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LA PRIMERA VEZ QUE VI A ROGER WOLFE

La primera vez que vi a Roger Wolfe fue en un mítico bar de Zaragoza que se llamaba “Desafinado” y estaba situado en los bajos en un local de la Gran Vía. Fue en una lectura junto a Manuel Vilas, un mano a mano con tintes roqueros y con abundante y entregado público.

Nacho EscuínFotos: Maica Rivera


Después lo vi en Valladolid, leyendo junto a Luis Alberto de Cuenca o Karmelo C. Iribarren, o quizá todos ellos solos, en un encuentro singular y fascinante llamado Versatil.es; más tarde en un festival indie de música, poesía y arte contemporáneo del norte de España, como una estrella en medio del escenario iluminado por los focos.

Había leído a Roger Wolfe con devoción en la facultad, en especial recuerdo el impacto que supuso en mi educación literaria y sentimental Días perdidos en los transportes públicos y también Hablando de pintura con un ciego, Mensajes en botellas rotas, Arde Babilonia o Cinco años de cama completaron en mi imaginario la idea de estar ante uno de los grandes de la poesía española contemporánea. Leí también textos sobre él. En especial recuerdo un artículo de Luis Antonio de Villena excelente en La Esfera de los Libros, y la introducción al número monográfico de la Revista Poesía en el campus de Luis Alberto de Cuenca. También el impresionante libro de Luis Bagué, Poesía en pie de paz, y Singularidades de Vicente Luis Mora.

En el interior de todo lector de poesía vive un antólogo que sufre de los mismos excesos que aquellos que sueñan con ser seleccionadores nacionales de fútbol. En el mío duerme el antólogo del nuevo realismo en España con Wolfe encabezando el once titular

De sus libros en prosa me quedo con el primero de sus diarios, Que te follen Nostradamus y su novela El índice de Dios (o como debió titularse: Dios es un perro que nos mira). Después llegaron más episodios de sus diarios y una buena edición de su poesía completa en Huacánamo, Noches de blanco papel. Me gustaba leerle en la blancura nívea de esas ediciones. De alguna manera lo rescataron y después volvió a Renacimiento, a su casa, para dar de nuevo algunos de los mejores episodios del realismo último de nuestra poesía.

En el interior de todo lector de poesía vive un antólogo que sufre de los mismos excesos que aquellos que sueñan con ser seleccionadores nacionales de fútbol. En el mío duerme el antólogo del nuevo realismo en España y mi once titular, poetas críticos aparte, sería este: Wolfe, Karmelo C. Iribarren, Eva Vaz, Violeta C. Rangel, Vicente Muñoz Álvarez, José Luis Piquero, Miriam Reyes, Manuel Vilas, David González, David Castillo e Isla Correyero.

¿Alguien tiene algo que decir? Comienza el baile.


LO

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