzado de nuestro tiempo desde un tristísimo monólogo interior, dejándonos, con esta prosa fluida, frágiles y desnudos frente a un exterior hostil en el que resuenan cada noche los ecos de un gemido perruno: es sonido del abandono de quienes miran (¿miramos?) hacia otro lado. Es así como estas páginas exploran con crudeza sensorial, al ritmo del dolor crónico y sordo que Eva padece, los límites de la pobreza absoluta.

Angustia leer cómo va saliendo penosamente del paso a base de chapuzas a domicilio, “desempeñando tareas tradicionalmente masculinas”, y de ejercer esporádicamente de camarera en una discoteca. El único alivio que le reconocemos, auténtico calor en medio de la fría desesperanza, es momentáneo y fugaz, llega con la entrada en escena de un cachorro de braco de ojos celestes, el único que conseguirá arrancarle alguna sonrisa y sacarla durante algunos instantes de su aislamiento social y comunicativo, de su abulia.

Eva deja la herida social en carne viva. Nos va asfixiando un poquito más cada nueva palabra descriptiva  de su tremenda situación, saber cómo a cada párrafo se agiganta su malvivir en la lúgubre soledad de un piso destartalado con olor a mustio. Y sí, todo puede empeorar. ¿Y lo más espeluznante? Que todo esto, como se repitió en el coloquio, “podría estarle sucediendo a nuestra vecina, podría estar pasando al otro lado de nuestra pared”. Y no nos damos demasiada cuenta de nada. A pesar de que, como descubriremos en la última parte del libro, ella, Eva, como tantas otras Evas de hoy, fue una chica normal, la cariñosa hija y futura nuera de manual, pero tuvo que huir del lugar, al que la veremos obligada a regresar, tras la concatenación de una serie de hechos terribles que incluyen la violencia y pérdidas familiares irreparables.

Barea subrayó de la protagonista que está “anclada en la rutina del fracaso” desde el comienzo, profundamente hundida en el hastío, hasta que, “ante la acumulación de tanta precariedad, explota, y es entonces cuando sobreviene la parte de resistencia“. La primera parte de la novela refleja esa “monotonía atroz de desgaste”, y desde la asimilación de los primeros capítulos, el lector avezado ya intuirá que apenas está viendo el pico del iceberg del drama, que las raíces de la tragedia vienen de lejos y avanzan rápido en la oscuridad, y empezará pronto a darse cuenta de que, necesariamente, llegará un momento en que “todo tendrá que explotar por algún sitio porque es la situación es cada vez más insostenible”.

Lo peor, concluyó el escritor Manuel Barea: “Me temo que todo lo narrado es un proceso extrapolable a cualquier situación de injusticia social”


LO

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