magazine

DEL MAESTRO AL ‘INFLUENCER’

Me llama la atención el comienzo del ensayo Maestros (1925) del escritor chino Lu Xun: “Últimamente, los jóvenes han pasado a ser tema de moda: no se habla de otra cosa”. El “últimamente” hay que relativizarlo, pues esta breve pieza tiene casi cien años. Los jóvenes han estado siempre ahí, lo que varía es la atención que se les presta y cómo se les valora, lo que hoy llamamos “identidad”.

Joaquín Mª Aguirre


 

La “juventud”, como cualquier otra categoría, es una invención variable, una forma cultural de percibirnos y de percibir a los otros. Hay épocas que se burlan de sus jóvenes o apenas les consideran; como contrapartida, hay jóvenes que desprecian su época. En Occidente, desde el periodo romántico, la juventud comenzó a sentir lazos y diferencias. Creo que así ha seguido.

Lu Xun enseguida distingue en los jóvenes unas variantes que reflejan su interés por lo que les rodea: “Algunos son despiertos, otros duermen, otros están en coma, otros se mantienen perezosamente despaciosos, y otros se divierten, para recordar solamente a una parte. Claro está que hay otros, además, que quieren ir hacia adelante“. Parece que el mundo no ha cambiado tanto como pensamos, hasta que llegamos al punto central del ensayo, la cuestión de los “maestros”.

El ensayo de Lu Xun tiene un claro sentido dentro del desarrollo de la cultura china, diferente al que pudiera tener entre nosotros. “Los jóvenes que quieren avanzar suelen buscar un maestro. Osaría decir, con todo, que jamás lo encuentran”. La idea que desarrolla es clara: “Porque quien se conoce a sí mismo y a sus propios límites no querrá hacer de maestro, mientras que quien cree en sí mismo puede resultar un guía para nada confiable”. ¡La paradoja del maestro! El humilde renuncia y el soberbio se excede. No le falta verdad a la observación.

Si situamos al autor en su contexto histórico, la cuestión del joven y el maestro se vuelve relevante porque es el momento en el que una serie de intelectuales chinos intentan desprenderse del peso asfixiante de la tradición, que eliminaba cualquier iniciativa para salir del círculo vicioso en que se encontraban. La milenaria cultura china, la más antigua viva, se había mantenido precisamente por su insistencia en la permanencia repetitiva. Lu Xun forma parte de aquellos que trataron de abrirse a Occidente cuando vieron que las raíces culturales eran como grilletes cada vez más apretados, cadenas muy cortas para la mente. Y en esto tenían un papel esencial los “maestros”, forma de transmisión viva y de mantenimiento jerárquico, de orden y vigilancia.

La idea de maestro es doble, implica una cierta madurez reconocida, que ha dejado una obra apreciable, y también un componente de atracción admirativa hacia esa obra que, como diría un psicoanalista, se transfiere al autor de la misma. El maestro ha realizado una obra importante y es poseedor del secreto de cómo hacerlo. Empezamos admirando la obra y podemos acabar siendo seducidos por el autor. Algunos piensan que es ese el fin, la seducción, una forma de atracción, algo que ha sido usado como reclamo para atraer. Por supuesto, no siempre es así. De hecho, mucha gente se queda con la primera parte, la obra, y se distancia de la figura humana que la produjo. ¡Cuántos desengaños ha provocado el conocimiento del que estaba detrás de la obra admirada! ¡Cuánta desilusión ante el maestro admirado y visto ahora con luz natural!

El ensayo de Lu Xun, tras una serie de reflexiones intermedias, se cierra con una frase terrible: “¿Por qué ir en busca de maestros viejos y derrotados?” La vejez es un hecho incontestable de la vida; la derrota, un estado de ánimo, una percepción del final. El maestro desaparece; queda la obra, que no siempre perdura por lo cambiante del gusto. Puede que sus enseñanzas, en el tiempo, nos sigan pareciendo válidas o que sean olvidados y desechados por obsoletos. La historia avanza deprisa dejando víctimas en las cunetas, la mayoría con nombres ilustres que no resistieron la prueba de la actualidad.

MAESTROS DE PAGO

Hoy el mundo, en cambio, se nos ha llenado de maestros de pago, de consejeros artísticos que nos dan recetas funcionales sobre cómo escribir, sobre qué hacerlo y sobre todo aquello que les preguntemos, para lo que seguro tienen respuesta prepara da, no siempre meditada. Pero en la época de Lu Xun era dramática e imperiosa la necesidad de que los jóvenes no tuvieran a los maestros como guías, que evitaran esas sendas repetitivas del tradicionalismo que había sido reforzado por todo un aparato académico y crítico para fijar lo que era “culturalmente chino” y por ello “aceptable” y “repetible” hasta el fin de los tiempos.

