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UNIVERSO MASA: PODEROSO Y PERSONAL

Días en pijama es el nuevo libro de Alberto Masa, uno de los secretos mejor guardados del panorama literario español. El autor madrileño fue dado a conocer entre su pequeña tribu de incondicionales por la leonesa editorial Eolas y se pasa al joven sello Marli Brosgen para seguir extendiendo el universo Masa, una constelación minimalista y con puntos de referencia bien definidos que se articula con un estilo propio, muy potente.

Alberto Ávila Salazar. Fotos: Silvia López


AAS: Es difícil definir el género en el que se desenvuelve Días en pijama. ¿Es un libro de relatos? ¿Son reflexiones? ¿Son fragmentos de una novela por escribir?

AM: Son fragmentos, pero no sé de qué. Ojalá de una novela, sí. Me gustaría que a eso respondiera un lector menos viciado en estos textos que yo. Son fragmentos de muchas cosas. Pero les falta su revés. El revés los completa, pero también les quita el componente que hay en ellos de dificultad. Claro, sin esa dificultad, también dejan de ser ellos. ¿Están rotos? Muy probablemente.

AAS: Tu trayectoria empieza con un deslumbrante libro de poesía, Roberto Alcázar, supongo. Es difícil no leer el resto de tu obra con esta idea en mente. ¿Qué papel ocupa la poesía en tu prosa?

AM: Ese libro ha sido una losa. Lo hice en dos meses,  animado por el entusiasmo de Eolas. Pero lo tomé como parte de un juego. Esto se parece a cómo yo concibo la lírica. Pero los versos llegan a un puerto demasiado personal e indicador de un momento de mi vida donde me perdí. Aprendí que, más y menos, tenía libertad de coger ese lienzo y rasgarlo a la manera de un Lucio Fontana. Es descuidado. Me mandaron versos y di versos. En un texto, para que haya atmósfera, es necesaria la poesía. Es imprescindible que el lector cruce ese Rubicón. Forma parte del pacto que dibujé, no todo lo bien que quería, en ese libro. Yo vengo del poema “Espacio”, de Juan Ramón Jiménez, vengo de las traducciones del inglés de gente como Wallace Stevens, Larkin o Ashbery. Me interesa que unas cuantas notas puedan establecer el principio y el final de una vida, o varias. La luz como medio para la hipnosis. Es de esa manera, algo paradójica, como, en este momento, concibo la lírica, la que me interesa. Muy contraria a lo que mostré en Roberto Alcázar. Un entremés con actuaciones algo pop-rock.

AAS: Este libro podría tener ciertas similitudes con Preludio de una borrasca, tu anterior obra. Sin embargo, la sensación que desprende es diferente. ¿Supone el final de una etapa? ¿Habrá un nuevo Alberto Masa surgiendo de Días en pijama?

AM: Son libros que crecieron juntos, en la Red, a lo largo de once años. Son piezas cortas. Ambas cumplen con la noción de un Yo que vive sentado con el planeta en un clic y una cocina con la nevera llena. Había muchas más cosas. La Red, en un principio, me fue una compañera de justicia. Luego ha ido derivando, sociológicamente, en otra cosa algo más siniestra. O al menos yo lo entiendo así. Ojalá pueda dar un nuevo libro, si bien, en este momento, lo veo difícil. Creo que la cobardía juega a favor de mi comodidad en esa decisión. También sé que lo bonito sería tirar hacia adelante con otra cosa, incluso aceptar la crítica, aunque sólo sea por evitar la que yo hago de mí y de mis publicaciones.

REINVENCIÓN Y SOBRIEDAD

AAS: Escribí hace tiempo que no dudas en practicar un humor negro, carbonizado incluso. El autor está en el centro de tu obra y, a la vez, es la víctima de un sentido del humor fulminante. ¿Hay algo de autodestrucción en Días en pijama?

AM: No, hay reinvenciones. Y mucha sobriedad en casi todas las piezas. Son momentos donde la fiesta de palabras ha sido vertida en un recipiente dador de una alegría que a mí me da para dormir bien durante esa noche. Al día siguiente uno ha de empezar de nuevo. No me parece mal plan si uno conecta realmente con su verdad, camuflada o no. Es un encenderse una luz que se apaga, ya lo dije, para dormir más cómodo y seguro de que el pensamiento ordenará en su sitio la mezquindad resultante. A lo que voy es que la vida es de por sí destructiva y yo no puedo tener queja. Soy un afortunado. Mira, he escrito bastantes libros, por ejemplo.

AAS: Esta pregunta es casi obligatoria. Tu estilo recuerda a un sinfín de autores, pero no llegas a practicar el canibalismo con ninguno. La lista es larga y rica: Quignard, Michon, Piglia, Beckett, Sebald, el inevitable Francisco Umbral. ¿Quiénes han flotado sobre Días en pijama?

AM: Citas a autores de estilos intensísimos, muy excesivos. Estilos donde se les ve mejor que en unas fotografías a cada uno de ellos. No me veo capaz de emular esas ferocidades pero, a cambio, tomo nota de lo que entiendo sus brillos. Absorbo de cualquiera de esos autores y otros cuantos, y me reprocho no leer lo suficiente, siendo estos hogares propicios para dejarse llevar. Allí la palabra es asumida en un lugar idílico donde, sin embargo, no hay luz. Son prosas donde me tropiezo para poner un lugar a través del tacto, por ejemplo, a un trazado, a un sonido o a una imagen. Si nos fijamos, todos los autores que has citado son difíciles de leer tumbado.

