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EMILIA PARDO BAZÁN EN ALIANZA

Conmemoramos esta primavera el centenario de la muerte de una de las escritoras más importantes e influyentes de la España contemporánea: Emilia Pardo Bazán, nacida en La Coruña, en 1851; y fallecida en Madrid, en 1921. Algo que no carece de importancia, porque, en sus obras, retrató con realismo y lirismo la belleza y el misterio de su tierra. Recomendamos especialmente su obra en el catálogo de Alianza editorial.

Juan Bagur Taltavull. Imagen portada: Insolación. Imagen interior: retrato por Joaquín Vaamonde Cornide. 


Galicia protagonizó muchos de sus escritos, y, a pesar de que se afincó en la capital del Reino desde que su padre José Pardo Bazán fue elegido diputado, mantuvo el vínculo con su patria chica, donde habitó el, por otras razones hoy polémico, Pazo de Meirás.

A la vez, Madrid desempeñó un papel esencial en su biografía como intelectual, porque, en la España decimonónica, era el lugar al que todo aspirante a literato tenía que acudir, como también hizo quien sería su amante, el canario Benito Pérez Galdós. En medio de la inestabilidad política, social y económica en la que se encontraba sumida la nación desde que comenzó el siglo XIX, la capital ofrecía espacios de debate, intercambio y formación para los intelectuales.

Pardo Bazán los aprovechó, y su talento y personalidad permitieron que, a pesar de ser mujer en un momento en el que su sexo quedaba reducido al ámbito privado, no solamente alternara en las sociedades culturales, sino que, después de ser la primera fémina en pronunciar una conferencia en el Ateneo de Madrid en 1887, se convirtiera, en 1905, también en la primera en adquirir el carnet de socio. Y no terminan aquí sus hazañas, extrañas para la mentalidad de la época aunque normales hoy para las “dignas sucesoras” a las que cantaban las suffragettes de Mary Poppins: también había sido la primera mujer en hablar en La Sorbona de Francia –dato interesante para los que creen que solamente España ha sido un país arcaico–, y durante la época de Alfonso XIII, alcanzó, en 1910, el cargo de Consejero de Instrucción Pública –el Ministerio de Instrucción Pública, precedente del Ministerio de Educación, había sido creado en 1900– y, en 1916, se convirtió en la primera catedrática de Literatura de la Universidad Central. Además, este rey, que tuvo en algunos momentos cierta sintonía con los intelectuales –según mostró en una famosa visita que le hicieron en 1913 Manuel Bartolomé Cossío, Gumersindo de Azcárate y Santiago Ramón y Cajal; o al acompañar a Gregorio Marañón a Las Hurdes en 1922–, le concedió el condado de Pardo Bazán que antes había ostentado su padre.

Su amor por Galicia y su compromiso con España fueron compatibles con su admiración por la cultura francesa, por entonces el faro al que miraban los intelectuales españoles con independencia de su ideología, ya fuera porque comparaban la historia de los dos países –el historiador Vicente Cacho Viu habló de una “proximidad psicológica” desde el desastre del 98– o simplemente debido a que el francés era la lengua culta. En cualquier caso, Francia fue el lugar que eligió su marido José Quiroga y Pérez Deza para exiliarse, una vez que Amadeo de Saboya fue entronizado para encauzar la Revolución Gloriosa de 1868, y ella que tenía convicciones carlistas que luego evolucionarían hacia un conservadurismo liberal, le siguió aunque terminaran por separarse. Pero a pesar de que París no fue para esta pareja la ciudad del amor, supuso un escenario clave en la formación literaria de la gallega. Le permitió conocer el naturalismo literario de Émile Zola, fundamentado en la búsqueda de una representación fiel y real de la existencia. No obstante, a diferencia del francés, ella no aceptó ni el determinismo ni el pesimismo, y por eso el suyo fue un naturalismo sui géneris que ha sido descrito como “naturalismo cristiano” o “naturalismo católico”.

