Es posible que sea la mejor novela de terror que leas este año. La clave reside en la malévola sutileza de la autora para colocarte en la tesitura de decidir cuáles son los límites de la historia. Sencillamente, brillante.
Por Maica Rivera
2 octubre, 2023
Al fin llegó la edición española de Acércate, veinte años después de que el título viera la luz originalmente en Estados Unidos. Cómo no, son las editoras de la Biblioteca de Carfax quienes hacen la magia para hacernos sucumbir al poderoso imaginario de Sara Gran (Brooklyn, 1971), la traducción es de la propia María San Román y el remate es una ilustración rojinegra de ojos volados en portada que ya tumba al más pintado, algo que viene siendo una marca de la casa, a cargo de Rafael Martín Coronel.
El supergrupo lo completa la mismísima Mariana Enríquez con un prólogo para enmarcar. Nos adelanta en esas primeras páginas que la protagonista es una joven arquitecta de éxito, felizmente casada, que quizás esté comenzando a ser poseída por una entidad demoníaca. Ahí ya estaría todo, sintetizado en un adverbio desestabilizador que da mucho, mucho tormento. El resto, es una pulcrísima pesadilla.
Sin ánimo ni necesidad de psicoanálisis, por resultar a todas luces evidente, se resume el meollo a una crónica de degeneración personal y de pareja, no llegamos a saber si necesariamente acontece la tragedia en ese orden (primero lo personal, luego lo de pareja) como tampoco sabremos con todas las certezas si se trata de un devenir sobrenatural o solo mental.
El mal vive dentro
¿Autosugestión o demonios? Caminaremos al filo del abismo junto a la protagonista, arrastrando como Sísifo ese dilema en el vaivén de nuestras disquisiciones. La angustia gozosa nos sobreviene pronto en la lectura. Allá por la segunda página, ya andamos con la piel erizada.
Todo comienza en San Valentín, una fecha señalada que acabará teniendo más sentido que ironía en el despertar demoniaco. El mal infestará de forma cadenciosa la narración, despuntará con el sonido de un golpeteo en la casa, toc, toc. Nada fortuito. Jamás suena una sola vez. Se hará repetitivo. Y durará todo el invierno. No se sabe de dónde procede exactamente, desconocemos su origen y el artífice. Pero se manifiesta como una maldición, ominoso, y coincide con momentos de crisis, y, tal vez, encubriendo o preludiando algo peor. Sospechamos ya en este punto que la autora tiene previsto cocernos en el fuego de nuestros propios miedos, incluso los más personales, y aprovechará, adelantamos, con mucha frescura, algún pequeño trauma infantil de matiz universal. Sí, éste es el inicio de una sucesión de fenómenos extraños que brotan de escenarios cotidianos, y que incluyen sueños espeluznantes de una playa color carmesí y una aterradora amiga imaginaria, o no tan imaginaria, llegada del pasado, hermosa, de ojos oscuros y con afilados dientes como colmillos.
Hacia un mar de sangre
Las fronteras de lo psíquico y lo material se irán desdibujando. Irá subiendo dramáticamente la intensidad del terror que se catalizará mediante un test al que la protagonista se va sometiendo a sí misma, a través de una serie de cuestiones sobre síntomas de posesión enumerados y tipificados en un listado que repasamos junto a ella con aprehensión. Según avancemos en la historia, iremos sumando más puntos en el autodiagnóstico de posesión. Apenas hay una esperanza de que todo pare durante un fin de semana romántico de Amanda con su marido Ed en la playa. Sin embargo, solo será el comienzo del fin. Apareció en el cielo el nombre de Naamá, todo está perdido.
Qué bien y qué mal lo hace pasar Gran, de quien sabemos que actualmente reside en California, y tiene en su haber una producción de siete novelas, también guiones para cine y televisión, y ha sido publicada en más de una docena de países y traducida a varios idiomas. Hay que seguirle la pista. Y que cunda el ejemplo de que no hacen falta tochos infernales. Ninguna falta.