Intento hablar, comunicarme con el sufrimiento. Si el duelo dura poco puede dar lugar a un escrito. Claro, pasarlo a palabras, que es con lo único que se escriben las historias. Toda traducción al folio tiene mucho de resaca. En ‘Días en pijama’ digo que el dolor está muy sobrevalorado en referencia a un folclore, a un esnobismo, a una calificación que el Yo hace de sí. Es una provocación 

AAS: Psiquiátricos, alcohol y psicofármacos son constantes en tu obra, quizás donde más en tu obra maldita Inconcreta desdicha (una de mis favoritas, debo señalar) ¿Temes que tu literatura sea malinterpretada o que te metan en el cajón de los escritores locos?

AM: Bueno, indudablemente, me ha metido en ese cajón todo aquel que no me ha leído. Seguramente me lo he merecido. Soy recurrente en cuanto a esos lugares porque me permiten acceder a una fantasía que conozco de primera mano. La coherencia de esta fantasía está colisionada directamente con lo que aquello que mencionas participa de lo que voy olvidando. Tanto los psicofármacos, a largo plazo, como el alcohol, a corto, me provocan lagunas importantes en la memoria. Una amnesia indeseable donde me obceco en un desenlace trágico de los acontecimientos pasados. Y me parece que el olvido puede ser muy bien representado por un Centro de Salud Mental. Percibo esos no-lugares como una agonía. Escribirlo me ayuda a dejar atrás esa especie de animal que es el otro, pero que también soy yo. Me quitan un poco de peso del propio rostro. Hacen que respire mejor, aunque sea en los ratos en que me digo haber logrado sembrar algo, ayudarme con las letras.

AAS: Hay un Masa en la vida real que parece no coincidir exactamente con el Masa literario. Se parecen, pero no son idénticos. ¿Te escondes detrás de tu literatura o te exhibes con ella?

AM: Intento que cuanto escribo proponga al lector el pacto de ver únicamente la sombra a la que puedo responder como narrador. Me limito a hacer y proponer estilos dentro de esa silueta. Otra cosa es que, desde los balcones, haya cuatro personas grabándome con el móvil. Pero, en ese caso, el papel de intruso les pertenece a ellos. Rotundamente, apuesto por la sombra, por la duda, por la literatura. En cuanto a la vida real, querido Alberto, yo tampoco sé qué soy. ¿Qué es realidad? Vivo en un retiro casi permanente. Y es mejor así. No sé si para los demás también.

INCONDICIONALES DE MASA

AAS: Tu actividad en redes sociales es intensa y ha permitido que tengas un grupo de incondicionales. ¿Qué suponen estas redes para ti?

AM: Supusieron un acompañamiento que no esperaba. No era capaz de percibir la vida más allá de ingestas de litio mezcladas con cerveza o whisky. La Red aplacó eso. Conocí gente. Eran las discotecas donde nunca estuve porque me son aborrecibles. Ya dije en una pregunta anterior que todo cambió. Con las redes tengo una relación de noviazgo con un ente que me deja si no lo abandono yo antes. No me gusta la polémica, tampoco el ruido. Es invierno y la calefacción me acompaña ¿Qué podría salir mal? Trabajar en otras cosas me ha aportado calma creativa. Ahora no sé dónde está cada maldita cosa. Tengo pavor a que mi memoria se pudra, a la manera en que lo hacen, desde hace unos, años las redes sociales. Había momentos que quería guardar. Son la literatura. Lo poco o mucho que yo pueda dar de sí en la literatura.

AAS: Escribes en una de las piezas que componen este libro que “el dolor siempre ha estado muy sobrevalorado”. ¿Se escribe mejor con dolor o sin él?

AM: No, hombre, los sentimientos son para reparo de uno. Intento hablar, comunicarme con el sufrimiento. Si el duelo dura poco puede dar lugar a un escrito. Claro, pasarlo a palabras, que es con lo único que se escriben las historias. Toda traducción al folio tiene mucho de resaca. Si escribí eso fue en referencia a un folclore, a un esnobismo, a una calificación que el Yo hace de sí. Es una provocación solamente que concederá sentido a lo que viene. Por otro lado, si lo que resulta no me indica algo, considero que he fallado. Sólo será otro elemento en la papelera de reciclaje al día siguiente.

AAS: ¿Cómo crees que el mundo recordará a Alberto Masa?

Uy, como al Niño Jesús como mínimo. No he tenido hijos, he tenido que inventar varias vidas para que parezca que algo he vivido, cosa que no he hecho. Me queda reparar rencillas. Soy orgulloso y concibo al otro como quien, desde el silencio, contempla su juego. Me gustaría vencer el pudor que ello me provoca. Yo quiero el bien de una manera complicadísima. ¿Desde mis escritos? Una página de cualquier libro no es mucho más ni mucho menos que lanzarse a sacar un sudoku. Debería haber sido más escueto en esta pregunta: Nadie debe recordar a alguien que se haya ido. ¿Nos cuesta? A mí mucho. A todos, supongo. No sé.


LO

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