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ADIVINA QUIÉN VIENE A CENAR

De cuando los tebeos daban miedo, de cómo la cruzada del psiquiatra Fredric Wertham acabó con la edad de oro de los cómics de terror en los años cincuenta y de la herencia que nos ha llegado hasta hoy. De todo esto, y algunas apasionantes anécdotas de época, nos habla en esta velada especial Halloween nuestro investigador, especialista y ávido coleccionista de cómics de los cincuenta, Alberto Ávila Salazar. 

Alberto Ávila Salazar


Hubo una época, hace ya muchos años, en que los cómics se llamaban tebeos. Eran un entretenimiento juvenil o infantil y nadie se detenía a pensar demasiado en ellos o a analizarlos. Herederos naturales de las revistas pulp, los creaban estajanovistas de la pluma o de la mesa de dibujo, que sacaban adelante su trabajo cumpliendo plazos de entrega abrasivos y ganando un salario muy escaso que no se correspondía con la enorme difusión de estas publicaciones, de las que se llegaban a tirar en Estados Unidos cientos de miles de ejemplares.

Es bien conocido el dato de que Action Comics, la cabecera en la que apareció Superman, empezó imprimiendo doscientos mil ejemplares en 1938 y, en poco tiempo, se estabilizó en tiradas de un millón.

Estábamos en la Edad de Oro del cómic, que los historiadores sitúan entre 1938 y 1956, y comenzó con la creación de Superman. Sin embargo, no voy a hablar superhéroes, estamos en Halloween y lo oportuno es tratar temas terroríficos, así que estas líneas van tratar de los cómics que sacaba al mercado la Entertaining Comics (E.C.). Esta editorial ha pasado a la historia por títulos como Tales from the Crypt, Vault of Horror y Haunt of Fear, tres auténticos bastiones del horror cuya influencia en la cultura popular es absolutamente imposible de evaluar. Stephen King o George A. Romero han confesado su influencia directa y la lista de libros, películas y series inspirados en el espíritu de los relatos de la E.C. sería tan enorme que resultaría una tarea titánica pretender hacerla.

¿Cuál era el secreto de estos tebeos? No es fácil determinarlo, si bien probablemente radica en saber emplear las historias y los lugares comunes de las historias de miedo tradicionales y ubicarlas en un mundo bien reconocible, llevarlas a lo cotidiano; así como buscar siempre desenlaces impactantes y, porque no decirlo, a menudo con ciertas dosis de sadismo. Otro de los aspectos más arquetípicos era contar con un presentador que introducía la historia con toques de cinismo o de humor negro, los tres Ghoulunatics: El Guardián de la Cripta para Tales from the Crypt, El Guardián de la Bóveda para The Vault of Horror y La Vieja Bruja de Haunt of Fear. Otro aspecto fundamental era la pasión de William Gaines, editor de E.C. por su producto, él supervisaba e intervenía en todas y cada una de las historias que presentaba su sello. No cabe duda de que esta editorial es la más recordada, aunque lo cierto es que no era más que la punta del iceberg. Según el estudioso John Benson, apenas ocupaba un siete por ciento del mercado del cómic de terror en los años cincuenta, lo cual demuestra la pasión que despertaba entre el público norteamericano. Otras editoriales como Avon, Fawcett, Standard o St. John tenían su línea de tebeos terroríficos y le daban a la juventud su dosis de emociones fuertes.

VIOLENCIA, CENSURA Y PURITANISMO

El punto final de esta etapa gloriosa lo puso el puritanismo de la sociedad norteamericana, a finales de los años cuarenta había grupos cívicos que empezaron a denunciar el carácter violento de estos tebeos para los niños, y el catalizador fue el psiquiatra de origen alemán Fredric Wertham. Originario de Núremberg y con una sólida reputación de bastión de la moral (su clínica ofrecía tratamientos muy económicos a negros sin recursos del barrio neoyorquino de Harlem) sus incendiarios artículos Horror in the Nursery y Psychopatholgy of Comic Books exaltaron a la opinión pública.

Si bien el golpe de gracia vino con el libro Seduction of the Innocent (1954) un ataque feroz contra la industria historietística que incluso provocó que se abriera una audiencia en el Congreso de los Estados Unidos para analizar las conexiones entre los tebeos y la delincuencia juvenil. Las ventas se desplomaron, varias editoriales echaron el cierre y empezó la era de la censura en el cómic. La empresa de Gaines siguió funcionando gracias al éxito del magazine humorístico Mad, aunque acabó vendiendo la empresa a mediados de los sesenta.

En cuanto a Wertham, sin poner en duda la calidad de su trabajo en otros ámbitos, es imposible rehabilitar su figura en el terreno de los cómics. En 2012, una concienzuda investigación de Carol Tilley, profesora de Ciencias de la Información de la Universidad de Illinois, acreditó que Wertham “manipuló, exageró, forzó y fabricó pruebas, en especial las referentes a sus investigaciones clínicas personales”. Para relacionar la delincuencia juvenil con los cómics usó el testimonio de jóvenes con patologías previas, no dudó en hacer pasar por propios historiales clínicos de otros colegas y alteró de manera deliberada algunas declaraciones de adolescentes con el fin de ajustarlas a sus tesis personales. Wertham, de manera tardía, en 1974, dio a imprenta el libro The World of Fanzines, en el que se centró en los aspectos positivos de los cómics, aunque el daño, profundo, ya estaba hecho.

UN LEGADO DESLUMBRANTE

Es difícil imaginar qué hubiera sido de los cómics de terror si Fredric Wertham no hubiera emprendido su cruzada, quizás la fórmula del terror se hubiera fatigado o, tal vez, los superhéroes no habrían adquirido tanta pujanza. En todo caso la impresión que deja todo este turbulento asunto que la manera de hacer ficción de William Gaines ganó la guerra. De manera insidiosa, el terror del cómic de los años cincuenta sigue vivo entre nosotrosWilliam Gaines falleció en 1992, pero pudo asistir al estreno de la película Tales from the Crypt de 1972 y The Vault of Horror el año siguiente, así como a la saga Creepshow, inspirada en su historias, en los años ochenta.

Antes hablaba del secreto de los cómics de terror de los cincuenta, y deliberadamente he omitido el más evidente: la calidad de algunos. Es indudable que se trataba de tebeos hechos en una cadena de montaje, en serie, y que, en muchas ocasiones, apenas reunían mínimos de profesionalidad, pero los que eran buenos siguen siendo deslumbrantes. Probablemente ahora mismo se disfruten muchas de ellas como un gusto adquirido pero, de lo que no cabe duda, es de que historias como Nightmare World de Basil Wolverton, The Corpse That Came to Dinner de Reed Crandall y Mike Peppe, The Whipping de Wallace Wood, Jack Oleck y Al Feldstein, The Crushed Gardenia de Alex Toth o Poetic Justice de Bernie Krigstein (por hacer una lista muy escueta y personal ) son obras maestras. Todas ellas muy oportunas, además, para leer en Halloween.


LO

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