Según cuenta José Manuel González Herrán, así es porque en una entrevista en la que preguntaron a Zola si alguien cultivaba su género en España, contestó que “hay una señora que se declara naturalista, aunque es católica”.

En todo caso, estas ideas que dejaban atrás el romanticismo y su exaltación del subjetivismo, fueron proyectadas en obras como La cuestión palpitante (1883). El propio Zola leyó esta recopilación de artículos publicados un año antes en La Época, afirmando irónicamente que “no parece libro de señora: aquellas páginas no han podido escribirse en el tocador”. No obstante, las dos obras más representativas de Pardo Bazán, que son asimismo las que la consagrarían como escritora admirada por sus coetáneos, aparecieron en 1886 y 1887. Son, respectivamente, Los Pazos de Ulloa y su continuadora La madre naturaleza. Con ocasión del centenario de la autora, Alianza las ofrece de forma conjunta, en un libro cuya grandeza interior ya es prefigurada a través de la belleza externa con la que es cuidadosa y elegantemente presentado.

Estas dos narraciones encarnan todo lo presentado más arriba, comenzando por la ubicación en la patria chica de la autora. Aunque, salvando Santiago de Compostela, los escenarios son inventados, invitan a pensar en la Galicia real porque hacen mención a lugares bien conocidos por sus compatriotas: la historia discurre en Los Pazos de Ulloa, que toman su nombre del castillo Ozores de Elloa, y en pueblos cercanos como Cebre y Naya, que lo hacen respectivamente de Cecebre (o Cea) y Noya. También nos describe elementos topográficos que incluyen el río Avieiro, llamado así por el Avia y el Arenteiro, y lugares emblemáticos de la Galicia rural como las corredoiras y los castros.

LO NATURAL: INSTINTOS Y RAZÓN

En estos espacios, aunque siempre con los Pazos como centro, discurre la historia de personajes como don Julián, sacerdote que abre la novela al convertirse en el nuevo administrador que acompañará a la familia que dirige Pedro Moscoso de Cabreira y Pardo de la Lage. Gran parte de las acciones del primer libro giran en torno a los encuentros y desencuentros que tiene el falso marqués de Ulloa con su criada –y amante– Sabel, y con su esposa –y prima– Nucha. El segundo, tiene como protagonistas a los frutos de ambas relaciones: la hija legítima, Manuela, y el hijo ilegítimo, Perucho. Crecen juntos pero son más que amigos, pues mucho antes de que Juego de Tronos pusiera de moda el tabú del incesto, Pardo Bazán retrató aquí el enamoramiento entre dos hijos del mismo padre. Pero a diferencia de George R. R. Martin, no buscaba deconstruir los valores occidentales, sino introducirnos polémicamente en el tema que guía los dos libros: la pregunta sobre qué es lo natural y cómo lo vemos reflejado en los instintos y en la razón.

Otros personajes permiten meditar sobre esta cuestión, destacando Máximo Juncal. Es el médico del pueblo, un furibundo anticlerical que, aunque lo intenta, no logra encabritar a don Julián, y cuyo cientificismo tiene que ceder ante las artes ancestrales del que es su compañero de curas en la comarca: el atador o algebrista. Se trata de un curandero que le lleva a reconocer que “la naturaleza, así como es madre, es maestra del hombre, y que el instinto y la práctica obran maravillas”. Aunque más que él, son los veterinarios los que detestan a esta figura de la Galicia profunda, porque “los atadores curan indistintamente hombres y animales, no reconociendo esta división artificial creada por nuestro orgullo”. Se lo dice a don Gabriel, el tío de Manuela, que protagoniza un intenso viaje existencial cuya consecuencia es el descubrimiento de que el amor –que quiere proyectar casándose con su sobrina– es lo único que puede redimirle.

Primero intentó buscar la felicidad a través de las armas, convirtiéndose en artillero y averiguando que poca gloria encontraba matando carlistas. Después, mediante la razón, que le hizo kantiano en lo científico y krausista en lo vital.

