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AUSTEN PARA LA ‘NUEVA NORMALIDAD’

Quizá sigamos necesitando a Jane Austen mientras el mundo se mantenga incierto, y podamos ver, en el suyo, un espejo del nuestro. Quizá sea necesario aferrarnos a ella más que nunca, para entretenernos, para divertirnos, para entendernos y, sobre todo, para explicarnos. Su interés y su vigencia siguen más vivos que nunca, lo comprobamos en su natalicio.

Julia García.


Este 2020 podíamos disfrutar del estreno de la última adaptación de Emma, escrita en 1815, que continúa siendo una de las obras más populares del repertorio austeniano. Dirigida por Autumn de Wilde, con excelente éxito por parte de la crítica y público, y alabada por su capacidad para conectar con el espíritu de nuestra época, vuelve a demostrar que la literatura de Austen está en su mejor momento. Generación tras generación, seguimos regresando al universo estrecho, privado y atemporal que nos regaló la autora.

Seis novelas, algunos cuentos y un montón de cartas. Eso es todo lo que tenemos. Suficiente, sin embargo, para construir un legado que se extiende con tal amplitud que sería imposible tratar de acotar su huella. A través del gran éxito de las adaptaciones de sus obras, la cultura popular nos demuestra que nunca hemos podido olvidarnos de Austen. Como si cada nueva generación demandara que se revisitaran sus personajes: complejos, modernos y muy vivos.

La de Jane Austen es una historia, como las suyas mismas, de paciencia. Los lectores hemos tenido que esperar mucho tiempo para que le llegara el reconocimiento que tanto merecía. En lo académico, por ejemplo, Austen ha estado denostada y encerrada en los cajones durante años; pero, entre aquellos que la leían, nunca ha dejado de ostentar el título que merece. Siempre fue así. Ella misma reconocía su desinterés por la crítica profesional, quien nunca la apreció especialmente, a favor de la opinión de aquellos que la leían y entre quienes era inmensamente popular. En las cartas a sus sobrinos y amigos Austen, habló con emoción de la responsabilidad de entender a quienes que la leían y admiraban; y parece ser que su mayor aspiración fue que la entendieran y se sintieran satisfechos sin tener que darles siempre aquello que esperaban.

Austen vivió 41 años. Empezó a escribir a los 12, y nunca dejó de hacerlo, es cierto, pero la brevedad de su vida nos dejó con la miel en los labios. De su última obra sin acabar, Sanditon (cuya adaptación televisiva también hemos podido disfrutar este año) apenas nos dejó doce capítulos, los suficientes para intuir que apenas se acercaba al cénit de su creación. Da vértigo -y entristece un poco- imaginar un mundo en el que nos hubieran sido concedidos diez, o quizá veinte años más de su escritura: la grandeza no habría tenido límite. Porque Austen era una perfeccionista, una pensadora obsesionada con la sensibilidad. Una maestra de la técnica y una creadora profundamente humana. Pero, ante todo, Austen era una excelente lectora de su tiempo, y, en momentos como los que estamos viviendo, eso es algo admirable.

CONFINAMIENTO AUSTENIANO 

Volvemos una y otra vez a su universo literario en busca de las certidumbres que nuestra “nueva normalidad” no nos da. Suspiramos aliviados. Austen apenas salía de casa y, sin embargo, parecía tener todas las respuestas. O, mejor dicho, quizá lo que hacía no era otra cosa que dejarnos indicada la dirección correcta, devolviéndonos la vista a lo que ocurre dentro de nuestros hogares y así darnos las claves para comprender los desastres y las responsabilidades que están ahí fuera. En tiempos de pandemia, donde el exterior es extrañamente hostil, muchas nos hemos visto obligadas a reconstruir poco a poco, con cuidado, a ese “Ángel del hogar” temible al que, como nos explicó Virginia Woolf, tuvimos que matar para que no acabase con nosotras.

Hemos tenido que darle un nuevo significado a “estar en casa”, y Austen es el ejemplo de que hacerlo no es solo posible, sino necesario. Nunca fue tan importante ver qué ocurre dentro de nuestros hogares cuando nos quedamos solos para examinar nuestro verdadero comportamiento, nuestras carencias y nuestras debilidades. Y también nuestras fortalezas.

La espiral de lo social en la que vivíamos atrapados hasta que debimos ponernos a cubierto reveló los defectos de muchos, aquellos mismos defectos que Austen critica sin parar: el orgullo, los prejuicios, el egoísmo, la hipocresía, la incapacidad para la empatía con el otro. En el salón repleto de gente, en la pista de baile, o en las grandes fiestas es fácil hablar sin mostrarse de verdad.

Todo el mundo interpreta un papel, eso es lo que parece enseñarnos Jane Austen, y es necesario mirar cómo se comporta alguien en su círculo más íntimo, en la realidad de lo privado, de su hogar, para descubrir quién es realmente. Un mensaje que ha demostrado ser más importante ahora que nunca.

Pero no todo lo que hemos aprendido es desolador. Austen, en vida y en sus obras, retrató otro universo posible. Un mundo de comunidad, de unión y verdad que se encuentra en el ser capaz de compartir quién eres con tu círculo de confianza: la virtud de mostrarse. “Otra estúpida reunión anoche; quizá con más gente resultarían menos insoportables”, este fue uno de los comentarios que Jane Austen escribió a su hermana Cassandra en una carta enviada por ella misma desde Bath, cuando esta pasaba unos días en la casa de unos amigos de la familia en Kintbury, en el condado de Berkshire. Las hermanas nunca se separaban, la unidad familiar era tan crucial para la escritora entonces como lo es hoy en día para muchos de nosotros, y el espacio privado que generaron fue esencial para que la Austen novelista floreciese como lo hizo. Un espacio alejado de las grandes reuniones, las fiestas o las veladas que se alargan hasta el amanecer. Un cuarto compartido, pero a la vez propio, en el que la voluntad de rodearse de aquellos que una conoce de toda la vida nos devuelve, irónicamente, la claridad para entender lo que ocurre en el exterior. Una claridad que nos ha permitido ver que quizá, como apostilla Austen, estar rodeados de más gente solo era la distracción que nos permitía evadir una y otra vez el problema.


LO

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