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EL MODESTO MISTERIO DE LAS LETRAS

¡Qué hermoso libro el de Jorge Luis Borges titulado Discusión! Son breves artículos, publicados a lo largo de los años 20 y 30, que nos muestran a un autor con intereses múltiples, con la atención puesta en lo que se le pone delante en la vida. Como escritor, Borges recortó la distancia entre el autor y el lector, adentrándose en el juego de duplicidades que implica la escritura, reverso de la lectura, donde se pone en marcha el mecanismo de la fantasía y la imaginación. Quizá sea la búsqueda del grial del placer lo que guíe esos dos procesos, leer y escribir, para intentar alcanzar el texto perfecto que satisfaga eternamente.

Joaquín M. Aguirre. Foto portada: Grete Stern.


 

El Borges escritor no se puede separar del Borges lector y viceversa. ¿Qué produce más satisfacción, qué cumple más nuestro destino que esa duplicidad? La respuesta romántica apunta a la expresión; la clásica se centra sobre todo en la recepción del legado que se recibe para darle forma.

Pero Borges fue más allá y la modernidad de sus ideas es innegable. En el artículo en el que se discuten las versiones traducidas de los textos homéricos, Borges escribe:

Ningún problema tan consustancial con las letras y con su modesto misterio como el que propone una traducción. Un olvido animado por la vanidad, el temor de confesar procesos mentales que adivinamos peligrosamente comunes, el conato de mantener intacta y central una reserva incalculable de sombra, velan las tales escrituras directas. La traducción, en cambio, parece destinada a ilustrar la discusión estética. El modelo propuesto a su imitación es un texto visible, no un laberinto inestimable de proyectos pretéritos o la acatada tentación momentánea de una facilidad. […] El concepto de texto definitivo no corresponde sino a la religión o al cansancio. [“Las versiones homéricas” (1932), en Discusión]

Allí donde la imaginación intenta fijar sus fantasías y quimeras en un texto, en la traducción por el contrario se parte de un hecho, la existencia ya del texto que se nos enfrenta como una montaña que se ha de escalar. Nada hace reflexionar más sobre el lenguaje que la traducción. Es en ella en donde se debe intentar comprender los sentidos que las palabras almacenan. La reflexión sobre la traducción trata de comprender primero nuestra propia experiencia estética, aquello que el texto nos hace sentir o imaginar o intuir, para después tratar de encontrar las equivalencias eficaces en una lengua cuya distancia cultural o temporal puede ser enorme. Si las decisiones que se toman en la creación son muchas, las de la traducción se multiplican. Nos movemos en el terreno de lo que otros han querido decir, lo que buscaban expresar. Un mal lector difícilmente puede ser un buen traductor. Solo acumulará errores y más errores. Hay algunos textos recientes en los que he sentido sonrojo por la falta del cultura del traductor. Hace falta mucho conocimiento para traducir; algunos lo compensan con osadía.

LA TRAICIÓN DE LA TRADUCCIÓN

Pese a los tópicos sobre la “traición” de la traducción (o del traductor), no hay acto de mayor amor a la lengua que traducir. Es el acto integral, unificador, ya que implica la comprensión de la lectura y la expresión de la escritura. Es despojarse del ego para aceptar al otro, sin dejar de ser uno quien lee.

Quizá muchos de esos nombres fundadores de la tradiciones literarias de la antigüedad no salieron de la oscuridad, sino de las lecturas que les llegaron, las que escucharon a otros y fijaron en sus propias lenguas lo que les contaban en otras. Quizá compensaron con su propia imaginación aquello que no entendían.

En la segunda parte del párrafo, se plantea Borges la idea aberrante de un “texto definitivo”, acabado, solo posible —nos dice— en la religión, como palabra intocable y autoritaria, amparada por su origen divino. Borges juega al contraste y propone en el otro extremo, frente a la solemnidad religiosa, el “aburrimiento” como abandono del juego infinito de la traducción. ¡Qué estupenda frase, qué borgiana!

