magazine

A VUELTAS CON LA CIENCIA… ¡FICCIÓN!

Sin dejarnos vencer por la pena de la reciente anulación del festival Les Utopiales, repasamos al detalle la proyección del género en Francia, que sigue en auge a pesar de no contar con el reconocimiento de las elites literarias. Muy especialmente, en otoño, vemos brillar esta literatura en todo su esplendor, aupada por sus incondicionales, cada vez más numerosos.

Héctor Luesma. Corresponsal en París de Literocio. Foto portada: Le monde tel qu’il sera en l’an 3000, Skol Vreizh 


Desde 2017, el mes de octubre en Francia es Le mois de l’imaginaire. Sucedió de nuevo este año. Se trata de una iniciativa, en la que participan medio centenar de editores franceses, cuyo objetivo es promocionar el género de la ciencia ficción y darle el lugar que se merece dentro del mercado literario francés. A lo largo del pasado mes, se organizaron charlas, encuentros con autores, firmas de libros en diferentes librerías de todo el país que han congregado tanto a fans incondicionales del género como a seguidores de las sagas distópicas publicadas en los últimos años.

Lo que no pudo disfrutarse fue el acostumbrado broche final que se da tradicionalmente al mes más “fantástico” del año, porque Les Utopiales  no se celebró en Nantes, como todos los años, debido a las circunstancias sociosanitarias derivadas de la pandemia. Se canceló en el último momento este gran acontecimiento cultural, el Festival Internacional de Ciencia Ficción más importante de Europa, que ya había sido concebido a priori para la ocasión con restricciones especiales, como salón centrado en la literatura, la ciencia y el cine, sin videojuegos ni animaciones.

La literatura de ciencia ficción representa el 4% de la producción literaria en Francia y el 7% de la facturación total de las editoriales. Sabemos que el número de lectores está subiendo: según un estudio del Centro Nacional del Libro, el 46% de los lectores entre 15 y 19 años afirman que su género favorito es la ciencia ficción y la fantasía, mientras que para el 42% es el género de aventuras. No nos equivocamos si vemos que la ciencia ficción en Francia es un nicho del mercado literario en crecimiento. Sin embargo, en pleno siglo XXI, el género sigue sufriendo prejuicios y una falta de reconocimiento intelectual: nunca una obra de ciencia ficción ha ganado un gran premio literario.

A pesar de esta marginación de las elites literarias, lo cierto es que la ciencia ficción siempre ha estado presente en la literatura francesa. ¿Quién no ha viajado con una novela de Julio Verne o se ha sentido conmovido por el destino de Elea, heroína de La noche de los tiempos de René Barjavel?

Para bucear en los orígenes de este género, nos podríamos trasladar a la época de Tomás Moro con su Utopía que presenta una sociedad alternativa. Sin embargo, el verdadero germen de esta literatura lo encontramos en la novela L’an 2440, rêve s’il en fût jamais (1771), de Louis-Sébastien Mercier, considerada como la primera de anticipación. En lugar de situar esa sociedad utópica en un lugar imaginario como Moro, Mercier propone un viaje al futuro abriendo el camino de “los mundos posibles” que será tratado más en profundidad por los escritores del siglo XIX relacionado con el progreso técnico.

Sabemos que el número de incondicionales está subiendo: El 46% de los lectores entre 15 y 19 años afirman que su género favorito es la ciencia ficción y la fantasía, mientras que para el 42% es el de aventuras”

Los resultados de la Revolución Industrial se verán plasmados en la narrativa, explotando la dimensión mítica del progreso ligada al desarrollo técnico-científico. Aparecen nuevas teorías en torno a la industria y las máquinas, como las recogidas por Henri de Saint-Simon en su obra Du système industriel. El filósofo propone dar el poder de dirigir la sociedad a industriales e ingenieros, creando una especie tecnocracia.