El tiempo transcurrido era la garantía de la validez artística. Lo bueno dura; lo malo se marchita rápido. Esta ha sido la receta del clasicismo en todos los ámbitos culturales. Nada más nocivo que el peso excesivo del pasado dirigiendo nuestros gustos. Así ocurrió en nuestro siglo XVIII, cuando la explosión “romántica” introdujo la necesidad y validez de lo nuevo, después de décadas de polémicas entre “los antiguos y los modernos”. La definición de “genio”, un gran debate dieciochesco que se prolongaría a lo largo del siglo siguiente, expresaba que este se caracterizaba, como fuerza de la naturaleza, en no seguir más que sus propias reglas, que le eran dictadas desde su propia conexión con la naturaleza, palabra de muchos y ricos significados. En el caso de Lu Xun, la necesidad de la desobediencia a los maestros era la esperanza de la renovación cultural. En ambos casos, se trataba de localizar en el futuro las esperanzas y no en un pasado repetitivo.

Hemos pasado del maestro asfixiante al influencer, que es la figura a la que se aspira. Los efectos culturales son brutales y, en poco más de una generación, nos sobrará casi todo en un mundo que no lee más que lo que le dicen en las redes sociales. El lugar del maestro se ha convertido en un espacio vacío. Sorprende que esto ocurra ahora que tenemos a mano grandes porciones de cultura de todos los tiempos

Tuvo que hundirse el orden social en Occidente con las revoluciones para que el arte asumiera un término militar, la “vanguardia”, y combatiera a los maestros y su lastre. El arte pasaba a incorporar el mayor valor, la “originalidad”, término que hace referencia a su distanciamiento de lo existente, pero también la conexión con el “origen”, con la fuerza creativa primaria que anida en el ser humano y que la rutina, la repetición, la imitación, hacen desaparecer. “Creatividad” es otro término vinculado que también nos conecta con el mismo principio. “Crear” es iniciar algo, no seguirlo.

Si la revolución romántica occidental contra lo viejo o las revueltas del “Movimiento del 4 de mayo” en China representaban un deseo de salir del sueño cultural, del anquilosamiento centenario, hoy la situación es muy diferente. La transformación del arte en industria y comercio ha producido un efecto que, combinado con la aceleración de los tiempos, nos hace mantener una peculiar relación con el pasado y lo que este nos pueda traer. Hoy no hay maestros, todo lo más instructores, “personal coachers. Eso de ser “maestro” suena a viejuno, a estar medio enterrado, a tener el nombre en la calle de tu pueblo o, peor, en el pabellón de deportes. Hoy el maestro, figura moral, queda sustituido por el “taller”, lugares en que si llegas creyéndote un genio sales escarmentado y si llegas incrédulo, al contrario, te convencen de que eres muy bueno.

CRISIS SIN MAGISTERIO

Como nuestra crisis cultural es brillantemente galopante, la necesidad de orientación hacia lo que estamos “vaporizando” (el término es de George Orwell, en 1984) de nuestro pasado artístico, despreciándolo sin conocerlo, es cada vez más elevada, aunque no lo percibamos. Una de las características principales de la ignorancia es precisamente la felicidad con la que se vive al día.

Por lo que veo cada día, en esta ruidosa sociedad que hemos construido entre todos, hace falta mirar un poco más allá de la última década, horizonte cultural de la mayoría, para adentrarse en todo lo que ha quedado en la cuneta. Son los efectos de un mundo sin maestros, sin obras maestras, solo consumiendo lo que nos ofrecen cada día y mal aprendiendo lo que nos enseñan en las escuelas, cada vez más enfocado a un futuro laboral que, por cierto, no suele llegar y cuando lo hace no es el que esperábamos. Hoy el arte pasa por el consumo y poco más. La sensibilidad estética —llevo muchos años con esta lucha— es ignorada en la enseñanza y pisoteada después por el mercado.

Hemos pasado del maestro asfixiante al influencer, que es la figura a la que se aspira. Los efectos culturales son brutales y en poco más de una generación nos sobrará casi todo en un mundo que no lee más que lo que le dicen en las redes sociales y muy resumido. El lugar del maestro se ha convertido en un espacio vacío. Es sorprendente que esto ocurra en el momento en que tenemos a mano grandes porciones de cultura de todos los tiempos. Y quizá parte del mal esté ahí, ya que implica dos cosas, el poco valor que se le concede y sobre todo la falta de compromiso de las instancias que deberían velar por ello.

La tensión entre maestros y entre maestros y admiradores o discípulos es una tensión fundamental en la Historia.

Las disputas entre maestros nos aseguran diversidad cultural; las disputas entre maestros y discípulos desengañados aseguran la renovación, el componente de confianza necesaria, de afirmación en lo que se hace.

Pero un mundo sin maestros, aunque sea para no seguirlos, está abocado a la pérdida de la memoria y, por ello, a la conexión con la gran línea o líneas que vertebran las culturas, ciertas formas universales que se manifiestan por encima de lo circunstancial, como creía el crítico norteamericano Kenneth Burke.

Ningún arte puede sobrevivir olvidando su pasado. El pasado no solo está hecho para ser admirado, sino también combatido, discutido, renovado. Pero nunca ignorado porque entonces falla, como ocurre, la genialidad y lo que tiene de rebeldía, con sus aciertos fracasos.

Lu Xun consideraba que había que recelar de los maestros; la situación de China así lo requería. La situación hoy en el mundo es otra, la del olvido, el desconocimiento, por lo que somos fácilmente seducidos por cosas triviales. ¿Tiene arreglo? Si no somos conscientes de lo que desconocemos, difícilmente podremos echarlo de menos.


LO

¡Comparte este post!