Puede que los argumentos estén contados, que sean limitados; no ocurre así, en la idea de Borges, en esas infinitas posibilidades traductoras, con los pasos de las lenguas de una a otras, de unos tiempos a otros, de unos temperamentos a otros… y así un juego también infinito de posibilidades de hacer revivir, quizá renacer, al texto que no solo es leído, sino que debe ser reescrito. 

En la traducción se revela la lectura, el resultado explícito de la comprensión lectora. ¿Cómo obviar la presencia de Borges en una de nuestras versiones hispanas de La metamorfosis, que él tradujo?

Recupero un artículo de Ignacio Vidal-Folch en el diario El País, publicado en septiembre de 1999, con el título “‘La metamorfosis’ fue mal traducida”. En el texto se da cuenta de la aparición de unas nuevas ediciones de la obra de Kafka a cargo del catedrático Jordi Llovet. Escribe Vidal-Folch:

Hace muchos años que Llovet, traductor también de Kafka al catalán, se preocupa por las versiones erróneas del escritor. ¿Por qué La transformación y no, como hasta ahora, La metamorfosis? “Es el título exacto y así lo traduje. Y no debí de equivocarme mucho cuando años después leí que Borges había traducido el mismo libro, que el editor le puso La metamorfosis y que Borges siempre lo había considerado un título equivocado. El título correcto le da un carácter de narración doméstica, urbana y biográfica, y no mitológica. La nueva versión inglesa también sigue este criterio, en inglés es The transformation; o sea, que son las dos únicas ediciones que llevan el título correcto”.

Las lecturas que desembocan en traducciones son “propuestas”, “lecturas”. Si pensamos que la diversidad biológica se produce gracias a los errores de copiado del ADN, no tiene nada de particular que el error traductor dé lugar también a nuevas lecturas que desean corregirlo y producirán nuevos malentendidos, que son la base de la vida. El juego de la traducción es un proceso casi genético, una duplicación a una nueva lengua, lo que produce esos errores que señalaban Vidal-Folch y Llovet. No hay traducción definitiva, solo una cadena indefinida producida por la variedad de los lectores, por efecto del propio cambio histórico.

Me encuentro, en una de esas afortunadas conexiones que la lectura nos ofrece, con un párrafo que me vuelve a Borges. Forma parte del relato “Bloqueados”, de la gran escritora china Eileen Chang, un prodigio de finura en la descripción de las relaciones humanas, de la confusión sentimental en la que nos movemos, de nuestra incapacidad para fijar el mundo de forma definitiva. El relato está incluido en la obra Un amor que destruye ciudades, otro precioso texto. Escribe Chang:

La vida era como la Biblia, que había sido traducida del hebreo al griego, del griego al latín, del latín al inglés, del inglés al mandarín. Y cuando Cuiyuan la leía, la traducía mentalmente del mandarín al shanghainés. Los malentendidos surgían inevitablemente.

¡Cuántas vueltas ha dado el texto bíblico hasta llegar a esa versión final suya en la lengua de Shanghái! No sabemos cuánta “verdad” le queda ya a esa palabra después de tanto trajinar por el mundo, de tanta duda como habrá dejado en las mentes de sus sucesivos traductores. Hay escritores que tratan de aclararnos el mundo. Otros, por el contrario, buscan que entendamos nuestra debilidad al comprenderlo, su implacable indeterminación. No hay mundos simples, sino simplificados, señalaba Edgar Morin. No le falta razón. Por algo llamamos “iluminados” a aquellos que tratan de arrastrarnos detrás de verdades que solo ellos ven con esa entusiasta claridad.

La traducción es una hermosa metáfora del proceso creativo, del arte mismo, de la vida misma. En realidad hay poca originalidad en el mundo, solo sucesivas transformaciones, ya que nada sale de la nada. Gregorio amanece un día traducido a insecto, en la obra kafkiana. Borges traducía, pero también lo hacía cuando escribía sus propios textos, que eran el reflejo de su vida lectora.

Pocos autores representan tan bien al escritor total, al lector completo, la erudición creativa. ¿No es “traducir” convertir la Filosofía, la Teología, las Ciencias… en relatos, en mundo habitable por la fantasía propia y ajena? Sí, tiene razón Borges, la Literatura —las “letras”, como escribe— es un modesto misterio.


LO

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