Estas ideas inspiran a Julio Verne para crear su mundo literario donde el progreso técnico, las máquinas, el poder de la ingeniería y la fascinación por el conocimiento están muy presentes. Ejemplo de ello son sus novelas De la Tierra a la luna (1865) o Viaje al centro de la Tierra (1864).
Sin embargo, ante esta actitud positiva ante las consecuencias del avance técnico, en el siglo XIX aparecerá también otra corriente mucho más crítica. La novela Le monde tel qu’il sera (1846), de Emile Souvestre, inaugurará el universo de la distopía añadiendo una nueva rama narrativa a la imaginación del futuro. Es la primera obra en la que se muestran los posibles efectos negativos del progreso.

DEL ‘MERVEILLEUX SCIENTIFIQUE’ EN ADELANTE

A finales del siglo XIX, aparecerá otra de las temáticas de la literatura de ciencia ficción de la mano del escritor J.H. Rosny “el mayor”: la invasión de la tierra por los extraterrestres. En su novela Les Xipéhuz (1887) el autor muestra a unos “marcianos” con formas de conos y cilindros que luchan contra tribus humanas del Neolítico para conquistar el planeta. A pesar de estas primeras novelas pioneras y precursoras, no será hasta principios del siglo XX, en los albores de la Primera Guerra Mundial, cuando se invente el término “ciencia ficción” y nazca un nuevo género. Antes de que Estados Unidos se erigiera como máximo representante de la ciencia ficción a principios de los años 30, en Francia se desarrolló una nueva corriente de una gran riqueza imaginativa y literaria: el “merveilleux scientifique”.

En un momento en el que el público se apasionó por el descubrimiento de los rayos X, la fotografía del aura o los intentos de comunicarse con el planeta Marte, el escritor Maurice Renard se propuso estructurar un nuevo movimiento literario que rompiera con las novelas de aventuras de Julio Verne: es a lo que se llamó lo “científico maravilloso”. La trama de estas historias se construye dentro de un marco racional: el autor opta por alterar una ley científica, permitiendo a los protagonistas atravesar la materia, leer pensamientos o viajar a lo infinitamente pequeño.

Algunos ejemplos de este nuevo movimiento de ciencia ficción son las novelas Le péril bleu (1910), donde unos seres superiores, parecidos a unas arañas invisibles, capturan y diseccionan a los terrícolas; L’homme truqué (1921), en la que un mutilado de guerra que ha perdido la vista adquiere superpoderes tras someterse a un experimento científico; o Les mains d’Orlac (1920), llevada varias veces al cine, donde el autor narra la historia de un pianista al que un extraño doctor le implanta las manos de un asesino.

Otros autores, discípulos de Renard, abrazaron también esta corriente como Clément Vautel (La machine à fabriquer des rêves, 1909), Gustave Le Rouge (Le prisonnier de la planète Mars, 1908), Jean de Quirielle (L’œuf de verre, 1912) o Guy de Téramond (L’Homme qui voit à travers les murailles, 1914), asentando las bases del género de ciencia ficción.

En los años 30, Estados Unidos cogió el testigo y Europa se quedó huérfana de una literatura que vio nacer. La ciencia ficción francesa entró en un profundo letargo eclipsada por el abrumador éxito estadounidense, pero poco a poco fue despertando con autores como René Barjavel (El viajero imprudente, 1943; La noche de los tiempos, 1968) o Pierre Boulle (El planeta de los simios, 1963) para resurgir con fuerza en los años 80 y 90 con autores como Bernard Werber (Las hormigas, 1991), Pierre Bordage (Les guerriers du silence, 1993), Roland C. Wagner (Les futurs mystères de Paris, 1999) o Laurent Genefort (Omale, 2001).

Hoy en día, la literatura de ciencia ficción goza de buena salud en Francia. Convertida en un enlace entre el presente y la idea de un futuro más tecnológico, su objetivo no es predecir el porvenir a modo de profecía, si no hacernos reflexionar y tomar conciencia del devenir de nuestro presente.


LO

¡Comparte este post!