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TODOS AMAMOS AL GENTLEMAN

Estos días de cuarentena en los que cuidamos especialmente a nuestros mayores, los lectores de género, que añoramos los festivales de temporada -aplazados como corresponde-, nos acordamos mucho del Gentleman, el gran abuelo justiciero que nació de la pluma de Carlos Augusto Casas para hacer nuestras delicias y arrasar en premios durante 2018. Dos años después, la novela Ya no quedan junglas adonde regresar sigue vigente por otra razón de peso: la compra de los derechos para convertirla en película.

Texto y foto: Maica Rivera


 

Se cumplen dos años de que el autor fuera distinguido con el IV Premio Ciudad de Santa Cruz en Tenerife Noir por Ya no quedan junglas adonde regresar (MAR Editor), que es la cita festivalera que ahora mismo echamos más en falta con el único pero gran consuelo de su próxima celebración en otoño. Fue aquel acontecimiento, el galardón al tigre, un soplo de aire fresco en el género negro patrio. Así se vivió desde la misma noche de la entrega en marzo de 2018, donde quedó claro el mérito añadido de haber competido con novelas de altura que no podemos, igualmente, dejar de seguir recomendando: La mala hierba de Agustín Martínez, Sucios y malvados de Juanjo Braulio y El peor de los tiempos de Alexis Ravelo. Los “Beatles del Noir”, les bautizó el entonces comisario del festival, Javier Hernández.

Hay también que confesar que en el gremio, sacamos pecho, porque Carlos Augusto es, ante todo, un periodista de raza, de la vieja escuela, un verdadero especialista en meterse en el barro sin que le tiemble la cámara. Comenzó su carrera en Diario 16, ha pasado por Efe, medios locales, y ha ejercido la prensa de investigación para TVE, Antena3, Cuatro y TelecincoOcurre que se le nota la profesión rabiosa, que se le sale por los cuatro costados y la literaturiza con los cinco sentidos:  “El periodista ve muchas historias negras en la calle. Yo la vi la mía en Montera”, suele repetir. 

Es en esa famosa calle de Madrid donde el detonante del relato le estalla en las manos al autor, donde forja el pasado del antihéroe y donde nosotros, los lectores, automáticamente, nos hacemos cómplices incondicionales, nada más conocerle, de Mateo Acuña, el Gentleman, en la que será la última y gran aventura de su vida.

EL SEÑOR DE LA PISTOLA

Es un viudo de avanzada edad que, desahuciado por la vida y la sociedad, decide vengar el cruel asesinato de una pobre meretriz a manos de unos depravados de clase alta. Y la suya es la historia de cómo el “viejo inofensivo” se convierte ante nuestros ojos atónitos en “el señor de la pistola”. No le falta compromiso ni tacto a Carlos Augusto Casas para dar crónica sociohistórica a la hora de señalar a los ancianos, a los sin techo y a las prostitutas como parias de la sociedad, sin perder la sonrisa de medio lado.

Estas páginas, prologadas por Julián Ibáñez, con raíces en una profunda soledad, pronto convierten la experiencia lectora en pura diversión. No dejan de acreditar por ello al autor como observador excepcional, que recoloca nuestra mirada sobre una galería de retratos impresionistas de ciudad, de bar madrileño. Pero la mayor virtud de su prosa viene de otro sentido, de su oído, que le permite confeccionar diálogos inolvidables, de cine, como acabarán corroborando nuestros mejores pronósticos. Y sí, es verdad, Casas nos manipula sentimentalmente, y nos lleva por donde quiere. Nos hace comulgar con ruedas de molino en los giros argumentales. Nosotros, para qué negarlo, nos dejamos llevar, sabedores de que en la vida, la realidad supera toda ficción y que cuanto más surrealismo en la escena cotidiana, más creíble resulta todo. 


LO

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