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¡ESCRIBE, LEE!

Hay un precioso libro de Oliver Sacks, un hombre que supo mirar de cerca lo que le rodeaba y dar cuenta de lo que veía en sus obras, de las que siempre se sacan enseñanzas provechosas. En la que dedicó al mundo de los sordos, Veo una voz, se encuentran valiosísimas observaciones sobre el mundo del lenguaje que usamos cada día y sobre cómo da forma a nuestro mundo exterior, a nuestra mente y determina las relaciones con aquellos con quienes lo intercambiamos.

Joaquín M. Aguirre. Foto portada: Billy Hayes.


 

El lenguaje da sentido a nuestra humanidad y es en él en donde crecemos hacia los otros y hacia el fondo de nosotros mismos. De ahí, concluye Sacks, el enorme drama de los sordos de nacimiento que han sido privados del lenguaje y de sus beneficios.

Hay una observación que me parece importante por sus implicaciones. Escribe Sacks de uno de los personajes sordos cuyas historias nos va contando en la obra: “No era sólo el lenguaje lo que le faltaba: no había, era evidente, un sentido claro del pasado, de ayer como diferenciado de hace un año. Había una extraña ausencia de sentido histórico, la sensación de una vida que carecía de dimensión histórica autobiográfica, la sensación de una vida que no existía más que en el momento, en el presente” .

El fragmento se verá completado a lo largo de la obra por muchas otras observaciones sobre lo que supone un mundo sin lenguaje para el ser humano. Sin él, nos dice Sacks, simplemente actuamos, somos un punto en el torbellino de acciones y emociones, pero no podemos dar cuenta de ello, no podemos canalizarlo hasta formar una “vida” convertida en flujo, en discurrir entre un momento y otro.

 Imagen de portada ‘Veo una voz’, Anagrama, 2006

Es el lenguaje el que une todo ello mediante nuestra capacidad doble y complementaria: la creación de un “yo” en las frases que nos describen, que recogen lo factual en estructuras ordenadas, como en el lenguaje

Puedo correr (un hecho), pero pensar y decir “yo corro” es convertirme en un punto fijo, en un “yo” constante, en el centro de mi universo, en una vida con un antes y un después.

Historia y autobiografía surgen al hilo del lenguaje, que permite dar forma a la experiencia. Podemos recordar acontecimientos, pero, gracias al lenguaje, se reúnen en historias cuyo sujeto somos nosotros.

Los presentes se suman en una larga fila de acontecimientos que comienzan a ser conectados gracias a fenómenos causales, una cosa lleva a otra; o paralelos, cuando distinguimos nuestra historia de las de los otros, que tienen la suya propia. Las líneas vitales de unos y otros pueden coincidir en puntos de encuentro.

Pero además de la Historia y de la Autobiografía, el lenguaje nos permite la reflexión sobre la vida. Es un acontecimiento más, pues se distingue así los acontecimientos vividos de la opinión que nos merecen en el tiempo. Podemos repensar nuestro pasado en cualquier momento reconstruyéndolo y valorándolo, con melancolía por el tiempo pasado o con alegrías por las desdichas dejadas atrás.

Son famosos los primeros párrafos con los que Jean-Jacques Rousseau estableció el hecho de su propia autodescripción en su obra Las confesiones (1782, trad. Rafael Urbano):

Emprendo una obra de la que no hay ejemplo y que no tendrá imitadores. Quiero mostrar a mis semejantes un hombre en toda la verdad de la Naturaleza y ese hombre seré yo.

Sólo yo. Conozco mis sentimientos y conozco a los hombres. No soy como ninguno de cuantos he visto, y me atrevo a creer que no soy como ninguno de cuantos existen. Si no soy mejor, a lo menos soy distinto de ellos. Si la Naturaleza ha obrado bien o mal rompiendo el molde en que me ha vaciado, sólo podrá juzgarse después de haberme leído.

Que la trompeta del Juicio Final suene cuando quiera; yo, con este libro, me presentaré ante el Juez Supremo y le diré resueltamente:

“He aquí lo que hice, lo que pensé y lo que fui. Con igual franqueza dije lo bueno y lo malo. Nada malo me callé ni me atribuí nada bueno; si me ha sucedido emplear algún adorno insignificante, lo hice sólo para llenar un vacío de mi memoria. Pude haber supuesto cierto lo que pudo haberlo sido, mas nunca lo que sabía que era falso. Me he mostrado como fui, despreciable y vil, o bueno, generoso y sublime cuando lo he sido. He descubierto mi alma tal como Tú la has visto, ¡oh Ser Supremo! Reúne en torno mío la innumerable multitud de mis semejantes para que escuchen mis confesiones, lamenten mis flaquezas, se avergüencen de mis miserias. Que cada cual luego descubra su corazón a los pies de tu trono con la misma sinceridad; y después que alguno se atreva a decir en tu presencia: Yo fui mejor que ese hombre”. 