Sin embargo, fue al encontrar una carta de su hermana difunta cuando tuvo una epifanía que le mostró que el sentido de la vida le esperaba en “el cumplimiento de la ley natural”, que entiende así: “La esposa, el hijo, la familia; arca santa donde se salva del diluvio toda fe; Jordán en que se regenera y purifica el alma”.

También con la ayuda del comentario al Cantar de los Cantares de fray Luis de León, entiende que no hacen falta “libros ni filosofías”, sino únicamente escuchar el susurro de la que fue maestra y protectora de su sobrina huérfana, la madre naturaleza. Lo mismo que deduce tras discutir con Perucho y descubir su “cerebro virgen”, llegando a envidiar la espontaneidad del pensamiento que, aunque se equivoque, no se corrompe por “esas dislocaciones de la razón” y su “afán de comprenderlo y explicarlo todo”.

Don Gabriel es uno de los personajes más interesantes de La madre naturaleza, y encarna el combate entre la existencia natural y el artificio racionalista, que, en las dos obras, también se manifiesta en la expresión máxima de la convención social: la política. En efecto, Los Pazos de Ulloa, a pesar de su ubicación idílicamente campestre y alejada de la civilización, no son ajenos a las luchas de poder. Pardo Bazán expone la España del siglo XIX, y nos descubre que hasta en los pueblos diminutos llegaron los ecos de la Revolución Gloriosa de 1868 y de la Restauración borbónica de 1874. Y no debido a que los habitantes de Ulloa y Cebre escuchasen los disparos de las numerosas guerras y revoluciones que España afrontó en aquellos años (primera guerra de Cuba, segunda guerra carlista, revolución cantonal…), o porque tuvieran el menor interés en las discusiones del Congreso de los Diputados. La escritora gallega retrata a la perfección que, como dijera más tarde Ortega, España era un país de centralismo oficial y de localismo real: si la política llegó a los habitantes de Ulloa fue a través de las luchas caciquiles entre Barbacana y Trampeta.

¿PERENNE O IRRESOLUBLE?

Magistralmente describe Pardo Bazán la naturaleza del enfrentamiento, en el que “las ideas no entran en juego, sino solamente las personas y en el terreno más mezquino: rencores, odios, rencillas, lucro miserable, vanidad microbiológica. Un combate naval en una charca”. En uno de los capítulos más memorables de Los Pazos de Ulloa, describe una jornada de votaciones, en la que asistimos a la manipulación del “puchero” en el que se depositaban las papeletas (lo que nos lleva a entender el sentido de la palabra “pucherazo”), y a una cencerrada –vertiente decimonónica de las caceroladas actuales– con la que los vencedores humillan a los vencidos. Todo esto, como aderezo del intento por parte del Marqués de Ulloa de ser elegido diputado, un hecho clave en la historia cuyo desenlace podrán descubrir los lectores, que conocerán también a personajes peculiares como el Tuerto de Castrodorna o el tradicionalista señor Limioso.

Todos estos temas y muchos más encontramos en las dos obras magnas de Emilia Pardo Bazán, que ahora, con la excusa del centenario, tenemos ocasión de redescubrir. Los temas perennes que describe, desde la política hasta la naturaleza, pasando por el amor y la ciencia, la convierten en una autora a la que es preciso volver. Todos estamos invitados a preguntarnos con ella y sus hijos literarios cuál es la verdadera cara de la naturaleza: si es madre o madrastra, como concluye uno de los personajes, y si hemos de estar siempre bajo su amparo o independizarnos de su cobijo. Cada lector podrá extraer sus conclusiones, porque Los Pazos de Ulloa y La madre naturaleza garantizan horas de reflexión y meditación. Efemérides como ésta deben ser aprovechadas, porque evidencian que entre 1821, 1921 y 2021, muchas cosas han cambiado, pero otras tantas permanecen irresolubles.


LO

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