Las palabras de Rousseau ofreciéndose al juicio de Dios y de los hombres resuenan en las puertas de la Modernidad como una forma de fijación de la individualidad. Toda la verdad y nada más que la verdad, nos promete Rousseau. Sin embargo, la crítica se ha ido cebando en su “veracidad” hasta dar cuenta de que lo que realmene inaugura Rousseau es la ficción emergente del “yo”, algo que los “maestros de la sospecha” (Marx, Nietzsche y Freud), como los llamó Paul Ricoeur, desvelarían posteriormente. El “yo” que surge del sujeto a través del lenguaje es un amasijo de deseos, medias verdades, ocultaciones, creencias y olvidos muchas veces intencionados y otras muchas inconscientes.

Eso nos los dejaron en evidencia los novelistas que, pasado el fervor biográfico e histórico, decidieron darle espacio en sus páginas a un yo fluctuante e interesado, seductor y oscuro, carente de congruencia y racionalizador de sus altibajos y contradicciones. Lo hicieron en novelas como La conciencia de Zeno (1923), de Italo Svevo, o El lamento de Portnoy, Philip Roth, por poner dos gloriosos ejemplos.

La orden del psiquiatra que trata a Zeno, en la obra de Italo Svevo, es clara:

—¡Escriba! ¡Escriba! Verá cómo llega a verse entero.

En realidad, creo que del tabaco puedo escribir aquí, en mi mesa, sin ir a soñar en la tumbona. No sé cómo empezar y pido ayuda a los cigarrillos, todos tan parecidos al que tengo en la mano.

No hay mucha diferencia entre un cigarrillo y otro, blancos, iguales. La escritura le ayudará a reencontrarse con su vida, a articularla a través del lenguaje, a textualizarla, “a verse entero”. El tiempo perdido y en huida centrífuga se reagrupará de nuevo en la punta de su lápiz, claro, coherente, único. Sin embargo, como nos muestra la obra, no es tan sencillo. Entre sus acciones y el papel media el filtro de la subjetividad, que carga el recuerdo junto a los deseos ocultos, filtrándolo todo y dándole forma en el texto.

La observación de Oliver Sacks sobre el gran salto desde la ausencia del lenguaje del sordo de nacimiento a la posibilidad de ordenar la experiencia y comunicarse con otros, acceder a la cultura, etc, es cierta. Pero las relaciones entre el lenguaje y nuestra vida son más complicadas en la medida en que nosotros, humanos, damos forma a través del deseo al texto en el que nos decimos.

La experiencia literaria como lectores y autores nos enriquece como experiencia vital y capacidad de mejorar nuestra visión del mundo. Hoy muchas terapias consisten en escribir nuestra vida porque estamos dispersos, sin saber adónde vamos, lo que somos 

Porque podemos fingir ser otro, como la Literatura nos muestra con cada novela, podemos considerarnos, como explicaba Nietzsche, seres fruto de una ficción, la que surge del lenguaje. Esto es una servidumbre y una grandeza. Significa que somos los “artistas” de nuestra vida, que la vivimos y le damos forma en nuestra consciencia con el lenguaje. La experiencia literaria como lectores y autores nos enriquece como experiencia vital y como capacidad de mejorar nuestra visión del mundo. Hoy muchas terapias consisten en sentarnos a escribir nuestra vida. Quizá sea porque estamos dispersos, sin saber muy bien adónde vamos, lo que somos o el sentido de lo que hacemos.

El consejo del psiquiatra a Zeno, ese “¡escriba, escriba!” ,podría ofrecerse también como “¡lea, lea!” ya que también en la lectura aprendemos a darnos forma, a dar sentido a nuestras propias vidas. La vida es la vida, pero la Historia, la autobiografía, etc, son textos, formas de escritura, mediaciones del lenguaje para darles sentido o, al menos, intentarlo.

Lo escrito por Oliver Sacks tiene mucho sentido.


LO

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